Mujeres libanesas hacen fila para votar, el domingo en el distrito chií de Dahiye, en Beirut.Oliver Marsden
En Líbano apenas funcionan los ascensores por falta de electricidad, salvo en la sede de Hezbolá en Dahiye, feudo del partido-milicia proiraní en los distritos chiíes del sur de Beirut. La maquinaria electoral de la organización ha echado el resto en las elecciones legislativas de este domingo, las primeras a las que han sido convocados los libaneses tras el estallido de una crisis que ha situado al heterogéneo país del Mediterráneo oriental al borde del abismo de un Estado fallido desde hace tres años. “Los votantes dirán la última palabra”, replicaba complacido al mediodía de la jornada de votaciones el candidato Alí Ammar en el colegio electoral Grandan, en Dahiye, donde las decenas de electores agrupados en colas separadas de hombres y mujeres le aclamaban. Muchos le pedían que se hiciera una foto con ellos para dar cuenta de su lealtad a las enseñas amarillas de Hezbolá.
“No sé para qué votamos aquí. Esto no es más que un plebiscito, es una encuesta para comprobar que Hezbolá obtiene más del 90% de los votos, como de costumbre”, ironizaba Mohamed al Khanan, de 47 años. “Yo también les voy a votar, pero me temo que no va a cambiar nada”, confesaba en la concurrida fila de una mesa electoral este comerciante expatriado en Indonesia “por la compleja situación de seguridad de Líbano”, de paso en Beirut para visitar a familiares.
El candidato de Hezbolá, Alí Ammar, posa con partidarios, este domingo en un colegio electoral de Dahiye.
Oliver Marsden
El paseo triunfal de Alí Ammar entre los votantes del bastión chií de Dahiye era interrumpido de tanto en tanto por arrobadas madres que le presentaban a sus hijos. “Ha votado por primera vez, y ha votado por ti, que Alá te bendiga”, le jaleaba una de ellas. Decenas de voluntarios uniformados con camisetas amarillas del partido-milicia dirigían el caótico tráfico de los electores por los pasillos del colegio electoral y trasladaban en camillas, en sillas o en volandas a los ancianos escaleras arriba para que no se perdiera ni un solo voto. “Esperamos que la participación será más alta que en los últimos comicios, Insha Alá! (Dios mediante)”, se despidió el candidato camino de otro centro de votaciones de su distrito.
En una de las mesas, la participación rondaba el 30%, cinco horas antes del cierre de las urnas, a las siete de la tarde. Las abigarradas filas de los pasillos contrastaban con la parsimonia del ritual de voto, en el que los electores iban pasando uno por uno ante las mesas en el interior de las aulas. A esa misma hora, el Ministerio del Interior libanés informaba de una tasa de afluencia media de electores del 25%. En el colegio Laure Megaishel, en el distrito beirutí preponderantemente cristiano de Ashrafiye, apenas habían depositado su sufragio un 15% de los censados a las tres de la tarde en una mesa situada en el interior de una tienda de campaña de la Cruz Roja plantada en el patio del centro.
“Es indignante. Están comprando votos en todas partes”, tronaba la exdiputada y candidata independiente Paula Yakoubian, cristiana de origen armenio, durante su visita al colegio de Ashrafiye. “¿Quiénes? Los de siempre”, contestaba sin dar más detalles. Yakoubian, de 46 años, dimitió como parlamentaria tras la explosión que devastó el puerto de Beirut en 2020. Los partidos tradicionales que se reparten el poder en un sistema sectario entre musulmanes chiíes y suníes y cristianos maronitas han bloqueado hasta ahora la investigación sobre una tragedia que causó más de 200 muertos y provocó daños por un monto de 5.000 millones de euros.
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La participación se vio limitada al 49% en los anteriores comicios legislativos, en 2018, cuando Hezbolá acaparó, junto con aliados cristianos como el presidente de la nación, Michel Aoun, y chiíes, como el partido Amal, 71 de los 128 escaños del Parlamento. Una estimación preliminar del Ministerio del Interior la sitúa ahora en torno al 41%, según informa Reuters. El fantasma de la abstención planea en estas elecciones sobre la comunidad suní, después de que su principal candidato, el ex primer ministro Saad Hariri, anunciara su retirada de la política en enero. “Nosotros vamos a plantar cara a Hezbolá y a evitar que se pierdan los votos de Hariri”, aseguraba el candidato Michel Fallah, un abogado de 41 años encuadrado en Fuerzas Libanesas, mientras hacía campaña en una zona limítrofe de Ashrafiye con un distrito suní. Estaba rodeado de guardaespaldas de la ultraderecha cristiana.
Fátima Shaban, propietaria de una tienda de moda, en la fila para votar este domingo en Dahiye, feudo chií en Beirut.
Oliver Marsden
En las urnas de Dahiye, la empresaria Fátima Shaban votaba por primera vez los 23 años, en un país que aún eleva hasta los 21 años la edad para ejercer el derecho al sufragio. “Voy a votar a Hezbolá, por supuesto, como casi todas las mujeres que estamos en esta fila, pero no creo que sirva de mucho. Los partidos libaneses no se van a poner de acuerdo para resolver nuestros problemas”, explicaba esta propietaria de una tienda de “moda hiyab” (con velo islámico) entre las sonrisas cómplices del resto de las votantes.
Aunque muchos candidatos independientes y de oposición aspiran a atraer el voto de descontento de los ciudadanos golpeados por la pobreza, la división entre sus filas dificulta que la mayoría de estas listas reciba al menos un acta parlamentaria en un sistema electoral que prima a los partidos tradicionales confesionales. La crisis de Líbano, la peor desde la guerra civil que ensangrentó el país entre 1975 y 1990, ha sumido al 80% de sus 4,5 millones de habitantes y casi todos los refugiados —más de un millón de sirios y cerca de 300.000 palestinos— bajo el umbral de la pobreza extrema. La libra, la moneda nacional, ha perdido el 90% de su valor frente al dólar en los tres últimos años y la inflación ha superado el 200%.
El número dos de Hezbolá, Naim Qasem, anunciaba antes del cierre de los colegios electorales que tenderá la mano a todos los grupos políticos y aceptará los resultados sin cuestionarlos, en un claro anticipo de que daba por descontada su victoria.
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