Frenóloga


Mientras el Ejército ruso avanza, los niños van a la guerra, hospitales infantiles son bombardeados, se abren corredores humanitarios imposibles, la población civil se esconde en búnkeres y pasa frío, hambre y miedo; mientras se produce un éxodo que no debe hacernos olvidar que otros seres humanos se hundieron en el Mediterráneo, procedentes de guerras conocidas y de otras llamadas “de baja intensidad”; mientras sufren quienes menos tienen y el dolor se propaga en círculos concéntricos desde un núcleo terrible hasta nuestro privilegiado país —pronto el pan costará un ojo de la cara—; mientras recordamos la connivencia de Kohl y Clinton con el golpe de Yeltsin, y hacemos visibles los hilos que unen a los zares con los Putin y con oligarquías que hasta hace un rato tomaban ¿nuestro? sol sin que el origen de sus fortunas nos escandalizara; mientras nos preguntamos por qué aún no están desmantelados los arsenales nucleares, y decimos que hay que socorrer siempre —siempre— a quienes sufren violencia e invasión colocándonos en un “no a la guerra” que no se identifique con ingenuidades malignas; mientras subrayamos que recordar algunas cosas no significa disminuir la responsabilidad de Putin, justo en ese instante, veo un informativo: instagrammers miran a cámara haciendo pum —onomatopeya favorecedora— y, por el bótox, se complica el análisis facial de Putin —mirada reptiliana, perfil psicopático—. Cuando más necesitamos racionalidad y memoria, el horror nos devuelve a la caverna. De poco sirven explicaciones históricas y geopolíticas, o la consideración como pseudociencias de frenología, metoposcopia —adivinación por arrugas de la frente—, metoscopia —lo mismo, pero con lunares— o somatotipo. El conocimiento se atasca y el espectáculo continúa: solo en las supersticiones y en los posverdaderos estribillos de Esperanza Aguirre —“¡Comunistas!”— atisbamos la verdad. Que Diosa nos asista.


Source link