Hondarribia, un día en territorio de los vikingos

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La mejor manera de entrar en Hondarribia es descendiendo por el monte Jaizkibel. Más allá de las vistas estimulantes, el camino ayuda a entender el entorno privilegiado de una localidad de unos 18.000 habitantes, ubicada entre las faldas de la montaña (o en el final del lomo de una ballena) y la acogedora amplitud del golfo de Vizcaya. El santuario de la Virgen de Guadalupe nos remite al tradicional Alarde (desfile cívico-religioso para cumplir el voto realizado por el pueblo a la Virgen durante el asedio de 1638), que se celebra cada 8 de septiembre. Desde aquí, el río Bidasoa es una cicatriz de agua que nos separa de Irun y Hendaya, una vecina con una playa ciertamente irresistible. La riqueza innata de la naturaleza revela unos montes verdes, salpicados de caseríos, sidrerías y huertos que absorben el sirimiri con delicadeza, para así luego dar brillo a un paisaje salvaje.

9.00 Un paseo intramuros

En día de sol, es buena opción desayunar en la terraza del clásico Batzoki (1). A la vista quedan parte de la muralla medieval que bordea la ciudad vieja y el restaurante Alameda (2), hasta hoy el más reputado en Hondarribia por su manera de reinterpretar la tradición. Antes de cruzar la puerta de Santa María y acceder intramuros, da la bienvenida la escultura del Hatxero (zapador), símbolo de la ciudad.

Es imposible no evocar los pasos lentos de Dustin Hoffman y Steve McQueen, presos condenados en Papillon, rodada aquí en 1973. Es un placer constatar que la escenografía no ha cambiado prácticamente nada. Se debe en parte a comercios como Menina (3), que ofrece desde 1980 marionetas de fabricación propia, a cargo de Idoia Siejo y Jonan Basterretxea (familia del escultor Néstor Basterretxea, figura fundamental en la modernidad artística y reivindicativa vasca), y a otros enclaves como el restaurante Sebastián (4), la Casa Consistorial (5) y el palacio Zuloaga (6)—ambos del XVIII— o la iglesia de Nuestra Señora del Manzano (7), donde el 3 de junio de 1660 se casaron por poderes María Teresa de Austria y Luis XIV, el rey Sol, antes de escenificar la boda protocolaria seis días después y a todo trapo en San Juan de Luz.

10.00 Antigua atalaya

La plaza de Armas (8), el punto de encuentro habitual, está dominada por el parador Carlos V, del siglo X. He aquí una presencia imponente, cuya piedra y cuyas ventanas hablan también de la época en que María Cristina, muy fan de Hondarribia, se empeñó en mantenerlo a toda costa. Mitad castillo, mitad palacio, su monumentalidad controla, desde lo más alto del promontorio, la bahía de Txingudi y explica su antigua función de fortaleza y atalaya. Siguiendo por San Nikolas se llega a la plaza de Gipuzkoa (9), donde el ladrillo chirría con la arquitectura tradicional en madera y piedra.

12.00 Fachadas de colores

Las casas tradicionales brillan en el barrio de la Marina (10), en cuyas fachadas predomina el verde (color de la trainera de Hondarribia). Para muestra, Zeria, una casa de 1575 y actual restaurante (restaurantezeria.com). Este paseo tiene riesgos, es decir, locales con pintxos de trato demasiado fácil: Txantxangorri (San Pedro Kalea, 27), Lekuona o Gran Sol. En ellos se aprende que a los nativos de Hondarribia se les llama vikingos o que hay un monumento de un oso y un madroño en la plaza Javier Ugarte (11) como cortesía a los muchos visitantes madrileños. Los balcones de colores vivos espolvoreados de flores son buena compañía para la vista. Atención a dos comercios: la antigua ferretería de María Rosario Berrotaran (12), como buena quincalleirie repleta de todo tipo de objetos, entre ellos, el bolso-cesta-capazo de moda en las playas de alrededor; y Bibat (13), donde hallar sugerentes ilustraciones de Maore Sagarzazu.

Es imprescindible conocer la esencia del chacolí, patrimonio cultural del País Vasco. Nada como la visita a la Txakolineria Hiruzta (14), a las afueras, que gracias a la enóloga Ana Martín ha recuperado la tradición centenaria de producción y elaboración de chacolís versátiles, gastronómicos y de primera.

14.30 Puro sabor ancestral

Para comer conviene reservar en Trinkete Borda (15), en la vecina Irun. No existe en España mejor carne de wagyu que la que Iñaki Hernández preserva en sus prados, y difícilmente se encontrará un restaurante que maneje tan bien la parrilla. Sus productos de la huerta tienen un sabor puro, ancestral. Un festival gastronómico acorde con el paisaje. Vivir en una nube debe de ser parecido a esto. Detrás del restaurante se halla el trinquete original en el que en los años sesenta se llegó a jugar un campeonato de España de pelota. Asumir este dato después de comer solo permite imaginar a los pelotaris mientras se resuelve la duda de la siguiente escapada.

16.00 Dos escapadas cercanas

Hay dos excursiones cercanas. Se puede ir a San Juan de Luz y ver lo que queda del original casino La Pérgola que proyectó Mallet-Stevens, o visitar las villas marineras de Pasaia, cruzando en barca de Pasai Donibane a Pasai San Pedro y recordar a Orson Welles leyendo solo en el histórico restaurante Casa Cámara y visitar la casa en la que vivió Victor Hugo (oarsoaldeaturismoa.eus/es) durante su estancia en 1843. Para ver qué le inspiraba este lugar solo hay que abrir su libro Viaje a los Pirineos y los Alpes: “Una cortina de altas montañas verdes recortando sus cimas sobre un cielo resplandeciente y en ese cielo una vida, un movimiento, un sol, un azul, un aire y una alegría inexpresables, eso tenía ante mi vista”.

20.00 Reposo en el caserío

De vuelta, lo ideal, sin duda, será pernoctar en Basalore (16), un hotel-caserío (843 93 14 20) en plena naturaleza. La expresión “lo tiene todo” cobra sentido en este rincón del mundo y deja de tenerlo fuera de él. La pareja de actores Elsa Pataky y Chris Hemsworth, que tienen buen gusto, pasaron aquí encantados el verano de 2019, y recibieron la visita de Matt Damon. La discreción, el reposo y la plenitud están asegurados. Un experiencia transformadora. En la terraza, cuando la humedad acecha y el sol no es más que una desinencia naranja que se desvanece más allá de todo, es el momento para abrir el chacolí que se compró en Hirutza y entregarse a la esencia de lo natural.

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