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Empieza la batalla del fondo de soberanía de la UE: ¿con qué dinero?

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Las fuerzas se van desplegando, los argumentos afilando, los tambores retumban: la batalla del fondo de soberanía europeo para respaldar la industria en sectores clave se acerca, y los países miembros de la Unión Europea se preparan. ¿Con qué dinero financiarlo?

El mundo avanza en una globalización mucho más política que aquella que conocimos desde los noventa, con un fuerte papel del Estado, en términos de construcción de autonomía estratégica, apoyo a las empresas en la carrera en sectores fundamentales, con proteccionismo, restricciones a las exportaciones, etcétera. En este contexto, hay amplio consenso en que la UE debe responder a las vigorosas iniciativas de Estados Unidos y China para competir con ellos y no caer en una peligrosa dependencia en áreas como los microchips, las baterías, el hidrógeno, las materias primas estratégicas… Pero el consenso abstracto plantea dilemas concretos: ¿hasta qué punto sostener esta acción industrial con ayudas de Estado? ¿Hasta qué punto recurrir a fondos comunes?

En el primer apartado, los países de la UE con menos margen de maniobra temen que una flexibilización de las normas reviente el mercado interior, dando ventaja competitiva a las empresas de los países más prósperos. En el segundo apartado, los países con mayor solidez fiscal se niegan a respaldar nuevo endeudamiento común para financiar un impulso industrial generalizado. Siete de ellos —Austria, Dinamarca, Eslovaquia, Estonia, Finlandia, Irlanda y República Checa— enviaron a la Comisión Europea una carta fechada el jueves y a la que tuvo acceso la agencia Reuters en la que rechazan de plano esa perspectiva. Hay otros tres, de peso, que no han firmado, pero opinan lo mismo: Alemania, Países Bajos y Bélgica. Sostienen que gran parte de los fondos pandémicos NextGeneration sigue siendo disponible, que desde el principio fueron vinculados a proyectos en las áreas digitales y verdes y que esa es la bolsa de la que hay que tirar.

Pero cunden las dudas de si eso, junto con una flexibilización limitada de las ayudas de Estado, es suficiente. Tan solo la iniciativa específica en materia verde de la Administración de Biden mide unos 340.000 millones de euros, casi la mitad del conjunto Next Generation. Por otro lado van el estímulo para nuevas infraestructuras, de casi un billón, y el de los microchips y ciencia, de 260.000 millones de dólares. El comisario para el Mercado Interior, Thierry Breton, por ejemplo, habla abiertamente de la oportunidad de emitir nueva deuda. En una tribuna publicada el jueves en Financial Times, los vicepresidentes de la Comisión Dombrovskis, Vestager y Timmermans son más prudentes y señalan que se prevé que el régimen de comercio de derechos de emisión de la UE recaudará unos 700.000 millones de aquí a 2030, que el Banco Europeo de Inversiones puede desempeñar un papel y que “otros instrumentos existentes pueden contribuir”.

Consciente de que la constitución del fondo de soberanía —que anunció en el discurso del estado de la Unión del pasado septiembre— tardará tiempo, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, prometió medidas puente que actúen de forma rápida y focalizada. Dijo en el foro de Davos que serían tanto en concepto de préstamo como de ayuda. Los próximos días 9 y 10 de febrero los líderes de la UE tienen previsto celebrar una cumbre que abordará estas cuestiones.

Países como España e Italia han recibido un fortísimo sostén gracias a la adjudicación mayoritaria de los fondos NextGeneration. No se hallan en una posición política cómoda para pedir ahora un nuevo endeudamiento común. Es cierto que queda mucho por gastar. Pero en perspectiva se ve que los competidores juegan con enormes magnitudes, y que la UE puede mantener ese ritmo y su equilibrio interno solo con fuertes mecanismos de compensación comunitaria. Si el mundo en el que vivimos es uno de potencias con gran intervencionismo público, la UE inevitablemente tendrá que adaptarse como conjunto. Las alternativas —quedarse en un perímetro de otras décadas, dejarlo en manos de los Estados— suponen perder la carrera internacional o la cohesión del bloque.


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