En lo profundo del valle con Quique González

La niebla cubre lo alto de las montañas y amenaza lluvia en el valle. Quique González camina despacio y señala al cielo. “No hay luz. Son muchos días así. Quizá demasiados”. Un poco antes, en una sobremesa “sin prisa”, se había parado a reflexionar sobre qué ha sido hasta ahora lo más duro de habitar en Villacarriedo, el pueblo enclavado entre los valles pasiegos de Cantabria al que se fue a vivir desde Madrid hace 17 años. “La falta de luz”, sentenció. “La echas de menos casi todo el año, pero en enero y febrero es muy duro. Se impone una ausencia absoluta de ella”.

La luz es una palabra que planea por todo su nuevo álbum, Sur en el valle, que se ha publicado este viernes 1 de octubre. Se repite varias veces hasta el punto de que, con su particular forma de crear imágenes en las letras, habla de “la luz de la luz del tornado” en la canción Tornado, una especie de nana lúgubre. Esa mirada bien podría ser la del propio González, quien compuso este disco durante el pasado año y medio de pandemia. Lo hizo dentro de su furgoneta GMC Vandura. Aparcada en el jardín boscoso de su casa, se metía dentro de ella para aislarse y componer material nuevo mientras su pareja y su hija de dos años permanecían en el hogar. “Era mi taller. Y la única forma de encontrar cero distracciones”, explica. Dentro de ese trasto con ruedas, veía por las ventanillas el valle. Y, de alguna manera, su propia vida. Las canciones salieron una detrás de otra, movidas por “la intuición”, sin plan ni concepto. Villacarriedo quedaba abajo, en lo hondo del valle, y su mirada observaba un espacio que ha atravesado al músico hasta fundirlo con él.

“Creo que el disco va del paso del tiempo”, confiesa González, quien en apenas un par de semanas cumplirá 48 años. “Pero no da respuestas. Deja interrogaciones”. De marcado carácter existencialista, Sur en el valle supone un viaje al alma de un artista que venía de un álbum compuesto solo con letras del poeta Luis García Montero, la única de sus obras en la que González no escribió ni un verso y que además llegaba tras el parón más largo de su carrera. Ahora, las canciones vuelven a ser suyas y y transitan muchos recovecos emocionales a través de estrofas repletas de escenas y situaciones que necesitan ser encajadas con la complicidad del oyente, casi con su capacidad para descifrar los códigos de un compositor que reconoce que su música es un diálogo consigo mismo y que se siente “muy afortunado” porque hay mucha gente que valora y conecta con ese diálogo. “No es un disco narrativo. Es introspectivo. Donde suceden las cosas es más importante que las historias”.

Quique González posa en Villacarriedo.
Quique González posa en Villacarriedo. Lino rico

Lunas de trueno, puentes de los noctámbulos, plazas mojadas, curvas inesperadas, tardes interminables y chimeneas de fábricas abandonadas pueblan el paisaje de Sur en el valle. Desde que González decidió en 2004 comprarse una casa en Villacarriedo, su música se ha ido empapando de este entorno. Discípulo de Enrique Urquijo, al que compuso su último éxito Aunque tú no lo sepas, y colega de Antonio Vega, el artista, nacido en la capital, se mostró como un talentoso retratista de Madrid en sus primeros discos. Era una variante rockera a la inmensa herencia de Sabina en la ciudad. Sin embargo, a medida que fue pasando más tiempo en Cantabria, se fue condicionando por el ambiente. Discos como Daiquiri blues, Delantera mítica y Me mata si me necesitas nacen de este periodo con espíritu pasiego. De esta forma, el joven cantante de pop-rock acabó por calzarse las botas y hundirse en el folk, otorgando a sus canciones un aire más campestre, pero, a medida que pulía su estilo y su escritura, también más cinematográfico. No por las narraciones, sino por los lugares que evocan historias y que, como canta en la canción que da título a Sur en el valle, “persisten en tu imaginación”.

Uno de esos tantos lugares es la gasolinera de Carriedo, nombrada en Me lo agradecerás, composición perteneciente a Delantera mítica. Una gasolinera como otra cualquiera, si no fuera porque adquirió carácter mítico para los seguidores del músico después de que la voz de Zahara acompañase a la de González para crear una estampa de soledad y huida. Hay otro lugar asociado a la vida del cantante, pero que no sale en sus canciones, y, aun así, es el más importante: el restaurante Las Piscinas. “Sin la generosidad excesiva de Fonso, hubiera durado dos años en el valle”, afirma el músico sobre el dueño del bar con el que mantiene una amistad de 15 años.

Es una jornada de diario y la tranquilidad reina en Villacarriedo, que apenas tiene 1.800 habitantes. Por la mañana se oye al gallo cantar y, un poco después, a los perros ladrar. Se ve una mujer con delantal y gorra transportando una lechera metálica tras ordeñar a la vaca. Un anciano pasea con un bastón junto a unos prados y una señora hace lo mismo por las callejuelas. El escaso trajín lo traen las furgonetas de reparto que van y vienen dejando mercancía como en la comercial agrícola Maradona, en la calle principal de entrada al pueblo. En los balcones y fachadas de piedra de muchas casas cuelgan pancartas con el dibujo de una hélice eólica y una frase: “No en nuestros valles”. Esos valles, amenazados por un progreso traicionero, son los mismos que despliegan una particularísima atmósfera pasiega, calma y grisácea. Y los mismos a los que les falta luz y están honrados en las canciones de Quique González.

Una mujer pasea por Villacarriedo, pueblo de los valles pasiegos de Cantabria.
Una mujer pasea por Villacarriedo, pueblo de los valles pasiegos de Cantabria.Lino rico

González ha compuesto un disco que habla de “resituarse, de buscar el lugar todo el rato”. Y basta su título para entender que esta vez se avecina un cambio. Hay un movimiento. Sur en el valle es una expresión que se dice cuando sopla un viento imprevisto. “Trae trastornos”, explica. Es una especie de leyenda asociada al paisaje, que condiciona el comportamiento de las personas. “Es como la poción mágica de Astérix. Algo insólito y extraño que sucede en ese espacio”, cuenta González, que lo compara al significado del viento de tramontana en la costa del Mediterráneo y las islas baleares.

El viento del sur ha soplado en Quique González y el nuevo disco es su testimonio. “Venirme a vivir aquí fue muy hippie. Creo en el hipismo, pero en el hipismo controlado”, dice González con una media sonrisa. El paso del tiempo sobre lo que trata el disco es también el paso del tiempo en la vida de una persona que, cercano al medio siglo de existencia, ahora tiene familia. La misma persona que reconoce que ha vivido durante muchos años “muy aislada”. “Últimamente, no he dejado de pensar que quizá me vine demasiado pronto a vivir al valle”, confiesa. Se lía un cigarro y con una copa de vino en la mesa, piensa que a lo mejor se ha perdido “vivir otras experiencias”. Siente que, en todo este tiempo en el valle, le hubiera gustado “simplemente” tener “un grupo de músicos con los que quedar y tocar en un bar”.

Dos lugareños de Villacarriedo charlan en el restaurante Las Piscinas.
Dos lugareños de Villacarriedo charlan en el restaurante Las Piscinas.Lino rico

Músicos como Toni Brunet, que formó parte de la producción de su anterior disco, Las palabras vividas, y ahora toca y produce Sur en el valle. O César Pop, su gran camarada, que vuelve a participar con él, incluso en la composición musical. O Jacob Reguilón, Edu Olmedo, Alejandro Boli Climent, que forman parte de la banda. O Nina y David Chuches de Morgan, que colaboran en coros y órgano respectivamente. Todos han grabado el álbum en directo, tocando a la vez y “picando pala”, a la forma de “la vieja escuela”. A medio camino entre el Van Morrison más otoñal con esos colchones de órgano y el Bob Dylan anciano con esas guitarras y contrabajos creando escenarios, hay un sonido crepuscular que cruza todo el álbum. González lo define como “sonido de viejos vagos”. “Tenía en mi cabeza una frase que le dicen a Ricky Nelson como pistolero en la película Río Bravo: ‘Es lo suficientemente bueno como para no tener que demostrarlo’. Quería que nosotros sonásemos así”.

A estas alturas, González no necesita demostrar nada y sabe que este disco, aún más que otros, obliga a “un esfuerzo mayor al oyente” y le saca de las corrientes actuales. Sur en el valle le aparta más de todo, menos de sí mismo. “Me resisto a funcionar en un determinado mundo. Mi música suena mejor en un teatro en Logroño para 500 personas que en un festival”, afirma. Y no piensa en componer otra Charo, la última canción que le abrió a más público. “He llegado a la conclusión de que no sé hacer un éxito, pero tampoco me interesa”. “Creo que no he venido a la música para hacer mover el culo, aunque admiro a quien lo hace”, dice hoy un tipo que le gustaría parecerse “por encima de todos a Lucinda Williams” y sentencia: “Solo aspiro a ser el músico que se pone por la noche alguien en el coche mientras conduce por la carretera”.

Quique González, en un prado del pueblo.
Quique González, en un prado del pueblo. Lino rico

Cae la noche en Villacarriedo y las luces de las farolas parecen espectros entre la neblina. Sin dejar de fumar, González reflexiona en el porche de Las Piscinas: “Tengo ya bastante oscuridad como para vivir en la oscuridad”. Cuando salió el primer adelanto del nuevo disco, Puede que me mueva, ya estaba anticipando algo. “Quiero intentar vivir al estilo mediterráneo”, canta. Detrás de esa frase, anticipaba que se va de Villacarriedo. “Este disco es el anticipo de la despedida”, cuenta sobre un álbum que al final incluye una canción titulada Los amigos se van. Sin hacer un cambio tan radical como largarse a orillas del Mediterráneo, su idea es regresar a Madrid. Busca algo más de luz, apunta, aunque no solo él. “Ahora, pienso más en el equipo que en mí”, dice. El equipo es su hija y su pareja, también madrileña y con familia en la capital. Y reconoce: “La libertad, a veces, te hace más desordenado y ese desorden, sumado a la soledad, me invitó a muchas adicciones”.

La amenaza de la tarde se cumplió. Al final llueve débilmente, pero llueve. En mitad de la llovizna y antes de irse, ha compartido desde el móvil una canción inédita con la que está trabajando estos días al piano. Habla de acercarse a un acantilado y contiene el siguiente verso: “La furia en el paisaje”. Todavía resuena el verso cuando se marcha por el camino de siempre. Nada se inmuta en la noche de Villacarriedo. No corre el viento. Parece que todo aguarda entre las montañas, pero es solo la profundidad del valle.

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