Feijóo: aprender a conocer a Vox

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En muy pocos días, el nuevo presidente del Partido Popular, elegido ya formalmente, Alberto Núñez Feijóo, tendrá que dar sus primeros pasos como líder de la oposición y hacer frente a una agenda inmediata e imperiosa: tiene que definir su postura frente a la convalidación del decreto ley que desarrolla el Plan Nacional de Respuesta ante las consecuencias de la guerra de Ucrania, que llegará al Congreso en menos de un mes, y tiene que desbloquear la renovación de los miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) antes de julio, momento en el que, si no lo remedia, se producirá otra grave crisis institucional por la renovación de dos miembros del Tribunal Constitucional a cargo del Gobierno sin que se hayan elegido antes, como es preceptivo, los dos que están a cargo del CGPJ. Son cuestiones fundamentales que no admiten más frivolidad.

La respuesta inicial en los partidos españoles ante la invasión de Ucrania y la violenta crisis económica y social que provoca en Europa ha sido la de incredulidad, una reacción peligrosa porque la primera condición para tomar decisiones correctas es creerse lo que se está viviendo. El Gobierno ha sido el primero en reaccionar, lo que es lógico porque son el presidente Sánchez y los ministros quienes acuden a las reuniones europeas y quienes reciben más directamente la información y las presiones de sus colegas en la Unión y en la OTAN. Pero el Partido Popular no puede ya refugiarse en esa mezcla de escepticismo y sospecha que ha dominado su actuación hasta ahora. Es preciso que recobre seriedad; se la exija, por supuesto, a Sánchez en su trato con el PP y con su nuevo dirigente, y no permita que sea la presidenta de la Comunidad de Madrid quien marque el ritmo de esa relación.

Isabel Díaz Ayuso es el mejor ejemplo de un político que no ha comprendido nada de lo que está sucediendo en Europa y que cree, quizás sinceramente, que lo único que importa es erosionar al Gobierno, minuto a minuto, en cualquier circunstancia y ocasión. Díaz Ayuso no ha mostrado el menor interés por la Unión, quizás porque cree que España no tiene nada que decir ni hacer en Europa, salvo cumplir lo que le indiquen. En el fondo, Díaz Ayuso, que se declara admiradora de José María Aznar, tiene muy poco que ver con él y es muy posible que, en privado, saque de quicio al expresidente con su mirada tan reductora y localista.

Núñez Feijóo tiene una segunda obligación: explicar con más detalle cuál será su posición respecto a Vox. Lo ocurrido en la Comunidad de Castilla y León, donde el PP ha aceptado un Gobierno de coalición que normaliza su presencia en la gestión de las instituciones democráticas, es inquietante. El PP de Castilla y León ha gobernado la comunidad en solitario durante 35 años ininterrumpidos y resulta sorprendente, no tanto que haya cedido ahora una vicepresidencia a Vox, como que les haya entregado nada menos que las carteras de Agricultura, Industria y Empleo y Cultura, como si aceptara que en esos tres campos su socio puede lograr mejores resultados que ellos mismos en este largo periodo. El precedente es perfecto para Santiago Abascal, pero muy perturbador para los responsables del Partido Popular: Agricultura, Industria y Cultura son tres carteras a las que un partido que pretenda dirigir un Gobierno nacional no puede renunciar.

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Es posible que Núñez Feijóo no conozca bien a Abascal ni a Vox, su historia y sus planes, porque, en Galicia, no ha tenido mucho contacto con ellos. Ahora debería esforzarse en penetrar bien en esa organización y en valorar con cuidado lo que representa. Como explica Miguel González en su libro Vox S.A. (Península, 2022), el grupo de Santiago Abascal no funciona como un partido democrático. Pretende desmontar, en cuanto pueda, la mayor parte de la estructura de la Constitución española de 1978, tiene un programa profundamente reaccionario que alcanza todos los aspectos de la vida pública y, sobre todo, cree que se debe supeditar la democracia a intereses superiores, la nación, que es la que ellos mismos representan, en exclusiva. Núñez Feijóo haría bien en intentar conocer sus planes, porque, como algún día puede comprobar, con estupefacción y dolor, son socios realmente peligrosos para la democracia.

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