Hasta pronto

Un campesino trabaja en un cultivo de manzanas en una granja de Saltillo (México).
Un campesino trabaja en un cultivo de manzanas en una granja de Saltillo (México).MIGUEL SIERRA / EFE

Una niña de nueve años les dice a sus perplejos padres que ella de mayor quiere ser salvaje, pero que los demás no le dejan ser todo lo salvaje que ya es. ¿Quiénes son los demás?, pregunta su madre. Pues la gente. Y nosotros, ¿también somos la gente? Hombre, pues claro, todos los padres son la gente. Y se pone a caminar por el hotel a cuatro patas apoyándose en los nudillos.

La cuestión había comenzado cuando, paseando por un sendero boscoso, la niña se empinó para coger una manzana que colgaba entre muchas de un pomeral, pero había aparecido un labrador como por encanto y le había afeado la conducta en un idioma apenas comprensible. Tras salir disparada, la niña preguntó a sus padres si en la naturaleza todo era de alguien. Sí, respondió el padre, ahora ya todo tiene dueño. Entonces, ¿esto no es la naturaleza? No, hija, ya casi no queda naturaleza. ¿Dónde queda? Pues un poco en las selvas del Amazonas, pero no te lo puedo asegurar. Caviló un poco y por la tarde es cuando dijo que ella era salvaje Y que sólo le interesaba lo salvaje.

Iba yo leyendo entonces El día que empezó la Guerra Civil, de Pilar Mera (Taurus), un buen resumen de los funestos días de julio del 36, y andaba horrorizado de nuevo por las salvajadas que cometieron izquierdas y derechas. El libro es bastante ecuánime, aunque no figura nunca ni el partido comunista ni la URSS, pero sí Alemania e Italia, lo que resulta un poco raro (p.195). Pero, en fin, lo que intimida son las barbaridades que cometieron ambos bandos.

¿Por las manzanas? ¿O por un salvajismo natural que aún nos posee en estado latente? No lo sé. Tendré que preguntárselo a la niña cuando sea un poco más mayor. Mientras tanto, que tengan ustedes unas considerables vacaciones. Nos volveremos a ver en septiembre.


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