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Guerras presupuestarias: esta vez es diferente

EL PAÍS

El pasado jueves, la Casa Blanca publicó su último presupuesto. Los republicanos no han presentado una contrapropuesta específica, pero parecen estar uniéndose en torno a un plan propuesto por Russell Vought, el último director de Presupuesto de Donald Trump. Ninguno de los dos planes se convertirá en ley, sino que ambos están pensados para establecer las posiciones de los dos bandos de cara al inminente enfrentamiento por el techo de la deuda federal.

Pero no caigamos en falsas equivalencias. Puede que el presupuesto de Joe Biden sea teatro político, pero sus cifras tienen sentido. Las cifras republicanas, no. En cierto modo, ya hemos pasado por esto. Hace una década, Barack Obama también se enfrentó a una Cámara de Representantes controlada por los republicanos, que intentaba utilizar el chantaje del techo de la deuda para conseguir cambios de política que no habrían podido aprobarse mediante un proceso presupuestario normal. Y el plan de Vought tiene un marcado parecido familiar con el que presentó entonces Paul Ryan, que se convertiría en presidente de la Cámara en 2015.

Pero esta vez el entorno político e intelectual es diferente. En 2013, Washington estaba lleno de gente muy seria obsesionada con el desequilibrio presupuestario y creía a los republicanos que decían ser halcones del déficit. Ryan en concreto fue objeto de gran fascinación mediática, aunque cualquiera que analizara los detalles de su propuesta se daba cuenta de que era un timo. Hoy en día los cascarrabias del déficit tienen mucha menos influencia que antes. Los medios en general tratan con merecida mofa las afirmaciones de los republicanos de que tienen un plan para equilibrar el déficit. Y los propios partidos han cambiado: los demócratas se han convertido en más progresistas sin avergonzarse de ello, mientras que el Partido Republicano parece menos interesado en la política fiscal, o en la política en su conjunto, que en el pasado.

Sobre el presupuesto del presidente Biden: el punto de partida del plan es que la gente de presidente evidentemente ve los déficits como fuente de preocupación, pero no como una crisis. En general, el plan presidencial propone aumentar las prestaciones sociales en una serie de frentes, aunque ello suponga aumentar la deuda. No obstante, también propone reducir el déficit presupuestario, si bien solo en pequeña medida. En efecto, afirma que lo reducirá en casi tres billones de dólares a lo largo de la próxima década, pero eso representa menos del 1% del PIB.

¿Cómo puede Biden reducir el déficit y al mismo tiempo ampliar los programas sociales? Principalmente, subiendo los impuestos a las empresas y a los ricos, con la ayuda adicional de medidas para reducir los costes de la sanidad, en especial utilizando el poder negociador de Medicare para recortar los gastos en medicamentos con receta. ¿Son verosímiles las cifras de Biden? Sí. Sobre todo, las previsiones económicas en las que se basa el presupuesto son razonables, y no muy diferentes de las de la Oficina Presupuestaria del Congreso. Los pronósticos incluso cuentan con un aumento importante, aunque temporal, del desempleo durante el próximo año, más o menos.

Ahora bien, incluso los economistas que, como un servidor, han estado bastante relajados en lo que respecta a los déficits presupuestarios, piensan en general que en algún momento tendremos que hacer algo más. Necesitaremos una iniciativa mucho más amplia para rebajar los costes de la sanidad, y también vamos a necesitar más ingresos de los que se pueden recaudar solamente gravando a los estadounidenses con rentas muy altas. Pero el plan de Biden es un paso en la buena dirección.

¿Y los republicanos? Afirman creer que aumentar la deuda federal supone una crisis grave. Pero si lo creyeran de verdad, estarían dispuestos a aceptar al menos algún dolor en nombre de la reducción del déficit. Y no lo están. La propuesta de Vought aboga por mantener las rebajas fiscales de Trump, al tiempo que evita cualquier recorte en defensa, Seguridad Social o Medicare que represente un riesgo político. Sin embargo, también pretende equilibrar el presupuesto, lo cual es básicamente imposible con esas limitaciones. De hecho, incluso haciendo recortes salvajes en Medicaid y reduciendo de manera drástica la financiación de las funciones fundamentales de gobierno, Vought es capaz de afirmar que mantendrá al final el equilibrio presupuestario solo con la promesa de que la rebaja de impuestos y la liberalización darán como resultado un gran aumento de la tasa de crecimiento de la economía. Los partidarios de las rebajas fiscales suelen hacer esta clase de afirmaciones, pero nunca, y quiero decir nunca, cumplen sus promesas.

Lo que encuentro un poco desconcertante es por qué los republicanos siguen defendiendo estas cosas. El actual Partido Republicano saca su energía de la guerra cultural y la hostilidad racial, no de la fe en el poder milagroso de las rebajas fiscales y el Estado débil. Entonces, ¿por qué no defender una red de seguridad social fuerte, pero solo para blancos heterosexuales?

Parte de la respuesta puede residir en que el partido sigue necesitando el dinero de los multimillonarios que quieren que sus impuestos sigan siendo bajos. Pero también me parece que los vendedores ambulantes de la economía de derechas han hecho un trabajo extremadamente bueno de comercialización de su mercancía entre los políticos a los que no les preocupa demasiado la esencia de la política o no saben mucho de ella. La propuesta de Vought, como he dicho, se parece mucho a los planes de Paul Ryan de hace una década, pero se titula “Un compromiso para acabar con el Gobierno socialmente consciente y convertido en arma” y de alguna manera se las arregla para mencionar la teoría crítica de la raza no una ni dos, sino 16 veces. En cualquier caso, la situación actual es que Biden propone un plan fiscal básicamente razonable, mientras que los republicanos dicen tonterías malintencionadas.

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