Etiopía se sitúa al borde de la guerra civil

El primer ministro de Etiopía y Premio Nobel de la Paz 2019, Abiy Ahmed.
El primer ministro de Etiopía y Premio Nobel de la Paz 2019, Abiy Ahmed. / Europa Press

El primer ministro etíope Abiy Ahmed, elegido Premio Nobel de la Paz el año pasado, camina sobre la cuerda floja. Desde que llegó al poder el 2 de abril de 2018 no solo ha sobrevivido a un atentado y a un intento de golpe de Estado, sino que ha tenido que lidiar con las profundas divisiones étnicas que amenazan con hacer saltar por los aires su ambicioso plan de reformas e incluso la integridad territorial de su país. La violencia intercomunitaria se ha disparado en los últimos tres meses tras el asesinato en junio de un conocido activista y cantante de la etnia oromomientras la región Tigray, la más septentrional de Etiopía, está en franca rebeldía. La respuesta represiva del Gobierno coloca a Ahmed en una difícil encrucijada.

Este jueves, la Policía de la región de Oromía (la más poblada del país) detuvo a 503 personas y se incautó de numerosas pistolas y granadas de mano en los días previos al gran festival Irreechaque se ha celebrado este fin de semana en la capital, Adis Abeba, y en la ciudad de Bishoftu. Fuentes policiales aseguraron a la cadena estatal Fana Broadcasting que estas armas iban a ser utilizadas para sembrar el caos durante este encuentro, en el que el pueblo oromo (la etnia más numerosa del país) celebra el fin de la estación de lluvias y la llegada de la primavera.

No son nuevas las tensiones entre los distintos grupos que forman Etiopía, un país de 110 millones de habitantes que se ha convertido en el segundo más poblado de África y que se construyó primero a partir de la conquista y dominación de unos sobre otros. Tras la caída del régimen comunista de Mengistu en 1991, sobre la base del llamado federalismo étnico, el territorio se dividió en regiones según las comunidades que la habitaban. Desde entonces, la identidad comunitaria ha ocupado un lugar central en la vida política de Etiopía. Por ello, cuando Ahmed llegó al poder en 2018, el nacionalismo oromo, la etnia de su padre y la más numerosa del país, sintió que había llegado su momento. Sin embargo, el nuevo primer ministro ha destacado por intentar trascender estas divisiones con un proyecto de unidad desde la ciudadanía y los derechos.

“Necesitamos una filosofía soberana que surja del carácter básico etíope que pueda resolver nuestros problemas, que pueda conectarnos a todos”, asegura Ahmed en su libro Medemer, una palabra en idioma amhara que se puede traducir como “unidad” y que da nombre a un compendio de ideas que pretende ser la hoja de ruta del primer ministro, tanto para la construcción de una nueva Etiopía como para afrontar los grandes desafíos globales del siglo XXI. Algo así como el Ubuntu de Mandela. Sus primeros pasos al frente del Gobierno, con la liberación de presos políticos, la firma de la paz con Eritrea, los nombramientos de mujeres en puestos clave o su decisiva contribución a la estabilidad regional (Sudán y Sudán del Sur), le valieron el Premio Nobel de la Paz. Pero en clave interna, la tarea es ímproba.

El joven cantautor Hachalu Hundessa se había convertido en la voz del pueblo oromo. Sus letras inflamaban desde hace años el sentimiento de discriminación de esta comunidad respecto a otras. El pasado 29 de junio, a las nueve y media de la noche, Hundessa bajaba de su coche en un barrio de Adis Abeba cuando su agresor le disparó a quemarropa en el pecho. Murió horas más tarde en el hospital mientras en las calles se desataba la locura: al menos 250 personas han fallecido desde entonces, muchas de ellas pertenecientes a etnias minoritarias a manos de oromos exaltados, y unas 9.000 han sido detenidas en un ciclo de violencia y represión que aún no ha terminado.

El asesino confeso de Hundessa es un joven llamado Tilahun Yami, quien aseguró haber actuado a sueldo. Sin embargo, aún se desconoce quiénes estaban detrás del siniestro encargo. Entre los detenidos por los acontecimientos posteriores se encuentra el destacado opositor y líder oromo Jawar Mohamed, propietario de importantes medios de comunicación que pasó de ser uno de los grandes aliados de Abiy Ahmed a uno de sus más importantes detractores. Hace unos días, Mohamed y otros líderes oromos fueron formalmente acusados de terrorismo e incitación a la violencia por haber exaltado los ánimos de los miembros de su comunidad tras el asesinato de Hundessa.

Mientras el conflicto oromo se acentúa en el centro, la montañosa región Tigray, en el norte del país, ha decidido ir por libre. En diciembre de 2019 los distintos partidos de matriz étnica que formaban el gobernante Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope que había dominado la escena política durante 30 años, decidieron diluirse en el Partido de la Prosperidad (PP), creado a instancias de Abyi Ahmed. Sin embargo, el Frente de Liberación Popular Tigray, que controla su región, no se sumó a esta iniciativa. El pasado 9 de septiembre desafiaron al poder central celebrando unas elecciones regionales que Adis Abeba había decidido aplazar debido a la covid-19.

Opositores en la cárcel

Precisamente el retraso indefinido de los comicios generales previstos para este año bajo el argumento de la pandemia es otro de los factores que subyace tras el malestar de la oposición, que perciben en ello un nuevo gesto despótico de Abiy Ahmed. La Comisión Etíope de Derechos Humanos ha alertado del notable uso de la violencia, intimidación, detenciones masivas de opositores y periodistas, así como cortes de Internet, por parte del Gobierno y las fuerzas del orden. Los rivales del primer ministro aseguran que todo ello dibuja un escenario de deriva autoritaria del Premio Nobel de la Paz.

“Será difícil celebrar con éxito unas elecciones con Jawar Mohamed y otros opositores en la cárcel. La credibilidad de dichos comicios se vería muy afectada, especialmente en Oromía”, asegura William Davison, especialista sobre Etiopía del International Crisis Group. “La situación política en este momento es turbulenta y volátil. El Gobierno federal hace esfuerzos para restaurar la seguridad con tácticas que pueden percibirse como autoritarias. Probablemente no había ninguna intención de hacer esto, pero es difícil para el Gobierno etíope recuperar el control sin usar toda la fuerza del Estado”, agrega.

La escalada del conflicto en Oromía, el choque entre Adis Abeba y el partido dominante en Tigray y el incremento de la represión se producen, además, en un pésimo contexto económico provocado por la inestabilidad, la pandemia y su impacto en la agricultura, que representa un tercio del Producto Interior Bruto, del brote de las devastadoras langostas del desierto. El Fondo Monetario Internacional ha reducido la previsión de crecimiento etíope para 2020 de un 6,2% a un 3,2%, con una pérdida de 1,4 millones de empleos.


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