España brinda con Busquets


Luis Enrique resultó profético. “España es una botella de cava a punto de descorcharse”, dijo en la previa. Y bien que lo hizo frente a la escuálida selección de Eslovaquia, a la que apalizó en la sopera de La Cartuja, con más de 30 grados de azote. La Roja rompió a jugar, se recreó y hasta Eslovaquia estuvo de su lado: concedió un penalti, se autogoleó por dos veces, permitió una siesta continua a Unai Simón y por Sevilla solo dejó un reguero de calamidades. La España más expansiva del campeonato, la sincronizada por Busquets y ofensivamente abanderada por Sarabia, se lo hizo pagar hasta dejarla en tanga, exprimida como a un limón. La Roja, esta vez teñida de blanco, corría el riesgo de ser un equipo destinado al olvido. Llegado un día crucial, todos a una: ¡Presentes! Segunda de grupo, ahora se medirá con Croacia el próximo lunes (Copenhague, 18.00).

Por La Cartuja se aparcó Busquets y cambió todo, el equipaje y el paisaje sombrío de España. Al capitán le cabe el campo en las botas. En su cabeza hay una velocidad punta, se llama intuición. Busquets es un vidente. Siempre fue un adelantado al servicio del método. Procesa el juego antes de tiempo, antes que nadie. Frente a Eslovaquia, con la Roja con la nuez en carne viva, él puso al equipo en órbita. Desde su observatorio le dio jerarquía, profundidad, pausa, vértigo, remangue. Suficiente para descamisar al débil equipo eslovaco, limitado a la trinchera, con errores mayúsculos y sin arrimarse a algún kilómetro de Unai Simón.

Al margen del sostén de Busquets, que no pudo contener las lágrimas tras el choque, Luis Enrique introdujo otros tres cambios. Azpilicueta exilió a Marcos Llorente, Eric García a Pau Torres y Sarabia a Dani Olmo. Otro empaque, otra marcha. No hubo examen para los nuevos zagueros, de merienda ante la raquítica Eslovaquia. Sí para Sarabia, punzante por ambas orillas, sin el encogimiento mostrado en jornadas anteriores por Dani Olmo y Ferran.

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Al ritmo de Busi, la Roja tenía otra marcha, poca retórica. La pelota iba al espacio debido, con más de una filtración hacia delante, no ese fútbol-balonmano del que a veces abusa el equipo de Luis Enrique. Eso sí, restaba medirse con el gol, todo un mundo para esta España. Para su fortuna, del santo grial se encargó la propia Eslovaquia. Primero, casi. Una impericia de Hromada derivó en un penalti cantado a Koke. El árbitro, quizá cegado por el sol sevillano, no vio el patadón del eslovaco cuando en su siesta con la pelota dentro del área se le anticipó el capitán del Atlético. El socorrido VAR le aclaró la irremediable condena. Morata pasó de verdugo a víctima, un cambio de papeles con el portero Dubravka, que desvió el lanzamiento.

Cabía presagiar una España sonada tras dos penaltis consecutivos pifiados. No fue así. De inmediato, Sarabia y Pedri no llegaron al gol por una uña. Sintonizaba Busquets, llegaba la selección de Luis Enrique y Eslovaquia estaba cada vez más tiesa. Tanto que cuando Dubravka aún era su único testamento del partido, el propio guardameta, que todavía sufría de actualidad por su parada a Morata, cometió una jeremiada. Satka, uno de los centrales, le precedió con su particular jaimitada. El central quiso dar carrete al juego, lo hizo con el juanete y Sarabia, al que le va la metralla, lanzó un disparo a la escuadra. La pelota sobrevoló el cielo de La Cartuja. En su vuelta a la tierra, Dubravka, con un puñetazo con la derecha, la mandó a su cazuela. Quizá le deslumbrara el solazo sevillano. Hace años que los porteros no lucen gorras. O vaya usted a saber qué provocó el espanto del meta del Newcastle.

Los iluminados

Con su chasco monumental, Dubravka se convirtió en el máximo goleador español del torneo junto a Morata. La inquietante estadística la quebró Laporte tras un mal despeje de Hubocan. Gerard tiró de escuadra y cartabón y el central del City hizo bingo con su cabezazo. De repente una España optimista ya al descanso, con dos goles de ventaja, Suecia doblegando a Polonia y Eslovaquia en chanclas desde el calentamiento, de paseíllo por Sevilla.

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Por fin, sosiego para la Roja. Y un segundo tiempo para el disfrute, para lo recreativo. Todo a pedir de boca. Eslovaquia se mantuvo como Eslovaquia, o sea, la nadería, y cada español que saltaba del banquillo cantaba la loto a la primera. Del 3-0 se encargó Sarabia tras una incursión de Alba. En el jugador del PSG hay más de un futbolista. Le va el flirteo con el gol, sea como ejecutor o como productor. A España le va de maravilla quien juegue con la vista al frente, no siempre con las luces cortas.

La Roja pasaba una tarde estupenda cuando llegaron los cambios para recargar depósitos. Como era el día, en La Cartuja todos se iluminaban. Vean. Una trenza magnífica entre Pedri y Sarabia acabó con un taconazo versallesco de Ferran para el 4-0. Era la primera pelota que tocaba el futbolista del City. Salió Pau Torres y su cabezazo —también en su primera intervención— lo embocó Kucka. Nadie como Eslovaquia para remediar las penurias goleadoras de una selección que, descorchado el cava que decía Luis Enrique, tendrá que volar a Dinamarca para retarse con la Croacia de Modric. Esa será otra historia. Como el fútbol es veleta y abundan los lectores de resultados, la gente despidió a Morata con una ovación, reclamó a Traoré y aplaudió a todo quisqui. También a los eslovacos, claro.

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