Enfermedad y muerte: se cumple un año de la aparición del COVID-19 en el mundo


Casi ningún lugar, ni nadie, se ha salvado.

El virus que surgió por primera vez hace un año en Wuhan, China, se propagó por el mundo en 2020 y dejó estragos a su paso. Más que cualquier evento en la memoria, la pandemia ha sido un evento global. En cada continente, los hogares han sentido su devastación: desempleo y confinamientos, enfermedad y muerte. Y un miedo constante e implacable.

Pero cada nación tiene su propia historia sobre cómo lo enfrentó. China utilizó su músculo autoritario para aniquilar al nuevo coronavirus. Brasil sufrió con la pandemia mientras su presidente se burló de ella. Los ultraortodoxos de Israel infringieron las medidas para evitar la propagación de la enfermedad e intensificaron la brecha entre ellos y sus vecinos más seculares.

España fue testigo de la muerte de miles de sus ancianos. Los kenianos miraron cómo las escuelas cerraron y los niños iban a trabajar, algunos en la prostitución. El confinamiento draconiano de India redujo la tasa de infección, pero sólo temporalmente y con un costo terrible.

A finales de año, las vacunas ofrecen un rayo de esperanza en medio de una creciente segunda ola de contagios.

“El verano será difícil, cuatro meses largos y difíciles”, dijo la canciller Angela Merkel, cuando anunció nuevas restricciones a la vida en Alemania. “Pero terminará”.

Aun sin posadas, artesanos ofrecen la piñata para la diversión de niños y adultos.

Periodistas de The Associated Press alrededor del mundo analizaron cómo los países desde los que reportan han resistido la pandemia — y dónde se encuentran cuando está por iniciar el segundo año de los contagios.

ESTADOS UNIDOS ha sido inundado por una ola tras otra de cifras sombrías —muertes por COVID-19 en los cientos de miles, infecciones en los millones. Si bien esos números son testimonio de una tragedia de proporciones históricas, no capturan del todo la multitud de maneras, grandes y pequeñas, en las que el virus ha trastornado y reajustado la vida cotidiana. Para eso, sin embargo, hay una serie de otras cifras, algunas más familiares que otras, pero todas igualmente reveladoras para rastrear el impacto generalizado de la pandemia.

En MÉXICO, el gobierno hizo poco más allá de pedir a su gente que actuara responsablemente. El resultado: más de 100,000 muertes, una cifra que se presume es una subestimación.

La historia del COVID-19 en BRASIL es la historia de un presidente que insiste que la pandemia no es gran cosa. Jair Bolsonaro demeritó cualquier cuarentena, y dijo que los cierres arruinarían la economía y castigarían a los pobres. Se burló de la “pequeña gripa”, y después pregonó la afirmación fatalista de que nada podría evitar que el 70% de los brasileños enfermara. Y se negó a asumir la responsabilidad cuando muchos lo hicieron. Sí inyectó dinero en la economía para aliviar el dolor de la pandemia. Y aunque Bolsonaro pudo haber inspirado a la gente a resguardarse, en lugar de ello los alentó a desobedecer las restricciones locales.

Los trabajadores han regresado a las fábricas y oficinas, los estudiantes están de vuelta en las aulas, y una vez más se forman largas filas fuera de populares restaurantes. En las ciudades, usar un cubrebocas quirúrgico se ha convertido en hábito —aunque ya no sea requerido fuera del metro y otros lugares concurridos—. En muchos sentidos, la vida normal se ha reanudado en CHINA, el país donde el COVID-19 apareció por primera vez hace un año. El gobernante Partido Comunista de China ha replegado algunos de los controles más radicales contra enfermedades jamás impuestos. El desafío es el empleo: la economía crece nuevamente, pero la recuperación es desigual.

Los ALEMANES disfrutaron de un verano bastante relajado con muchas restricciones levantadas, el dividendo de una respuesta rápida al brote inicial y una confianza en realizar pruebas de manera temprana y agresiva que le ganó amplios elogios. Eso redujo el número de casos diarios de COVID-19 de un pico de más de 6,000 a fines de marzo, a unos cuantos cientos hacia los meses más cálidos. Pero cuando la gente se volvió laxa para seguir las reglas, las cifras comenzaron a aumentar hasta casi cuadruplicar el récord diario de marzo, y ahora el país se encuentra en un nuevo confinamiento mientras intenta volver a controlar la pandemia.

Decenas de líderes internacionales reclamaron este jueves un acceso equitativo y global a las vacunas contra el coronavirus durante una reunión especial de la ONU para abordar la gestión de la pandemia.

INDIA, una nación de 1,300 millones de personas, probablemente emergerá como el país con la cifra del nuevo coronavirus más alta del mundo. Respondió a la pandemia desde el principio con un confinamiento nacional abrupto, pero el número de casos se disparó a medida que las restricciones se suavizaron y su frágil sistema de salud pública luchó para mantener el paso. Se han planteado preguntas sobre su inusual baja tasa de mortalidad. Las preocupaciones de India sobre el virus se ven multiplicadas por su economía en apuros que registró su peor desempeño en al menos dos décadas. Será la más afectada entre las principales economías del mundo, incluso después de que la pandemia disminuya.

Al principio, los funcionarios IRANÍES le restaron importancia al COVID-19: negaron el número creciente de infecciones, se rehusaron a cerrar las mezquitas, tomaron medidas a medias para cerrar negocios. Eso fue entonces. Pero ahora, incluso el líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, usó guantes desechables cuando plantó un árbol ante medios estatales, y oró en una mezquita vacía para el inicio de la santa conmemoración chií de Ashura. La pandemia del nuevo coronavirus sólo ha empeorado en Irán en el transcurso del año y amenaza a todos, desde el jornalero en la calle hasta los niveles más altos de la República Islámica. Ahora, el virus ha enfermado y matado a altos funcionarios, y se ha convertido quizás en la mayor amenaza de Irán desde la agitación y guerra que siguió a la Revolución Islámica, en 1979.

Cuando ISRAEL entró a su segundo confinamiento nacional por el nuevo coronavirus en septiembre, la mayoría del país cumplió rápidamente con el cierre. Pero en algunas áreas ultraortodoxas, las sinagogas estaban repletas, los dolientes atestaban los funerales y los casos de COVID-19 continuaban en aumento. El incumplimiento de las reglas de seguridad a nivel nacional en áreas ultraortodoxas reforzó la percepción popular de que la comunidad prioriza la fe sobre la ciencia y se preocupa poco por el bien común. También ha provocado una reacción violenta que amenaza con extenderse a lo largo de la sociedad israelí durante años. Mientras tanto, los territorios palestinos vecinos —Cisjordania y la Franja de Gaza— se enfrentan a sus propias crisis.

A fines de febrero, ITALIA se convirtió en el epicentro del COVID-19 en Europa y en una advertencia de lo que pasa cuando un sistema de sanidad colapsa bajo el peso de los enfermos y muertos por la pandemia, incluso en una de las partes más ricas del mundo. Cuando se produjo una segunda ola en septiembre, ni las lecciones aprendidas de la primera fueron suficientes para salvar a la población desproporcionadamente anciana de Italia. A pesar de los planes y protocolos, los sistemas de monitoreo y la maquinaria que se implementaron para proteger contra el esperado embate otoñal, miles más murieron y los hospitales fueron llevados al límite una vez más.

La pandemia de COVID-19 en JAPÓN tuvo un inicio turbulento en febrero cuando un crucero de lujo regresó a su puerto de origen cerca de Tokio con pasajeros y tripulación; sus infecciones detonaron durante la cuarentena. El manejo del Diamond Princess desató las críticas de que los funcionarios japoneses de sanidad lo hicieron mal y convirtieron al barco en una incubadora de virus. A pesar de las preocupaciones de si el país podría sobrevivir a futuras oleadas de infecciones, Japón se ha librado de los peligrosos incrementos vistos en los Estados Unidos y Europa, y ahora espera ser anfitrión de los Juegos Olímpicos el próximo verano. Los expertos dicen que el uso de cubrebocas y el control de sus fronteras han sido la clave para mantener bajo el número de casos japoneses.

Dicen que la juventud es un factor que protege contra el COVID-19. En KENIA, la juventud ha sufrido de todos modos. Desde niños obligados a realizar trabajos duros y a prostituirse, hasta escuelas cerradas hasta el 2021; desde un niño muerto cuando la policía disparaba para imponer el toque de queda, hasta bebés nacidos en condiciones desesperadas. Los efectos de la pandemia en Kenia han caído con fuerza sobre los jóvenes. Las crecientes presiones económicas y la intención de Kenia de cerrar las escuelas para casi todos hasta el 2021 han puesto una enorme presión sobre los niños, que súbitamente fueron dejados a la deriva por millones. Algunos ahora parten rocas en canteras o se han volcado a la prostitución y el robo.

Por meses, PERÚ mantuvo el sombrío título de ser el primero en el mundo en muertes per cápita por COVID-19. No tenía por qué ser así. Décadas de inversión insuficiente en salud pública, malas decisiones al principio de la pandemia, junto con una desigualdad severa y escasez de bienes que salvan vidas como el oxígeno medicinal, se combinaron para crear uno de los brotes más mortíferos del mundo. Ahora la nación lidia con un dolor masivo y paralizante. Una encuesta reciente encontró que siete de cada 10 peruanos conocen a alguien que ha muerto por el virus.

En el país más desigual del mundo, la enfermedad golpeó con más fuerza a los pobres y la recesión económica elevó el desempleo al 42%. Pero SUDÁFRICA tenía un arma secreta: cientos de profesionales que son veteranos de batallas de larga duración contra el VIH / SIDA y la tuberculosis resistente a los fármacos. Los líderes del país prestaron atención a su consejo sobre cómo manejar el nuevo coronavirus, y aunque ha habido altibajos, los peores escenarios no han ocurrido.

En 2020, los ESPAÑOLES han normalizado cosas impensables sólo 12 meses antes. Pero 2020 también pasará a ser el año en que un virus desconocido sacudió los cimientos del contrato social y expuso un sistema que fracasó para evitar tantas muertes. Los políticos presumen que el sistema no colapsó durante esa primera ola, cuando el país registró 929 muertes en un solo día. Pero los profesionales de la salud le dirán que el costo actual fue un personal tan saturado de trabajo que enfermó más que en cualquier otro lugar del mundo y sufrió un enorme costo emocional.

En NUEVA ZELANDA, el gobierno cerró sus fronteras y casi todo, y evitó todas excepto un par de docenas de muertes. Las naciones del mundo abarcaron todo el espectro en sus respuestas a la pandemia de COVID-19, y a veces pasaron de medidas estrictas a laxas o viceversa en el transcurso de unos pocos meses. Una mirada al estado de la pandemia en todo el mundo.




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