Georgia ha hecho honor a su reputación e historial de Estado bisagra dividido a partes iguales entre demócratas y republicanos. El gobernador Brian Kemp ha defendido, con éxito, su cargo frente al desafío que presentaba la candidata demócrata Stacey Abrams por segunda vez en cuatro años. Pero en la pelea más trascendente, la que se libra entre el senador demócrata Raphael Warnock y el aspirante republicano Herschel Walker, una antigua estrella del fútbol americano, el resultado final era impredecible, pese a que a primera hora de este miércoles ya estaba escrutado más del 95% de los votos.
En una comparecencia ante sus seguidores en la fiesta del conteo organizada por su campaña, Warnock parecía reconocer pasada la medianoche que habrá que ir a una segunda vuelta antes de proclamar un ganador. Pero se declaraba optimista. “No importa que sea esta noche, o mañana, o dentro de cuatro semanas, la gente de Georgia nos apoyará”, aseguraba, entre los vítores de quienes habían aguantado la espera para escuchar a su candidato. Un grupo muy variado de razas y edades, en el que abundaban las caras juveniles y el entusiasmo por bailar al unísono coreografías de música funk.
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A kilómetros de allí, Walker también se había dirigido a los suyos, en un evento similar. “No he venido aquí a perder”, aseguraba ante un público en el que había más blancos y más personas maduras en comparación con los simpatizantes de su rival, y mientras el country acaparaba la selección musical. Pero su llamamiento a la esperanza no podía esconder un hecho irrefutable: ha logrado casi cinco puntos porcentuales menos en la proporción de voto que el gobernador Kemp. Algo que dejaba en evidencia el rechazo que su candidatura, apoyada por el expresidente Donald Trump y salpicada por polémicas en torno a su personalidad y creencias, ha generado en parte del electorado republicano.
El reverendo bautista Warnock y la antigua estrella del deporte se encontraban a primera hora de este miércoles separados por apenas unos pocos miles de votos. Y, dado que concurría un tercer candidato, el libertario Chase Oliver, que ha logrado un 2% de los apoyos, ninguno de los dos lograba la mayoría necesaria del 50% +1 votos para evitar una repetición de la convocatoria electoral. Todo apuntaba a que el republicano y el demócrata tendrán que volver a enfrentarse el mes próximo en una segunda vuelta para dirimir el ganador definitivo de su enfrentamiento, como ya ocurrió en los comicios de 2020.
Si es necesaria esa segunda vuelta, es posible, dependiendo de los resultados de otras convocatorias electorales en otros Estados en disputa el martes, que se repita la misma situación de hace dos años: que haya que esperar hasta entonces para conocer qué partido controla el Senado. Hasta ahora, ambas formaciones contaban cada uno con 50 escaños, y era el voto de la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, el que rompía el desempate.
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La importancia de este enfrentamiento había generado un enorme interés entre el electorado de Georgia, antaño un sólido feudo republicano y ahora cada vez más diverso. En un Estado de 10 bmillones de habitantes, 2,5 millones habían acudido a las urnas de manera anticipada. Otro millón y medio más acudió a los colegios electorales en el día oficial de votación. Sin colas, sin aglomeraciones, pero también sin pausa.
En el colegio electoral instalado en la iglesia de Saint James en Buckhead, un acomodado barrio en el norte de Atlanta, Jimmy Little, el presidente de la mesa, confirmaba que a mediodía (hora local) ya habían depositado su voto en ese recinto más personas que en las elecciones de 2020, cuando se batieron récords de participación. “Y sin ningún tipo de incidentes”, apostillaba ufano.
Según declaraban a pie de urna votantes de uno y otro signo, ninguno tuvo que pensar mucho a qué partido prefería apoyar. “La delincuencia. Eso es lo que más me preocupa a la hora de votar, absolutamente. Hoy mismo han robado aquí cerca en la casa de una candidata. Es un problema enorme, las cárceles están llenas, se deja ir a los delincuentes sin exigírseles fianza y están libres por las calles. Por supuesto, he votado republicano”, revela un hombre en la sesentena que se identifica como J. B. en el colegio electoral en Buckhead. Matt, especialista financiero, también parece haberse inclinado por ese partido, aunque solo lo confirmaba de manera indirecta: “Para mí, lo más importante es ser provida. Eso es lo que ha decidido mi voto”, cuenta.
Pero en ese mismo recinto electoral, Mary Nasrallah, trabajadora en el sector sanitario de 38 años, aseguraba que su razón de peso para acudir había sido la defensa de los derechos reproductivos de las mujeres, en un año en el que el Tribunal Supremo ha tumbado la doctrina Roe versus Wade, la sentencia que legalizaba el aborto a nivel federal y deja ahora en manos de los Estados la decisión de permitir la interrupción voluntaria del embarazo en su territorio, y determinar bajo qué requisitos. “Quiero dar voz a la población de Atlanta que la necesita”, subrayaba.
Uno de los grandes temores de los demócratas ha sido la supresión del voto de las minorías. La aprobación en Georgia de la ley de Limpieza Electoral, o SB202, el año pasado, desató una ola de críticas: la medida limita el acceso al voto por correo, permite que cualquiera examine el desarrollo del proceso electoral en los colegios o impugne el voto de otro ciudadano. El partido demócrata y las organizaciones de movilización del voto denunciaron que podía utilizarse para impedir que los más desfavorecidos pudieran hacer uso de su derecho.
Al final, los incidentes fueron mínimos. Un millar de papeletas para votar por correo no se llegaron a enviar a quienes las habían solicitado; algunos colegios electorales tuvieron que alargar su jornada; y una interventora fue expulsada de un centro de votación junto a su hijo cuando sus comentarios dejaron en evidencia que había participado en el asalto al Capitolio.
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