Hegel está muy vivo. Slavoj Žižek, Judith Butler y Byung-Chul Han lo acreditan

Retrato de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) de la colección de los Staatliche Museen, Berlín.
Retrato de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) de la colección de los Staatliche Museen, Berlín.Fine Art Images (Getty Images)

Todos pasan y algunos regresan. El que puso la noción de relación y contradicción en el centro de la realidad, el que pensó de nuevo en el ser humano y le dio protagonismo en la historia, el que habló de sangre y libertad en la gran filosofía, fue considerado durante mucho tiempo “un perro muerto”. Pero si leemos a Slavoj Žižek, Judith Butler y Byung-Chul Han, algunos de los pensadores con más seguidores en este siglo, una cosa parece cierta: el legado de Hegel está muy vivo.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel representa en la cultura popular al pensador oscuro al que Monty Python proclamó como el mejor defensa en su viejo gag del partido de fútbol entre filósofos alemanes y filósofos griegos. Ahora, más de 250 años después de su nacimiento, se publican libros inspirados en su filosofía y se suceden reediciones de su obra. Incluso el ministro de Sanidad alemán, Karl Lauterbach, citó una frase suya —”la libertad es el reconocimiento de la necesidad”— para ilustrar un debate sobre el deber moral de vacunarse en tiempos de pandemia.

Veamos. Dos de los últimos libros de Slavoj Žižek es Hegel in a Wired Brain y Menos que nada. Hegel y la sombra del materialismo dialéctico. Al teléfono, Zizek reflexiona sobre esa visión hegeliana de la historia como un camino de desgarro: “Hegel no nos habla del futuro —ese es Karl Marx—, sino que lo que quiere es que nos fijemos en los procesos de la historia y en el acto de reescribirla constantemente”, advierte. En ese sentido, la lección de Hegel hoy es que no nos fiemos de nuestras visiones de futuro: “Hay que ser más escépticos, y no considerarnos grandes hacedores de la historia”, explica.

Con el poshumanismo en el horizonte, Zizek advierte que el verdadero game changer de nuestro tiempo no es el capitalismo de vigilancia, sino las posibles nuevas formas de dominación a través de la interfaz cerebro-máquina, cuyo objetivo es hacer transparentes nuestros procesos de pensamiento. Esta nueva capacidad tecnológica, incipiente pero real, “es horrible porque amenaza la metáfora, la poesía y la idea misma del lenguaje. Lo que está en juego es nuestra forma básica de libertad, que es el pensamiento humano”, concluye.

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El deseo y el poder

Desde su último libro, La fuerza de la no violencia, al primero, El género en disputa, la obra de Judith Butler utiliza y trasciende conceptos hegelianos como la necesidad de reconocimiento, la mediación o el derecho a la ciudadanía. Butler, que se doctoró en la Universidad de Heidelberg con una tesis sobre Hegel y el concepto de deseo, publicó en 2019 un artículo en The Institute of Art and Ideas, titulado ‘Hegel for our times’, donde subrayaba la pujanza actual de la noción de interdependencia, tan hegeliana, frente a la de individuo. “Es en el transcurso del encuentro con el otro cuando tengo la oportunidad de tomar conciencia de mí mismo”, escribe.

El pensador Byung-Chul Han, que estudió Filosofía en la Universidad de Friburgo, parece leer en cambio a Hegel desde un punto de vista menos transformador y más ordenancista. En La agonía del Eros, Han identifica la noción de absoluto de Hegel con el amor, y advierte que en un mundo narcisista donde toda interacción social está mediada por la tecnología corremos el riesgo de erradicar la noción del otro. Y uno de sus últimos libros es Hegel y el poder, cuya tesis es que ciertas formas de dialéctica del poder se pueden dar desde la concordia, como ocurre con el capitalismo de vigilancia.

Populismos y conspiracionismos

Para Germán Cano, profesor de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Alcalá de Henares, hay un regreso a la obra de Hegel por la necesidad de tratar de pensar la totalidad, para pensar la estructura de lo real, una perspectiva relevante en estos tiempos de populismos o conspiracionismos, basados en lógicas de chivos expiatorios. Para Cano, el problema reside en que vivimos en sociedades cada vez más atomizadas, sin esfera pública robusta, lo que hace que nos cueste entendernos como sociedad.

Hegel fue el primero en desen­trañar la trampa detrás de expresiones como “es lo que hay”, el que descubrió el engranaje de las ideas disfrazadas de enunciados naturales, destaca Ricardo Espinoza Lolas, catedrático de Historia de la Filosofía Contemporánea de la Universidad Católica de Valparaíso. Por eso es tan importante hoy, porque Hegel nos ofrece herramientas para “perforar lo dado, mediatizar lo inmediato, y construir un tejido sociohistórico nuevo”, como los movimientos feministas, antirracistas o anticolonialistas. Es la idea que subyace bajo la frase hegeliana “habría que poner remedio a la desdicha de muchos con unos pocos medios que, sin embargo, son la propiedad de otros”.

No escupamos sobre Hegel

Las gafas hegelianas ayudan a ver más allá, pero no funcionan para todos. En Escupamos sobre Hegel y otros escritos, la activista Carla Lonzi subrayaba que el feminismo era el primer movimiento social en interrumpir el monólogo masculino, tan esmeradamente cultivado desde la filosofía occidental. Pero a su vez, el concepto de transformación, tan hegeliano, está en el corazón del feminismo. “De la mano de pensadores deudores de Hegel como Butler se introduce la idea de que cada persona es simultáneamente singular y plural”, reflexiona Francesca Recchia Luciani, profesora de Historia de la Filosofía de la Universidad de Bari. Recchia afirma que estamos viviendo un cambio profundo, un conflicto entre un viejo y un nuevo mundo, un duelo dialéctico que busca superar el paradigma patriarcal, que niega espacio y voz a la mayoría de personas.

Un revolucionario bebedor de cerveza

Hegel vivió la Revolución Francesa y entendió que la idea de conflicto en la historia es dolorosamente real. Hasta 1800 Hegel no quiso ser filósofo sino revolucionario, y esa encrucijada es capital en su obra, explica José María Ripalda, catedrático de Historia de la Filosofía Moderna de la UNED en El joven Hegel. Ensayos y esbozos.

Algo poeta, a Hegel le gustaba la cerveza y las chicas, tuvo un hijo y, como buen estudioso de la ética, se hizo cargo de su mantenimiento toda su vida. Más allá del icono filosófico, Hegel es también un hombre, de la misma manera que Beethoven dijo de Napoleón: “¿No es al fin y al cabo un ser humano?”. Marie von Tucher, su esposa, lo describió como una de esas personas que nada espera ni nada desea. Pero no todos lo amaron: Schopenhauer dijo que la obra hegeliana quedaría como “un monumento a la estupidez germana”.

En todo caso, Hegel, para quien la filosofía era una especie de religión perdida, es una luz que no se apaga. El historiador Wilhelm Dilthey lo definió como “uno de esos hombres que no han sido nunca jóvenes y a quienes todavía en la vejez les arde un fuego escondido”.

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