Es difícil convivir con los muertos de una pandemia, pero alguien tiene que hacerlo: Andrés Suárez, panteonero

Andrés no porta trajes especiales de protección ni equipo sofisticado, pero sí se cuida, su uniforme son unas botas oscuras, un morral y una gorra.

Por Diana Manzo

Juchitán, Oax.- Con la pandemia de coronavirus, el ritual de muerte en el Istmo de Tehuantepec -región oaxaqueña altamente tradicional- sufrió cambios para evitar brotes, ahora ya no hay velorios de cuerpo presente y tampoco entierros masivos. Lo mismo ocurre en los panteones, las inhumaciones son de madrugada o altas horas de la noche.

Nuevamente en esta segunda semana de septiembre van al alza los entierros, “cuatro al día” y alguien tiene que registrarlos: los panteoneros.

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Andrés Suárez Gómez tiene 56 años y es el encargado de vigilar, ordenar y registrar que los cadáveres que lleguen al panteón Domingo de Ramos en Juchitán, que se entierren en el lugar destinado y con los protocolos debidos. Ser panteonero en pandemia significa para él “una actividad esencial” con riesgo permanente de contagio, pues asegura “alguien tiene que hacerlo”.

“En Juchitán los muertos de Covid los medimos aquí desde el panteón, porque llevamos un registro de todos los que se entierran y lo cotejamos desde sus actas de defunción. En junio y julio cavamos más de 60 fosas y ya nos quedan pocas de usar, la gente sigue muriéndose por esta pandemia, seguimos en alto grado de contagio, lo vemos todos los días con las inhumaciones”.

Esta ciudad zapoteca que reúne 90 mil habitantes tiene tres panteones (Domingo de Ramos, Lunes Santo y Miércoles Santo). El más grande es el Domingo de Ramos, que tuvo en junio y julio sus meses más críticos, cuando fallecieron entre 8 y 9 personas al día, el 70 por ciento de coronavirus, pero ahora, en septiembre, nuevamente hay un incremento de muertes, lo cual preocupa a las autoridades porque podría repetirse “un rebrote y deceso masivo”.

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A diferencia de otros panteoneros, Andrés no porta trajes especiales de protección ni tampoco equipo sofisticado, pero sí se cuida. Su uniforme es unas botas oscuras, un morral y una gorra, además activó un protocolo de cuidado personal que consiste en “tomar la sana distancia” y “usar mascarilla”.

Desde marzo cuando comenzó la emergencia sanitaria su vida cambió y aunque su trabajo pasa desapercibido, realiza una “actividad esencial” porque es la última persona que despide a los muertos en esta pandemia.

Su labor no tiene horario y tampoco días de descanso. El panteón Domingo de Ramos y el anexo han sido testigos de más de 150 entierros, de los cuales el 70 por ciento son por Covid-19 o con síntomas relacionados a esa enfermedad.

Del miedo mejor no habla, pero sí explica que es una “labor difícil” porque lo tiene que hacer con responsabilidad y aunque no se le reconoce, él está obligado hacerlo, porque es su fuente de ingreso familiar.

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Andrés no puede omitir que constantemente recibe reclamos, desprecios e inclusive rechazos, pero él continuará en esta actividad de “panteonero”.

En una libreta registra todos los datos de las personas que fallecen y semanalmente rinde un informe a las autoridades, por eso su labor es importante, ya que así se ha logrado mantener un subregistro de defunciones que choca con las estadísticas oficiales, debido a que muchas personas prefieren tratarse desde sus hogares y no acudir a hospitales.

También recorre todas las sepulturas y está atento a los sepelios, vigila que se respeten los protocolos, y también que no se invadan los espacios; su labor no es nada sencilla porque eso le ha costado también “malos tratos” y hasta “regaños” de los familiares.

“Aquí la hacemos hasta de psicólogo, luego llegan personas muy prepotentes que nos quieren regañar o nos culpan de las medidas de protocolo que usamos, nosotros respetamos, y creemos que morir en estos tiempos no es nada sencillo, por eso creemos que nuestra labor debiera también tomarse seriamente y no a juego”.

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Con su familia, también toma medidas de prevención y se mantiene aislado desde marzo en un cuarto para evitar relación con sus padres, quienes son mayores de edad.

Sobrevivir para continuar como “panteonero” es ahora su reto, porque “rajarse” no está en su vocabulario.

“Acepté ser panteonero y me toca aguantarme, así como dicen, ‘en las buenas y en las malas, ‘con pandemia y sin pandemia’, y aquí seguiré hasta que Dios quiera”.




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