Fantasmas, brujas, psicópatas: el miedo también suena

Cuerpos momificados naturalmente en el Museo de las Momias en Guanajuato (México) en una imagen de 1952
Cuerpos momificados naturalmente en el Museo de las Momias en Guanajuato (México) en una imagen de 1952Earl Leaf / Michael Ochs Archives/ Getty Images

En la fabulosa Extra Ordinary, comedia de fantasmas irish emparentada, en muchos sentidos, con la divertidísima Derry Girls, una estrella del pop sintetizado en plena caída libre —un tipo que ha sido incapaz de reeditar su único hit—, alquila una mansión y se dispone a sacrificar —de la más absurda de las maneras— a una virgen que resulta ser nada menos que una especie de psicoanalista de fantasmas. La idea es que, a cambio de su sangre, el Diablo le conceda otro súper éxito. Y no suena descabellado, porque ¿acaso no ha estado ligado el pop y todo lo que el pop contiene —el rock, el blues, el ryhthm & blues, y todas las variables de lo popular y no canónico— desde el principio a la idea de que una fuerza superior (y malvada) ha concedido deseos a los músicos, y estos le han devuelto el favor desestabilizando, de alguna forma, el mundo?

Pensemos en Robert Johnson, la primera víctima de la maldición del club de los 27, el bluesman que era un pésimo guitarrista hasta que un día se topó con alguien en un cruce de caminos que, decían, era nada menos que el Diablo. Cuenta la leyenda que el músico le entregó su alma a cambio de convertirse en un virtuoso. Y luego, claro, le dedicó alguna que otra canción, como el famoso Crossroad Blues, que nada de terrorífica tiene a menos que se piense en ella como una especie de ofrenda maldita. La ofrenda maldita que, como el Helter Skelter de los Beatles —sin él, es probable que la Familia Manson no hubiese existido— o el Sympathy for the Devil de los Rolling Stones, figura en casi todo listado de canciones relacionadas con lo macabro que se precie. Pero no en este. Este se abre con la encantadora Spooks, de Louis Armstrong.

Se dice de Spooks, un himno a la idea del fantasma clásico, el de sábanas con agujeros y casi calabaza colgando de algún tipo de mano invisible, que se compuso después de que el jazzman se topara con un espectro, al que confundió con un ratón, al bajar las escaleras de su casa. Al menos, eso es lo que dice. Pero lejos de parecer asustado, Armstrong parece divertido con la idea. Y aquí encajan a la perfección otros clásicos del fantasma como ente más o menos curioso o divertido como Friendly Ghost, de Eels, evidentemente los Ghostbusters, de Ray Parker Jr, e incluso el escurridizo Little Ghost de The White Stripes. En versión española, el encantadoramente clásico No es serio este cementerio, de Mecano, tampoco desentonaría en absoluto, ¿o no era tranquilizadora la idea de seguir saliendo los viernes por la noche pese a estar muerto?

Stevie Nicks, ex Fleetwood Mac, es casi la compositora que más canciones al Más Allá ha dedicado, y a quien de forma más insistente se ha relacionado. La culpa la tuvo Rhiannon, la primera (y exitosísima) canción que Nicks dedicó a una bruja. Luego llegarían un montón más. Como la icónica Seven Wonders, tema en el que se basa el culto a la propia Nicks que Ryan Murphy, el prolífico creador de American Horror Story, creó para la ocasión en una de sus temporadas. Nadie llegó tan lejos como ella, pero otras grandes de la época, como Marianne Faithfull, compuso un Witches’ song que a la vez interpelaba y se incluía en una hermandad que abrazaba sin miedo el Lado Oscuro porque no podía no hacerlo si quería volar alto. Lo suyo era, en cualquier caso, la creación de una atmósfera en la que todo era posible.

Pero ¿qué hay del miedo? Miedo dan, y muchísimo, temas como Down By The Water, de PJ Harvey, que a todas luces parece una posesión —o la caída a algún tipo de abismo, acompañada de una niña con la que se topó bajo un puente—, o el Subway Song de The Cure, inspirada en un regreso a casa de noche en absoluto seguro. De un psicópata y la niña a la que secuestró, y de algunas de las cosas que le hizo, trata la no terrorífica pero sí agónica Polly, de Nirvana. Aunque en el apartado psicópatas, nada supera, por su poder evocadoramente macabro, a la canción instrumental que el mismísimo John Carpenter compuso para Halloween, la película en la que conocimos a Michael Myers, y a su hermana, la para siempre scream queen Jamie Lee Curtis. Don’t Fear the Reaper, de Blue Öyster Cult, es también un pequeño hit, en este caso, preochentero, del slasher, como el Whisper to a Scream de Bobby O. No en vano ambas acabaron en la banda sonora de la primera entrega de Scream.

Un último psicópata, la chica que decide disparar desde su ventana al colegio que tiene al lado de casa en I Don’t Like Mondays, de The Boomtown Rats, pero en la versión que hizo para su Strange Little Girls (2001) Tori Amos. Y luego, incluso los agentes especiales Fox Mulder y Dana Scully, que siempre trabajaban más de la cuenta la noche de Halloween, tienen un tema, el excelente y muy noventas Mulder & Scully de los desaparecidos Catatonia. De los noventa, por cierto, es también la versión que Marilyn Manson hizo del Sweet Dreams de Eurythmics, que, como casi todo lo que toca ese enviado del Mal que para los medios siempre ha sido el propio Marilyn Manson, resulta terrorífica. Y dos zombis para cerrar. Uno que se lo toma muy en serio, el de la no del todo conocida Wake Up Dead Man de U2, y otro que en absoluto, otro que se llevaría bien con el fantasma que pasaba por ratón a Louis Armstrong, el novio zombi de Alaska.


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