Está seguro de que el ‘troll’ no es usted?

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Los más viejos del lugar recordarán los inicios de las redes sociales: eran reinos de la concordia donde el ciudadano buscaba a sus amigos perdidos y planeaba reencuentros “para tomar unas cañas”. Planes que muchas veces se perdían en el infinito digital. Luego llegaron otras formas lúdicas de intercambio, como los gatitos monos, los vídeos curiosos, las listas de miles de curiosidades. Pero desde hace unos años y, sobre todo, en épocas de crisis como esta, el buen rollo dejó paso al fango y a la confrontación. La fi gura representativa de esta constante guerra digital es el troll.
El troll malmete, insulta, jalea, genera ruido, desinforma, difunde bulos y opiniones cuñadas. “No alimentes al troll”, dice el dicho ciberpopular: mejor no discutir con ellos, es lo que buscan. El troll, como el hipster, siempre es el otro, nunca uno mismo. ¿Pero es esto siempre así? Nuestro estado de ánimo es cambiante y no está claro de que dispongamos de una identidad definida a la que podamos llamar “yo”. Así que muchas veces uno escribe algo en las redes, en un momento de desánimo o de furia (o de ebriedad), y al día siguiente no se reconoce en lo que ha escrito.
A muchos nos ha pasado. Las universidades de Stanford y Cornell han estudiado a los trolls y han obtenido científicamente la misma conclusión: que, bajo determinadas circunstancias, nosotros mismos podemos convertirnos en uno: no son necesariamente sociópatas peligrosos, sino gente como usted y como yo.
Según el estudio, las mismas personas expuestas al mismo artículo reaccionaban de diferente manera si estaban sometidas a ciertas presiones o estados de ánimo. En el caso más extremo, el porcentaje llegaba al 68%. Michael Bernstein, coautor del estudio, dijo: “Entender las mejores y peores partes de nosotros mismos es clave para hacer remitir este fenómeno”.


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