Identidad de género. Feminismo. Ciencia. Biología. En el debate, sobre todo en el último año, hay una gran parte de quienes abogan por las leyes de identidad de género niegan la existencia del sexo como una certeza biológica, afirmando que se trata de una construcción cultural. Por el contrario, desde el feminismo (y desde la ciencia), opinamos que el sexo es una realidad material y constatable, sin cuyo reconocimiento difícilmente podrán articularse las políticas públicas adecuadas para superar los obstáculos de la desigualdad entre mujeres y hombres.
No cabe duda de que las políticas favorables a la diversidad sexual merecen su espacio en la agenda pública, pero la lucha histórica y articulada del feminismo no puede verse subsumida en una causa sectorial pues, como siempre reiteramos, las mujeres somos algo más de la mitad de la población.
Esto no significa que no haya otras formas de opresión en cuya disolución las mujeres puedan implicarse (de hecho, suele ser habitual), pero ello no constituye ni causa del feminismo ni objeto de su agenda. El feminismo no se reinventa a gusto particular de cada individuo y mucho menos se inmola destruyendo sus premisas elementales, como que el sujeto político del mismo son las mujeres y que son estas las que sufren y soportan las estructuras opresoras del patriarcado, entre ellas la violencia de género.
Las personas transgénero tienen derecho a ser protegidas de los delitos de odio y de la discriminación social, si bien me temo que sus problemas no se resolverán legislando en torno al concepto de identidad de género, que además comportaría más inconvenientes de los que se pretenden resolver.
No se me ocurre juzgar a las personas transgénero, pero una cosa es que no sea tolerable penalizar el que se sientan hombres o mujeres y otra bien distinta que ese sentimiento pueda ser regulado, pues sustanciar un sentimiento en una ley es harto difícil y además, tiene sus riesgos.
¿Imaginan que se propusiera reglamentar los sentimientos religiosos? ¿Y si alguien decidiera autodeterminarse 20 años mayor o menor de su edad? En su «identidad cronológica» esa persona se concebiría y comportaría conforme a su edad sentida, pero no por ello dejaría de haber nacido en una fecha determinada, precisamente la que figura en el Registro Civil.
La aceptación legal de la identidad de género causaría efectos sobre este mismo Registro Civil, las estadísticas desagregadas por sexo, las competiciones deportivas, el acceso a los lugares de seguridad, etc. Ciertamente, las mayoría de las transgénero no son peligrosas, al igual que tampoco lo son la mayoría de los hombres y no por ello se cuestiona la necesidad de contar con espacios exclusivos de protección.
Ignorar estas consecuencias conllevaría el borrado de las mujeres y la minimización de la desigualdad como problema. No en vano, ya se está generando un neolenguaje invisibilizador de los cuerpos femeninos: agujero de delante por vagina, progenitor gestante por madre o, como ha sucedido recientemente, que se diga que la regla está excesivamente feminizada.
En los últimos años, cualquier opinión crítica con la identidad de género se salda con el sambenito de la transfobia o con la equiparación con organizaciones de extrema derecha, como VOX y Hazte Oír. El disparate es tan formidable que ni siquiera ofende, pero sí apena.
Siendo la directora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha tomé la decisión de que, por primera vez, una mujer transexual formara parte del Consejo de Dirección. También asumí la creación de un protocolo para proteger a las y los menores trans del aislamiento, los ataques y las burlas. Guste o no guste, se intente explicar de una u otra manera, los menores trans están ahí, viviendo situaciones que suelen acarrear un gran sufrimiento tanto para ellas y ellos como para sus familias.
No obstante, si ahora tuviera que abordar dicho protocolo, admito que lo haría de otra manera. Conceptos como el de identidad de género o el de autodeterminación —que fueron incluidos para explicar de una forma sencilla y directa (quizá también ingenua) cómo se sienten estas personas—, se utilizan, cual caballo de Troya, para promover ciertas pretensiones a costa de la supresión o la ocultación de los derechos de las mujeres, invalidando de paso los instrumentos de análisis que nos permiten detectar la desigualdad, diseñar políticas para combatirla y medir la eficacia de las medidas adoptadas.
Bajo el amparo del sistema neoliberal, pareciera que aquello que se desea ha de transformarse en un derecho (más si ese deseo se satisface bajo la falsa bandera de la libertad de mercado), esforzándose en presentar lo más regresivo como si de lo más moderno se tratara. Es precisamente en este nodo donde confluyen la identidad de género y la mercantilización de los cuerpos de las mujeres (prostitución y vientres de alquiler).
Por eso mismo, considero que es mucho más transgresor posicionarse contra ese sistema que no puede pervivir si no es a costa de mantener las desigualdades estructurales, que no coyunturales, con las que vivimos todas las mujeres, que defender la identidad de género.
Es posible que este tiempo convulso que nos han tocado vivir sea determinante para el feminismo, equivalente a los momentos históricos en los que se debatía con denuedo sobre nuestros derechos de ciudadanía más básicos. Gracias a las convicciones, resistencia y conmovedora sororidad de nuestras predecesoras, el mundo del futuro, nuestro presente, ha sido un poco más igualitario, un poco más justo.
Ahora, como entonces, se resta importancia a nuestras reivindicaciones, se nos insulta, se nos ridiculiza, en ocasiones se nos infantiliza. Sin embargo, de corazón pienso que lo tenemos más fácil, ellas abrieron la senda sin apenas referentes, pero a nosotras nos acompaña su memoria.
Araceli Martínez es trabajadora Social, fue directora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha y es doctoranda en Estudios Interdisciplinares de Género.
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