En el Alcatraz griego

A primera vista, las islas griegas de Makronisos e Icaria no tienen nada en común salvo el mar Egeo que las rodea. La primera es árida y está deshabitada. La segunda, sin embargo, desborda vitalidad. Ambas están unidas por el lazo de la historia reciente de Grecia. La más oscura, la que no sale en la mayoría de las guías de viaje. Makronisos fue un campo de “reeducación”. Icaria fue una isla de exilio para simpatizantes de izquierda tras la guerra civil griega (1946-1949). No fueron las únicas. Pero ninguna remueve el imaginario colectivo como lo hace Makronisos y no hay otra isla de exilio que haya quedado tan marcada por él como Icaria. Ambas comparten también a una de las figuras icónicas del país: el compositor Mikis Theodorakis, que sobrevivió a su paso por las dos.

Un monumento histórico

Ninguno de los ferris que salen de la localidad de Lavrio, en la región de Ática, tiene como destino la isla que se encuentra justo al otro lado de la bahía. Quien quiera visitar Makronisos tendrá que pagar a un pescador para que le lleve.

En el Alcatraz griego solo quedan las ruinas de lo que fue un campo de concentración para miles de prisioneros políticos que operó entre 1947 y 1957. Una estatua de bronce de un hombre con el puño en alto y un enorme pedrusco al hombro recibe al visitante. La “reeducación”, como lo llamaban, de los prisioneros se basaba en palizas y en cargar enormes piedras de un punto a otro de la isla. Abandonada desde 1961, tras la salida del último soldado que hacía guardia en una ya vacía prisión militar, Makronisos fue declarada monumento histórico en 1989 y zona arqueológica en 2019, tras descubrirse cerca de sus costas restos de naufragios de la época clásica. Entre las zarzas que lo van invadiendo todo, se mantienen los esqueletos de varios edificios, los restos de una ermita y un anfiteatro construido por los prisioneros.

Pero para aprender más sobre la isla también hay que visitar Atenas. Gran parte de la historia de este lugar se encuentra en un edificio neoclásico del céntrico barrio de Thissio de la capital griega. Pocos saben de la existencia del Museo de Makronisos-PEKAM —la Asociación Panhelénica de Combatientes Detenidos de Makronisos, por sus siglas en griego—, y los horarios son aleatorios. Incluso en tiempos prepandemia era necesario llamar para verificar que estuviese abierto (Agion Asomaton, 31). Georgia Maxaira, conservadora del museo, hace ocasionalmente de guía a los visitantes. Allí se pueden ver las fotos que se enviaban a las familias de los prisioneros, donde todos salen siempre con una mueca sonriente porque los carceleros controlaban el posado. Allí se encuentran también los dibujos clandestinos hechos por prisioneros que reflejaban las torturas diarias, las cartas de confesión y denuncia que casi todos acababan firmando, un trozo de las alambradas que rodeaban las tiendas, restos del menaje del campo: cacharros de cinc, una pipa rota, un jirón de tela de un uniforme. Maxaira es hija de un antiguo preso, y enumera a los compañeros más ilustres de su padre: los poetas Yannis Ritsos y Tassos Leivaditis; el cineasta Nikos Koundouros, el actor Manos Katrakis y el músico Mikis Theodorakis. El joven genio, que contaba entonces con 23 años, describe con horror en sus memorias su paso por Makronisos, donde fue torturado con saña.

Bastión de comunistas

El nombre oficial de Icaria proviene de la mitología clásica: Ícaro se estrelló en su costa cuando sus alas se derritieron por acercarse demasiado al Sol. Pero su apodo, la “Roca roja”, tiene su origen en la política: ha sido durante años un bastión del Partido Comunista Griego. Que un partido de corte estalinista consiga hasta el 41% de los votos en una isla perdida en el Egeo tiene su origen en su pasado como lugar de exilio para 13.000 simpatizantes de izquierda en los años cuarenta. Las autoridades, que querían mantener a los alborotadores lejos de Atenas, consiguieron el efecto contrario: que en un lugar donde pocos habían oído hablar de Marx y Engels, destacados comunistas acabaran enseñando a leer a toda una generación.

Icaria emerge del mar como un monolito. Desde el ferri que cubre la ruta El Pireo-Evdilos, uno de sus dos puertos junto al de Agios Kirikos, se aprecia lo escarpado de su costa con playas entre los acantilados. La cima suele estar cubierta por un anillo de niebla que solo despeja al mediodía. En las Tierras Altas, entre los robles centenarios del bosque de Randi, uno se siente lejos de la arquetípica isla griega.

No tiene el ambiente de lujo discreto de las islas Cícladas, ni tampoco ha sufrido un desarrollismo salvaje como la cercana Kos. Esto no quiere decir que sea una desconocida. Un estudio de National Geographic calificó a Icaria como una de las cinco “zonas azules” del planeta, lugares donde la población alcanza edades muy avanzadas gracias a un estilo de vida saludable. Aquí los ancianos han sido objeto de estudios médicos, protagonistas de documentales y decenas de libros han analizado su dieta. La chef greco-estadounidense Diane Kochilas, cuyo padre es de Icaria, fue la primera en capitalizar la idea y en temporada alta tiene una escuela de cocina en el pueblo de Agios Dimitrios con visitas a viñedos, como los del bodeguero Nikos Afianes, y granjas cercanas para catar vino, quesos y miel.

A las tres de la tarde, los mayores que juegan al backgammon —o tabli, como se lo llama en Grecia—, en el café de la plaza de Agios Dimitrios, dejarán la partida para irse a dormir la siesta. Dedicarán la tarde a arreglar el huerto o dar de beber a las cabras y volverán por la noche a retomar el juego hasta que el cuerpo les pida ir a dormir. Visitar un pueblo cualquiera en Icaria a primera hora de la mañana, como hacen algunos turistas voluntariosos, es una pérdida de tiempo.

La sensación de que el reloj sobra se acentúa en agosto. Las panagiria (verbenas) del Día de la Ascensión de la Virgen (15 de agosto) son legendarias en Grecia. Cada pueblo celebra la suya, y aquí todo el mundo es bienvenido mientras contribuya con comida y bebida y respete a los mayores en la zona de baile. La resaca, de proporciones tan épicas como la panagiria, llevará a los fiesteros a los cafés del pueblo costero de Armenistis o a la playa de Nas. Más allá de que National Geographic los convirtiera en celebridades, los residentes de más edad definen la idiosincrasia de este lugar. Todos ellos coincidieron con la ola de exiliados políticos a los que recuerdan con respeto y nostalgia. “¿Theodorakis? Vivía en el pueblito de Vrakades. Hay un museo”, dice Ioanna Proiou, de 109 años. Ioanna, que ha vivido siempre en Christos Raches, no tiene un recuerdo nítido del “joven” Mikis, hoy de 95 años. “Era uno más de todos los que vinieron de Atenas”, dice del compositor mundialmente conocido años más tarde por las melodías de Zorba el Griego. “¡Qué tiempos!”, suspira.

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