Gante, torres, canales y tiramisú de ‘speculoos’

El término Gante viene de la palabra celta Ganda, que significa convergencia y hace referencia al encuentro de los ríos Lys y Escalda, que se acoplan en esta ciudad para dotarla de unos canales que reflejan un altísimo número de edificios históricos. Además de ser el centro turístico e industrial del Flandes Oriental, con una ubicación privilegiada entre Brujas y Bruselas, Gante está animada por una comunidad de 70.000 estudiantes que conducen bicicletas con mucha moderación y comen (con menos mesura) patatas fritas y gofres, cuyos aromas sirven de brújula.

10.00. Fortaleza para empezar

Una manera de familiarizarnos con el Gante medieval es comenzar por el castillo de los Condes (1), uno de los monumentos más solicitados del país. Su arquitectura militar no solo habla de la función de fortaleza, también de lucha de clases, al ser de las primeras construcciones en piedra a este lado del Lys (más pobre), donde predominaba la madera. Alberga una escalofriante colección de herramientas de tortura. Más amables resultan las fachadas de las antiguas lonjas del pescado y la carne (2), así como la casa gremial de los albañiles (3). Construcciones que remiten al siglo XI, cuando crecieron actividades comerciales como el cereal (qué estupendo el almacén de grano), y a la importancia del muelle de Graslei (4), que hoy concentra viajeros felices.

12.00. Arquitectura polémica

Alzar la vista supone encontrar el perfil de tres torres: la de la iglesia de San Nicolás (5), el campanario de Belfort (6) y la catedral de San Bavón. Para ver las tres juntas conviene instalarse en el vecino y concurrido puente de San Miguel. Junto a Belfort se halla el Stadshal (7), el edificio contemporáneo que más debate ha generado en los últimos años, hasta el punto de no haber sido aún aceptado por los nativos. Los estudios Robbrecht & Daem y Marie-José Van Hee proyectaron este pabellón municipal cuyo nombre ha sido modificado en el argot popular para convertirse en Shappstaal (establo de ovejas). A su alrededor se suceden reclamos como la calle de los grafitis (Werregarenstraat) (8), que empezó en 1995 como un experimento temporal y sigue en plena forma; remansos como la plaza Achtersik­kel (9); teatros determinantes para la cultura flamish como Ntgent (10), al lado de ‘t Vosken, de las brasseries más prestigiosas. También comercios tradicionales que dotan de personalidad a la ciudad: la cafetería Mokabon, la auténtica chocolatería Van Hoorebeke, el imperio de la mostaza desde 1790 Tierenteyn-Verlent (en un bonito edificio protegido), la juguetería The Fallen Angels y los puestos ambulantes de cuberdon, el dulce oficial, casi tan común como la cerveza Duvel o la artesanal y riquísima Papegaei, cuya recomendación, teniendo en cuenta que la cerveza belga es patrimonio inmaterial de la Unesco y solo hay alrededor de 1.500 marcas y más de 700 perfiles de sabores diferentes, traerá reclamos bienvenidos.

14.00. Restaurantes que se atreven

Para comer verde, sano y barato (tendencia en la ciudad) nada como Boon (11), cuyo interior art déco es herencia de una heladería italiana de los años treinta. Aunque el restaurante que quizá mejor ilustra la renovación gastronómica que se está llevando a cabo en Gante sea Bodo (12), atrevido, sofisticado y sin medias tintas; capaz de mezclar alcachofa con merguez o langosta con crema de zanahoria como si fuera lo más natural del mundo. Otra alternativa es la antigua destilería de ginebra restaurada y convertida en el restaurante De Stokerij (13), cuyo tiramisú con speculoos belgas contiene trazas de perfección que llaman peligrosamente a la reincidencia.

16.00. Cita con los Van Eyck

De visita obligada resulta la catedral de San Bavón (14), no solo por la imponente arquitectura, sino por la cita que reserva con el políptico de Gante o retablo de La adoración del cordero místico, eterna obra de los Van Eyck presentada en 1432. La clase interactiva de historia es magistral. Recrea el Gante de los hermanos Van Eyck y advierte las etapas de construcción del templo: la temprana iglesia del siglo X, la románica del XII y la gótica y majestuosa de la Edad Media que perdura hoy. Además, se narran las desventuras de un cuadro cuya supervivencia es un milagro. Por algo el escritor Noah Charney, autor de Los ladrones del cordero místico, escribió que esta es “la obra más influyente de la historia y la más robada de todos los tiempos”.

17.00. La cuarta torre

De camino al nuevo Gante merece una pausa la plaza Kouter, que los domingos despliega un mercado de flores y donde llaman la atención las Mystic Leaves, gigantes hojas de bronce de la artista Jessica Diamond, que se avienen con el espíritu del lugar. Hay que parar en Vooruit (15), capítulo aparte en la promoción artística gantesa y referente del conocido como Barrio de las Letras. El edificio, diseñado por Ferdinand Dierkens y construido entre 1911 y 1914, es un motor cultural y un bar con ambiente extraordinario que invita a alargar la tarde. Nos conecta con otro imprescindible: la primera sede del partido socialista en la plaza Vrijdagmarkt. Estos inmuebles fueron impulsados a finales del XIX por el movimiento obrero, que consiguió que en 1913 la cooperativa Vooruit (significa “adelante”) tuviera 10.000 miembros. Y no hay mejor complemento que la cercana Boekentoren (16) (torre de los libros, actual biblioteca de la Universidad), obra maestra del arquitecto Henry Van de Velde, cuyo refinamiento en las líneas nos acerca al movimiento Bauhaus —­de hecho, aquí uno entiende que él se encargara la primera sede de dicha escuela entre 1904 y 1911—. Se la llama la cuarta torre de Gante y en sus 64 metros de alto y 24 plantas contiene unos tres millones de obras.

19.00. Una cena diabólica

De Krook (Miriam Makebaplein 1) (17) es el nombre de la nueva biblioteca, diseñada por el estudio Coussée & Goris y sus socios de Olot, RCR (Premio Pritzker 2017). Una estructura metálica recorre la orilla del Escalda convirtiendo en balcón lo que era un rincón descuidado. Aún queda el Museo Municipal de Arte Contemporáneo, S.M.A.K. (18), en el agradable Citadelpark. De vuelta al centro es inevitable adentrarse en el barrio de Patershol y tomar, rodeado de nativos, una ginebra autóctona Plumet Blanc en el café del Museo Huis van Alijn (19). Preámbulo ideal a la cena, a ser posible en el Cafe Theatre (20), donde la pasta con gambas diabólique no necesita ningún adjetivo más.

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