Fútbol de entrenadores


Desde el momento en el que se conocieron los detalles del nuevo formato de competición que regiría a partir de la reanudación del campeonato, todo el mundo pareció tener claro que el trabajo de los entrenadores iba a adquirir un relieve hasta ese momento desconocido. Ya no se trataba sólo de preparar un partido, con sus estrategias y sus particularidades en función del rival, del escenario. No, a partir de ahora a todo lo anterior había que añadir una serie de variables que complicaban notablemente la labor de los técnicos. Para empezar, los partidos se habrían de disputar en cortos intervalos de tiempo, con la consiguiente carga extra de trabajo para los futbolistas, obligados a recuperar en un tiempo muy breve, sin apenas poder entrenar, y protegiéndose de las lesiones en la medida de lo posible, por las consecuencias funestas de una incidencia física en estos momentos.



Ya no proyectas un partido como un elemento aislado, sino en un contexto en el que la proximidad de la siguiente cita compromete la anterior. Además, por si fuera poco, en el transcurso del partido pueden efectuar pequeñas revoluciones, introduciendo hasta cinco cambios, medio equipo, lo que, en cierta medida, “desnaturaliza” la preparación de un partido como lo entendíamos hasta ahora.

Es obvio que el confinamiento, aunque alguien pueda pensar lo contrario, no le ha sentado bien a nadie. De hecho, incluso aquellos equipos que parecen contradecir esta teoría porque han sumado muchos puntos, no están brillando precisamente por la exquisitez de su fútbol , más bien al contrario. El Madrid, por ejemplo, lo gana todo, pero dejando casi siempre pelillos en la gatera y que cada cual lo interprete como quiera. Qué decir del Barça, en medio de una auténtica crisis de identidad. ¿Y nuestra Real? Que le pregunten a Imanol lo que está sufriendo para dar respuesta a todos los problemas que le plantea esta extraña competición, que se desarrolla sin testigos y, que por el camino, se ha llevado ya a varios profesionales del banquillo.

Moyá y defensa de cinco

Comprimir once jornadas de campeonato en apenas un mes y medio conlleva una serie de peajes ineludibles, y uno de ellos, indudablemente, es la necesidad de contar con recursos estratégicos, en la acepción más amplia del término, para responder a las exigencias que se derivan de este anómalo final de temporada. Los hechos se suceden a una velocidad de vértigo y los márgenes para operar se reducen notablemente. Si las cosa van bien a nivel de resultados, miel sobre hojuelas, y aunque el juego sea pobre, no es tiempo para refinamientos. Pero si, por el contrario, el rumbo se tuerce y se resiste a rectificar, habrá que adoptar medidas de corrección urgentes.

Pocos podían sospechar que Imanol se vería impelido a retirar la titularidad, indiscutida a lo largo de la temporada, al meta Remiro para concedérsela al “guardaespaldas” Moyá. No es una medida habitual y suele testimoniar la existencia de algún problema de fondo. Al técnico oriotarra, una vez más, no le ha temblado el pulso a la hora de tomar la decisión. Como tampoco a la hora de mutar la defensa tradicional de cuatro zagueros por una más “conservadora” de cinco, a fin de responder puntualmente a determinadas propuestas del rival. ¡Y habrá más!

Hay que disponer de una fortaleza mental a prueba de bombas y de unos recursos de autosuperación casi ilimitados para hacer frente con dignidad al calvario que viene padeciendo Illarramandi. No sé qué es lo que estará pasando por su mente. Su camino hasta la victoria final estará plagada de pequeñas batallas que deberá ganar una a una.

La lesión de Januzaj ha venido a producirse en el momento más inapropiado. Nos encontramos en la fase decisiva de la competición y el belga estaba de dulce. En medio del apagón, se ha encendido una pequeña luz, el regreso de Barrenetxea, el futbolista que por su explosividad y descaro más se puede asemejar al mago belga.




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