Escribir ante la catástrofe


Hace casi quinientos años Tenochtitlan fue sitiada por un ejército conformado por españoles y sus aliados, la defensa de la ciudad puede equipararse a otras historias que narran los días dramáticos que transcurren en torno de una ciudad sitiada: los gestos heroicos y desesperados, la falta de comida y agua dulce y, en el caso de Tenochtitlan, la llegada de la muerte masiva a causa de la viruela. El sitio duró meses, del 26 de mayo al 13 de agosto de 1521. Trato de imaginar los últimos estertores de la defensa, casa por casa, los últimos intentos por evitar el establecimiento del nuevo orden que puso fin al mundo como se conocía en estas tierras. Las estructuras políticas y de gobierno cambiarían definitivamente, y no solo eso, el descenso que la población nativa sufrió entre guerras, terribles epidemias y hambrunas fue dramático y configuró un mundo distinto; esto debió haberse vivido como un apocalipsis. La conquista de estas tierras no solo selló el destino de este lado del mundo sino el del mundo por completo. Este mundo, como lo conocemos hoy, ordenado por tres grandes sistemas, colonialismo, patriarcado y capitalismo, se consolidó en medio de esa catástrofe. El capitalismo necesita del orden colonial, así como el colonialismo no fue establecido por un matriarcado. Se trata de sistemas profundamente imbricados. El racismo, que ordena y clasifica los cuerpos, es un hijo del colonialismo como el machismo lo es del patriarcado y el clasismo del capitalismo.

Este sistema complejo de tres cabezas implantado por el orden colonial se perfeccionó con el establecimiento de los estados nacionales. El estado nacional proveyó de una estructura que ha dado marco legal a estos sistemas, no sorprende entonces que el racismo haya sido legal e institucional, que los países que nacieron excluyeran a las mujeres como ciudadanas con derecho al voto y que el estado sea el protector del capital. El marco legal de las democracias del mundo ha cobijado al patriarcado, al capitalismo y al colonialismo. Si pasamos la realidad por este tamiz no daremos cuenta que fenómenos aparentemente desconectados surgieron de la misma matriz de sistemas de opresión, de subsistemas dentro de un sistema mayor. No podemos hablar de los pueblos indígenas sin hablar de las luchas de la población afrodescendiente o sin hablar de la lucha por el respeto a los derechos humanos de las personas migrantes o la lucha de las mujeres en todo el mundo. Por ejemplo, la lucha de los pueblos indígenas y la lucha por los derechos de las personas migrantes tiene en común al estado: es el estado el que ha combatido la existencia de los pueblos indígenas y son las fronteras del estado las que se convierten en un obstáculo al libre tránsito de las personas. El establecimiento del orden colonial, que es a su vez patriarcal y capitalista y que ahora administra el estado, ordenó la realidad y creó categorías de opresión como “indio”, el orden colonial estableció el comercio de esclavos desde África y potenció la acumulación del capital. Para lograr todo esto, mantener a las mujeres dentro de una categoría de opresión resultó también fundamental.

Las consecuencias son visibles. Escribo estas líneas en un momento de la historia en el que se anuncian y se empiezan a vivir los estragos de algo que se ha llamado “cambio climático”. En poco tiempo este sistema de tres ingredientes principales está acabando con el planeta. El sitio del mundo ha comenzado. Los pronósticos son desalentadores y los agentes que podrían hacer algo para frenar este proceso de muerte no están haciendo casi nada y parece que no lo harán. En un contexto así, las consecuencias del daño al medio ambiente anuncian efectos sociopolíticos radicales: se crearán nuevos privilegios, se incrementarán migraciones masivas de personas que sean más vulnerables a la catástrofe ambiental, sufriremos un ataque frontal a los territorios de los pueblos indígenas para hacerse de los insumos que necesita el capitalismo para perpetuarse, recrudecimiento del control de las fronteras, entre muchos procesos atravesados todos por el género. Se siente la inevitabilidad de la catástrofe que se erige ante la humanidad, esa crispación que anuncia la inminencia de un suceso terrible y complejo. Las desigualdades se acrecentarán enmarcadas en una crisis ambiental nunca antes vista. Toda lucha social necesitará acomodarse dentro de la realidad que dibujan los cada vez más crecientes efectos del cambio climático.

Supongo que esa misma crispación que ahora percibo sintieron los habitantes de este lado del mundo hace quinientos años, la inminencia de una catástrofe inefable. Contra todo pronóstico los pueblos indígenas continuamos existiendo, a pesar de la muerte y el apocalipsis de hace quinientos años. ¿Cómo fue eso posible? Porque en medio de las catástrofes se articulan resistencias que apuestan por la vida y a pesar de un contexto que provee tanta muerte. De esa catástrofe que viene, de la crispación que la precede y de la articulación de las resistencias estaré hablando en estas líneas, porque, contra todo pronóstico, aquí seguimos.

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