Gestos que matan



“La salud mental y el odio aprietan el gatillo, no el arma”. Fue una de las primeras valoraciones (advertencias) de Donald Trump tras los últimos tiroteos ocurridos en Dayton y El Paso. El presidente de EE UU trataba así de ahuyentar el eterno debate sobre la prohibición de armas. Pero dicho de su boca, las palabras escogidas en su discurso asociadas al trastorno y la agresividad parecían señalarlo nuevamente, quizá no como culpable, pero sí como agitador y cómplice del aumento del supremacismo blanco y la xenofobia en el país norteamericano… Porque por citar uno de los casos más recientes, el pasado mayo, recordemos que Trump sonrió cuando un asistente a uno de sus mítines propuso “disparar” a los migrantes de la frontera con México para detenerlos.
Quizá la carta de 37 psiquiatras publicada en The New York Times en la que se advertía de que el presidente de los EE UU padece “una grave inestabilidad emocional” no fuera suficiente para convencer a muchos de que el magnate es un peligro para el mundo; tal vez la grafía de su rúbrica tampoco sirva para que muchos recapaciten sobre el trastorno del mandatario; ni siquiera los vídeos virales en los que Trump aparece expandiéndose y configurando en las mesas de reunión un muro con todos los objetos que tenga a su alrededor para demarcar su territorio sean insuficientes para comprender su obsesión con las fronteras. Que su única respuesta a la confesión de una refugiada que le relató cómo su madre y seis de sus hermanos habían sido asesinados por el ISIS fuera, sin atreverse a mirarla a la cara, destacar el hecho de que la mujer había ganado un premio Nobel de la Paz da cuenta de la falta de empatía —al ser (mal)educado en la creencia de que las emociones positivas son signo de debilidad— de una de las personas más poderosas del mundo.

Podrán lograr sonreír con la boca pero su mirada sigue siendo gélida, desafiante y perversa

Los gestos matan y no hace falta que sean tan explícitos como los de Jair Bolsonaro. Ya saben, el presidente brasileño convirtió la pistola conformada con su pulgar e índice en símbolo de su campaña. Partidario de la legalización de las armas, el gesto no podemos decir que no fuera en concordancia con su propósito y la defensa de sus ideales. Sin embargo, cuando le mostró a una pequeña de dos años cómo debía colocar sus diminutos e inocentes deditos para disparar como él o al apuntar, en otra ocasión, con el arma simulada al estómago de su homólogo argentino, Mauricio Macri, durante un posado diplomático; el gesto tomó aún mayor crueldad y trascendencia. No es necesario esperar un puñetazo contra la pared o una puerta, puede ser al aire o apretar fuertemente los puños (frustración). Un golpe en la mesa, enseñar toda la dentadura al sonreír falsamente o arrugar la nariz (desprecio) al hablar de un colectivo, apuntar (acusar) con el dedo a una persona, mirar por encima del hombro (superioridad) o adoptar la postura de sheriff (piernas abiertas y manos en la cadera)…; todos son gestos de pérdida de serenidad que deberíamos rechazar en un mandatario.
Al comparar el lenguaje corporal que Adolf Hitler ensayaba delante de la cámara de su fotógrafo oficial antes de un mitin y el del actual presidente de los EE UU durante la campaña electoral a las presidenciales resultan escalofriantes las pocas diferencias que se aprecian. El histrionismo, ademanes y expresiones faciales de odio, miedo y frustración son comunes y esenciales en el éxito del populismo, tanto de ultraderecha como de ultraizquierda. El padre del populismo actual, Steve Bannon, así lo reconoce. Y pese a que algunos de sus líderes deseen desarrollar un mensaje menos violento y disfrazarse con piel de cordero para seducir a un público más amplio, como es el caso de Marine Le Pen en Francia, podrán lograr sonreír con la boca pero su mirada sigue siendo gélida, desafiante y perversa.
Sabemos advertir y anticiparnos al ataque de un animal no humano, pero en aquellos a los que confiamos la gestión de toda una nación incomprensiblemente nos cuesta percibir la agresión o la toleramos más. Quien tenga perro y pasee con su mascota sabrá que no solo el gruñido, también el hecho de enseñar los dientes o el erizarse el pelo alertan de la más que posible greña entre canes. Culturalmente se nos ha enseñado que la fuerza física es muestra de superioridad y, en cierto modo, muchos siguen asociando el liderazgo testosterónico al poder cuando básicamente este tipo de reacciones y comportamientos, si no existe peligro real ninguno (no vivimos en la selva), solo delatan inseguridad, debilidad o que no andan buenos de la cabeza.
Patrycia Centeno es experta en comunicación no verbal y periodista


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