Pisar más fuerte y sin complejos. La Unión Europea se marcará para el próximo lustro el objetivo de reforzar su política exterior y de defensa, endurecer su política comercial y desarrollar una ambiciosa política industrial que devuelva al Viejo Continente la presencia e influencia mundial perdida en los últimos años. Las nuevas consignas figuran en el borrador de la Agenda Estratégica de la UE para 2019-2024, al que ha tenido acceso EL PAÍS. Los 28 países del club empezarán a debatir el proyecto este martes en Bruselas y esperan aprobarlo en el Consejo Europeo del próximo 20 y 21 de junio.
El documento apunta sin ambages a que “la UE necesita ser más asertiva y más poderosa”. Y aboga por hacer que el club y los socios sumen sus ingentes recursos para ser “más determinados y efectivos al ejercer nuestra influencia” a escala global. El texto defiende que “la UE necesita fijarse a sí misma un plan de acción estratégico para defender sus intereses, preservar sus valores y su modo de vida, y ayudar a modelar el futuro global”.
El plan pasaría, entre otras cosas, por un reforzamiento del control de fronteras, por “una política comercial más ambiciosa, omnicomprensiva y coordinada”, una aceleración en la transición energética para asumir un liderazgo mundial en ese terreno, el desarrollo de servicios digitales, una política comercial basada en la reciprocidad frente a los países que cierran sus mercados y un impulso a la inversión y a la cooperación en defensa.
La Agenda Estratégica pretende ser la hoja de ruta para el próximo presidente de la Comisión Europea, que debe tomar el relevo de Jean-Claude Juncker el 1 de noviembre si se cumple el calendario previsto. El plan se completará durante las próximas dos semanas y podría enriquecerse con las aportaciones de los cuatro principales grupos del Parlamento Europeo (conservadores, socialistas, liberales y verdes), que este miércoles también empezarán a negociar sus propuestas de trabajo para la próxima Comisión.
El encargado de elaborar a Agenda Estratégica es Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, a partir de sus contactos con los líderes europeos. El proyecto ya fue sometido a un primer debate en la cumbre europea del pasado 9 de mayo en Sibiu (Rumanía) y esta semana entra en la recta final.
El espíritu y la letra del documento surgen de un período turbulento en las relaciones internacionales, en el que EE UU ha dejado de ser un aliado incondicional y previsible y China ha emergido como un rival sistémico. Europa ha comprobado en el último lustro que su dependencia militar y tecnológica de EE UU le impide resolver por sí sola conflictos tan cercanos como los de Siria o Libia. Y ha descubierto que su mercado fragmentado en áreas tan importantes como financiación, digital y energía no genera el músculo necesario para competir con las grandes compañías estadounidenses o chinas.
“La última compañía europea que alcanzó una talla verdaderamente global fue la empresa de software SAP, fundada en Alemania en 1972”, señala el European Political Strategy Centre, el centro de estudios de la Comisión Europea, en un reciente estudio.
El informe señala que el número de empresas europeas en el índice Fortune 100 ha pasado de 42 en 2007 a 28 en 2017. Y que solo hay cinco compañías de la UE (descontado el Reino Unido) entre los 100 empresas unicornio del planeta (firmas con un valor de más de 1.000 millones de dólares).
La Agenda Estratégica para el próximo lustro intentaría frenar y revertir ese evidente declive de la UE en la escena mundial. Junto a una nueva política industrial, el texto reclama el desarrollo del mercado único, todavía plagado de trabas nacionales que impiden explotar la escala de un mercado europeo de 500 millones de habitantes. “La UE necesita ambos y los necesita urgentemente”, apremia el documento.
El plan aspira a aprovechar la transición energética “para modernizar la economía y, al mismo tiempo, convertirse en un líder mundial” con el desarrollo de “una economía circular efectiva”, la integración de las redes energéticas y el diseño de “una estrategia industrial para el futuro”. Esos
serían algunos de los pasos necesarios, según la Agenda, para que Europa termine el primer cuarto del siglo XXI en una posición geoestratégica comparable a la que ejerció durante casi todo el siglo XX.
Las limitaciones de la Agenda Estratégica, sin embargo, son evidentes. Por lo pronto, es un documento que debe acomodar las sensibilidades de todos los Gobiernos de la UE, por lo que cae a menudo en la tentación de la vaguedad.
El proyecto, por ejemplo, ya ha recibido las críticas de Greenpeace por su presunta falta de ambición medioambiental. “Los líderes europeos sienten la presión de tener que hacer grandes pronunciamientos sobre el clima, pero al final su agenda estratégica es una colección más de clichés que una respuesta de emergencia a la mayor amenaza de la humanidad”, lamenta Jorgo Riss, director para Europa de la organización ecologista.
La Agenda también recupera la apuesta por una política industrial, un término que ha pasado de tabú a talismán. “En los últimos años no se podía ni mencionar y ahora aparece por todos lados”, ironiza un alto cargo comunitario. La mayoría de países europeos repudiaron en las dos últimas décadas del siglo XX el intervencionismo de los Gobiernos en el impulso de grandes empresas nacionales o continentales. La UE prefirió apostar por facilitar las condiciones para que cada industria acometiese los procesos de modernización o consolidación al ritmo que considerasen adecuado.
Pero el proceso de desindustrialización, la pérdida de competitividad frente a EE UU y la tremenda crisis financiera de 2008-2014 resucitó unas políticas industriales que parecen llamadas a convertirse en el eje de la próxima Comisión Europea. El diseño de esa nueva política abarca ahora a sectores muy diversos, desde las energías limpias a la industria de defensa, del desarrollo de aplicaciones digitales a la fijación de estándares que modelen el mercado de acuerdo a los intereses europeos.
La UE, sin embargo, ya ha mostrado otras veces sus carencias y dificultades para lanzar agendas o proyectos de gran envergadura que requieran el compromiso de todos los socios. La llamada Agenda de Lisboa, pactada en 2000 para convertir al club en la economía más competitiva del planeta en 2010, fracasó estrepitosamente. Proyectos conjuntos como el sistema de navegación por satélite (Galileo) o la empresa para el desarrollo de energía de fusión (ITER) acumulan retrasos y enormes sobrecostes.
Defensa del multilateralismo
El borrador de la Agenda Estratégica de la UE describe un inquietante panorama mundial, “cada vez más inestable, complejo y sujeto a cambios rápidos”. Un escenario en el que los parámetros políticos, legales y tecnológicos del siglo XX sobre los que se conformó la Unión Europea parecen tambalearse o son olímpicamente ignorados por algunas de las potencias con las que compite Europa.
“En un mundo en el que las normas comunes y los estándares son cada vez más cuestionados, es vital promover la igualdad de condiciones, incluido el área comercial”, plantea el documento que se espera aprobar en la cumbre europea del 20 y 21 de junio. “La UE debe continuar defendiendo el multilateralismo y un orden internacional basado en normas mundiales”, añade el documento.
Bruselas incluso se postula como ejemplo a seguir por el resto del planeta. “La UE debe promover su modelo único de cooperación como inspiración para otros”, sugiere la Agenda. Pero también parece blandir el palo cuando la zanahoria no dé resultado. El texto aboga por hacer “más activas” las políticas europeas de defensa e intervención en el exterior.
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