El turismo mató al Mar Menor: historia de una laguna cristalina convertido en paradigma del desastre climático

La playa, así, en general, es el destino soñado de millones de españoles cada verano. Las zonas turísticas con más pernoctaciones en 2017, según datos del INE, fueron tres islas canarias, la Costa Blanca y la Costa del Sol, o sea, cinco destinos donde la playa y el mar desempeñan un papel predominante. Nos gusta la experiencia, eso está claro, y además cuenta con las ventajas que el agua salada da a la piel y las vitaminas que aporta el sol (al que siempre hay que exponerse con precaución, claro). 

Sí, hay arena por todas partes. En eso consistía esto, ¡bienvenido a la playa! La arena se quedará en sitios de tu cuerpo que ni sabías que existían y, si te toca un día de viento (¡hola, playas de Cádiz!) puedes seguir encontrando granitos una semana después

Sin embargo, la playa también es un sitio donde uno se llena de arena, se abandona todo principio estético, está obligado a compartir terreno con desconocidos que en algunos casos pueden ser muy pesados y, además, se enfrenta a una serie de problemas que, pese a los avances en la tecnología, los paquetes turísticos y la infraestructura de los pueblos costeros, continúan inamovibles como las rocas de la orilla. 

¿Qué hago con mis pertenencias?

Todavía no hemos perfeccionado una técnica para ir a bañarnos o a dar un paseo por la orilla sin miedo a que alguien se lleve nuestras pertenencias. A menos que uno tenga su casa cerca o esté en un complejo hotelero con playa incluida al que se puede ir libre de cargas, es habitual que llevemos encima el teléfono móvil, la cartera para pagar la paella en un chiringuito cercano y las llaves del coche. Año tras año seguimos con la cantinela de pedir a un miembro de la familia o del grupo de amigos que se quede vigilando o pedir esa tarea a algún amable desconocido que se encuentre en una toalla cercana.

Una posible solución: las fundas impermeables que se cuelgan del cuello son una solución para poder ir a darse un baño llevándose las cosas más importantes (móvil, dinero y llaves) encima. En general, la cartera sobra en la playa: llévese el dinero en efectivo que vaya a necesitar y, en caso de hurto, no tendrá que pasar por el engorroso proceso de anular y renovar todas sus tarjetas.

Todo aquel que haya ido con niños a la playa sabrá que tras un baño y diez minutos de juegos en la arena acaban convertidos en una especie de croqueta.
Todo aquel que haya ido con niños a la playa sabrá que tras un baño y diez minutos de juegos en la arena acaban convertidos en una especie de croqueta. Getty Images

La bella arena, la molesta arena

Sí, hay arena por todas partes. En eso consistía esto, ¡bienvenido a la playa! La arena se quedará en sitios de tu cuerpo que ni sabías que existían y, si te toca un día de viento (¡hola, playas de Cádiz!) puedes seguir encontrando granitos una semana después. La arena se queda en las gafas de sol, en los recovecos del teléfono móvil, entre las páginas de la novela que estás leyendo y en tu ropa y complementos. Esto que tú consideras un drama es, para otros, un bonito souvenir: encontrar esa arena un mes después en los zapatos te recuerda que estuviste allí y lo feliz que fuiste.

¿Está el agua demasiado fría o demasiado caliente? Encontraremos aquí, nacionalmente, a dos equipos: los de la costa del Atlántico y los de la costa del Mediterráneo

Una posible solución: de nuevo, ir ligero. La ropa sencilla y lisa y un calzado de quita y pon (¡no vayas con zapatos a la playa!) hará mucho más fácil la tarea de quitarnos todo eso de encima. Además, en las principales playas de las zonas turísticas de España hay duchas para el cuerpo y grifos bajos para eliminar los granitos que se nos hayan pegado a los pies. Para los días de más viento se hacen muy útiles los llamados paravientos de playa, una especie de tienda de campaña de estructura mucho más sencilla que se pone en dirección contraria al viento para resguardarnos del aire y, de paso, del sol. Ideal para meter a los niños en las horas de más calor y para echarnos una buena siesta dentro.

Leer es sexi (pero complicado)

Un buen libro y una buena playa. La frase es tan típica que ya ha pasado a ser axioma de Instagram. Pero no es tan fácil como parece. La luz intensa del sol reflejada en esas páginas tan brillantes y blanquitas hace complicado tomar el sol a la vez que leer. Las posturas de playa (normalmente, una toalla sobre la arena) no ayudan a nuestro cuello. Y si lo que queremos leer es el periódico, ya directamente debemos opositar: el viento y la arena hacen a menudo imposible esa tarea. Así que en este caso sí hay que tirar de tecnología (un libro electrónico es tu mejor amigo en viajes de playa) y de complementos (necesitarás unas gafas de sol, no hay duda).

Una posible solución: deja la lectura para debajo de la sombrilla. Será un buen momento, además, para evitar el sol en esas horas de máxima exposición en la que se recomienda estar a la sombra. Por otro lado, una buena silla de playa será tu mejor amiga no solo para la comodidad de tu espalda, sino para una lectura agradable. Si tiene reposabrazos, mejor.

Las casetas de playa eran prácticas y bonitas, sí, pero en España apenas quedan.
Las casetas de playa eran prácticas y bonitas, sí, pero en España apenas quedan. Getty Images

El (gran) momento del cambio

Ante un bañador mojado hay dos opciones: esperar pacientemente a que se seque para irse o ponerse ropa seca para volver a casa tras una jornada de playa. Aquí llegamos a un punto delicado: dado que la caseta de playa se ha quedado como un elemento antiguo y meramente decorativo presente en pocas playas, se impone cambiarse haciendo malabarismos con la toalla para no enseñar más de lo que uno desee. Y, si estás fuera de España, de lo que permita la ley (en España el nudismo no es ilegal en ninguna playa, aunque se suele mantener una actitud respetuosa y se practica en naturismo en calas más recónditas o playas especialmente dedicadas a ello). 

La playa tiene un efecto mágico sobre cierta parte de la población: como están relajados, creen que están solos. Y no hay nada que estrese más tener alguien relajado al lado

Una posible solución: olvídate de pedir a nadie que te sujete la toalla y mucho menos de montar un improvisado chiringuito pidiendo las toallas de todas tus amistades. La clave está en la rapidez: envuélvete la toalla, sácate tu bañador mojado y ponte el bañador limpio. Y si la tarea se revela imposible, apela a la desnudez por diez segundos y sácate directamente el mojado para ponerte el seco. Llamarás mucho menos la atención que reptando por la arena como una serpiente atascada en una toalla de rayas blancas y azules. ¡Naturalidad ante todo!

Ni fría ni caliente

La temperatura del agua y su idoneidad para darse un baño es un asunto tan subjetivo y personal como la potencia del aire acondicionado en el trabajo. ¿Está demasiado fría o demasiado caliente? Encontraremos aquí, nacionalmente, a dos equipos: los de la costa del Atlántico y los de la costa del Mediterráneo. Los primeros están acostumbrados a sus playas enormes, vacías y con aguas casi siempre congeladas. Los segundos reivindican sus playas llenas de vida y con unas aguas más cálidas que atraen más a los alemanes, ingleses, daneses y suecos. Los primeros dirán de los segundos que se bañan en caldo, los segundos dirán de los primeros que no entienden cómo no sufren hipotermias bañándose en ese océano glacial.

Una posible solución: si este dilema ocurre dentro de la familia lo mejor es dividirse los destinos y que cada uno disfrute de su tipo de playa favorita. O, en el peor de los casos, obviar el mar e irse a una piscina cuya temperatura se pueda regular a gusto de todos. Y para los aventureros atlánticos que, por cosas de la vida, se encuentren encerrados en una playa mediterránea, un consejo: si se mete un poco mar adentro, siempre con precaución y un amigo flotador, la temperatura baja notablemente. ¡De nada!

El fotógrafo Martin Parr (en la imagen, una exposición suya en París en 2016) es conocido por sus instantáneas playeras, en las que fotografía todo tipo de cuerpos.
El fotógrafo Martin Parr (en la imagen, una exposición suya en París en 2016) es conocido por sus instantáneas playeras, en las que fotografía todo tipo de cuerpos. Getty Images

Hola, aceptación

En un mundo de filtros, de alzas, de relleno, de fajas, de contouring y de barrigas metidas hacia dentro para la foto la playa se revela como el último bastión de la verdad anatómica de todos nosotros. A la playa se va con la cara lavada, con el viento azotando nuestro pelo hasta convertirnos en un doble de Donald Trump y con un bañador que no puede cubrir esa tripa blanquecina y generosa de la que probablemente te avergüenzas el resto del año (o no, ¡bien por ti en ese caso!). Todo esto es un ejercicio de dignidad, autoaceptación y celebración de nosotros mismos muy necesario en la era de la perfección estética de Instagram. Bienvenidos a la realidad.

Muchos se pelean ya a la hora de elegir playa, pues las playas son como los zapatos: los que eliges dicen casi todo de ti

Una posible solución: es complicado apuntar soluciones a algo que no es un problema. Que tu cuerpo no sea como el de un anuncio no es un problema. En todo caso, si te toca espacio en la arena justo al lado de un equipo mixto de natación sincronizada y sus cuerpos de escándalo te hacen sentirte pequeñito e insignificante en tu tumbona, muévete hacia un área donde haya gente con cuerpos variados y diversos. Ahí serás solo un punto más en el cosmos de la normalidad.

Y de repente, la discusión

El tópico reza que si quieres mantener a tus amigos, no vayas de viaje con ellos y si quieres mantener a tu pareja no pises IKEA junto a ella. Pero tendemos a olvidarnos de uno de los lugares más propensos a la discusión: la playa. El desencuentro puede empezar antes incluso de pisar la arena. Muchos se pelean ya a la hora de elegir playa, pues las playas son como los zapatos: los que eliges dicen casi todo de ti. Es muy probable que en la elección uno ya haya claudicado. El de la playa urbana va a perder frente al de la playa salvaje, pues sus argumentos casi siempre son más románticos. El primero es un turista, el segundo, un viajero. Más o menos. Una vez sobre la arena las posibilidades de que esto termine siendo más complicado que armar un gobierno de coalición en España son enormes. Uno siempre piensa que alguien debe quedarse guardando las cosas; el otro prefiere pedirle el favor a los de al lado y que las vigilen. Uno siempre quiere ponerse pegado al mar; el otro opta por mantenerse a una distancia prudencial de este. Y sobre todo, salvo en casos de fuerza mayor, jamás se ha visto a dos personas que coincidan en la hora en que hay que irse de la playa.

Una posible solución: No existe. La única que se nos ocurre es ir a la playa solo. E incluso en esas es muy probable que uno acabe peleándose consigo mismo al darse cuenta de que se ha colocado demasiado cerca del mar, no puede bañarse porque le da miedo que le roben y, ya que ha ido hasta allí, acaba quedándose mucho más tiempo de que realmente le apetecía.

Hay pocas imágenes más hipnóticas que el plano cenital de una playa abarrotada. La la de la imagen fue tomada en 2017 en las islas Hainan de China durante un fin de semana de fiesta nacional.
Hay pocas imágenes más hipnóticas que el plano cenital de una playa abarrotada. La la de la imagen fue tomada en 2017 en las islas Hainan de China durante un fin de semana de fiesta nacional. Getty Images

Distancia de seguridad

A nadie, exceptuando masoquistas y mirones, le agrada hacinarse en una playa. Pero es agosto y esto es España. Las posibilidades de que, independientemente de la hora en que se aposte en la arena, termine teniendo que sortear sombrillas, castillos de arena, toallas o algunas personas humanas –y otras no tanto– para alcanzar el mar son enormes. Incluso si te colocas en la parte menos amable de la playa, alguien decidirá emplazarse cerca de ti, tan cerca como para que escuches sus conversaciones, su música y hasta huelas su bronceador. La playa tiene un efecto mágico sobre cierta parte de la población: como están relajados, creen que están solos. Y no hay nada que estrese más tener alguien relajado al lado. Podemos, pues, ser todo lo prudentes que queramos, apartarnos hasta casi colocarnos debajo de las redes de las pistas de voley playa o a pie de mesa de chiringuito. Podemos incluso encaramarnos a una roca. Podemos correr, pero jamás podremos huir.

Una posible solución: Una sería irse a Maldivas, pero suponiendo que el presupuesto no alcance, existe otra más económica, aunque, como casi todas las soluciones de bajo coste, resulta en ocasiones dañina para la salud y el tiempo. Ahí vamos: siempre hay alguien que conoce a alguien que conoce una cala medio abandonada y desconocida. Casi siempre son leyendas urbanas, y cuando no, son leyendas populares, llenas hasta los topes de gente que ha huido de la gran playa masificada para masificar la pequeña cala. En fin, más que una cala, un campo de refugiados. A veces, muy de vez en cuando, su existencia y su aspecto paradisíacos son ciertos. Si no le apetece el riesgo y, simplemente, cual socialdemócrata, prefiere tratar de hacer más humano el cruel sistema imperante, piense que jamás debe colocarse suficientemente cerca de alguien como para que su sombra pise la toalla ajena. Deje un pasillo de seguridad para facilitar la evacuación de sus vecinos hacia el mar. Utilice cascos para la música. Si va con niños, asuma que a alguien le van a molestar –no va a poder convertirlos en seres civilizados este mes de agosto– y no tema pedir perdón. Y si se acercan mucho a usted, respire hondo y cuente hasta septiembre.

Y después de la playa, ¿qué?

Uno de los mayores problemas a los que una persona se enfrenta es a su aspecto tras pasar el día en la playa. Se ha visto a gente de madrugada en bares aún con la toalla y los pies llenos de arena en un estado de severa embriaguez Se han avistado turistas tratando de entrar en un museo con sombrillas y aftersun. Se comenta que incluso en restaurantes con estrella Michelin se han topado con grupos de personas que, directas desde la playa, han aparecido a sus puertas dispuestas a engullir el menú degustación dejando el flotador sobre el carrito de los postres. Entrar en la playa es prometedor, estar en ella acostumbra a no cumplir expectativas, pero es salir de ella –como bien saben el Gobierno Británico y la Unión Europea– lo que mayor dolor de cabeza provoca.

Una posible solución: Lo ideal es ir directo de la playa a su ducha. Cambiarse, hidratarse y volver a ser persona. Solo entonces, uno puede considerar salir a tomar algo, o incluso abandonarse a una cena en un lugar que tiene incluso manteles. Si eso no es posible, y se va una pasar un puñado de horas aún con la ropa y las secuelas playeras encima, lo más sensato es no alejarse de la arena más de 100 metros. Sin estar aseado, aventurarse más allá de la zona de influencia playera está feo. También existe la opción de bajar a la playa con ropa extra, suficientemente decente como para ser admitida en un local bajo techo, pero tampoco muy suntuosa, pues va a pasarse muchas horas en una bolsa y va a ser vestida sobre una piel no exactamente pulcra. Con unas zapatillas, una bermudas decentes y una parte superior con algún botón, ya se nos legitima para adentrarnos en la civilización.

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