Maysy tenía ocho años el 1 de julio de 1997 y recuerda perfectamente el “ambiente de alegría” de aquella jornada en las calles de Hong Kong y cómo sus padres salieron a celebrarlo con otros amigos. Terminaba la era colonial y, con una solemne ceremonia de traspaso, el territorio regresaba a la soberanía china. Hoy, esta administrativa de 33 años, de pelo corto y gafas redondas, simpatizante entusiasta de las protestas contra Pekín que paralizaron el enclave autónomo en 2019, vive desde septiembre pasado en el Reino Unido, donde cursa un máster empresarial. No sabe si volverá: “Es difícil ser optimista sobre el futuro. Amo Hong Kong, pero el Hong Kong que existe ahora no me ama a mí. Prefiere eso que los líderes llaman seguridad nacional”.
Este viernes se cumple el 25 aniversario del retorno del territorio a manos de Pekín. El punto intermedio de los 50 años durante los que, según la declaración conjunta chino-británica, China se comprometía a que Hong Kong disfrutase de “un alto grado de autonomía” y derechos y libertades inexistentes en el resto del país, en virtud del principio que el líder Deng Xiaoping había definido como “un país, dos sistemas”.
El Gobierno central y el Gobierno autónomo hongkonés se disponen a echar la casa por la ventana con las conmemoraciones. El propio presidente Xi Jinping tomará el juramento de su cargo al nuevo jefe del Ejecutivo autónomo, el antiguo jefe de Policía John Lee. Es la primera salida de Xi fuera de la China continental desde que comenzó la pandemia, en un gesto calculado para dejar claro quién tiene el control real sobre la ciudad que hace tres años se rebelaba frente a la mano dura de Pekín.
Todo Hong Kong está engalanado con carteles en color rojo brillante ―el de las banderas china y hongkonesa― que saludan el aniversario. La zona en torno al Centro de Convenciones, donde tendrá lugar la ceremonia, se encuentra vallada desde el lunes. No se repetirán las manifestaciones multitudinarias que se habían sucedido cada 1 de julio hasta 2020 para reivindicar la autonomía del territorio.
A ojos de quienes reclamaron más autonomía y democracia en las protestas de 2019, sus simpatizantes y defensores de los derechos humanos y gobiernos occidentales, el panorama es desolador. La Ley de Seguridad Nacional que impuso Pekín al territorio autónomo en 2020 sofocó aquellas manifestaciones. Y ha impuesto tantos límites a los derechos y libertades que, según sus críticos, ha puesto fin en la práctica al principio de un país, dos sistemas 25 años antes de la fecha prevista de 2047. A su llegada a Hong Kong, este jueves, el líder chino ha hecho su propio resumen de la situación: “En el último periodo, Hong Kong ha experimentado más de una prueba seria, y ha superado más de un riesgo y desafío. Después de las tormentas, Hong Kong renació del fuego y emergió con una vigorosa vitalidad”. “Los hechos han demostrado que el principio de ‘un país, dos sistemas’ está lleno de vitalidad”, ha sostenido Xi.
“El concepto era brillante”, apunta el último gobernador británico, Chris Patten, en conversación con un grupo de periodistas desde su residencia en Londres. “Originalmente, Deng Xiaoping lo había pensado para Taiwán, y pasaba por encima de las dificultades políticas y morales que existían para Hong Kong, pero también para China y el Reino Unido. Pero Xi Jinping lo ha destrozado. Podríamos decir que el Partido Comunista en Pekín nunca entendió de veras en qué consistía el sistema hongkonés. Pensaron que simplemente permitía que los ricos lo fuesen cada vez más. Pero en realidad era una mixtura extraordinaria de libertades económicas y sociales, marinada en las actitudes chinas hacia el trabajo y la responsabilidad comunitaria y social. Una mixtura que funcionaba muy bien”.
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Hace 25 años la esperanza era que “Hong Kong inspiraría a China de forma positiva” y acercaría al régimen de Pekín a los valores democráticos occidentales. ”Pero ha ocurrido todo lo contrario”, apunta Patten.
Las reformas electorales que debían haber garantizado el sufragio universal nunca se realizaron. En 2014, una propuesta de Pekín se consideró insuficiente entre los defensores de la democracia. El rechazo acabó desencadenando el llamado Movimiento de los Paraguas, casi tres meses de protestas en las calles del centro de Hong Kong para reclamar un verdadero sufragio universal, precursor de las manifestaciones de 2019. El Gobierno de Xi tomó nota: en su visita de 2017 para conmemorar el 20 aniversario, Xi advirtió a la ciudad que cualquier intento de “desafiar al poder” se consideraría “absolutamente inadmisible”.
Cárcel y cierre de periódicos
Pero aun entonces, el antiguo activista estudiantil Joshua Wong recibía la visita de Xi para las conmemoraciones, encadenándose como protesta a una estatua regalo del Gobierno central de Pekín. Hoy, ese tipo de acto es impensable. Wong se encuentra en la cárcel cumpliendo una condena de casi dos años por participar en reuniones ilegales. Pueden ser más: forma parte del grupo de 47 activistas y antiguos legisladores de la oposición prodemocracia detenidos y a la espera de juicio por su papel en las protestas y en tratar de organizar una candidatura unida de oposición para las últimas elecciones legislativas. Muchos otros simpatizantes del movimiento demócrata han sido también detenidos y se encuentran a la espera de juicio, como el nonagenario cardenal católico Joseph Zen, o cumplen condena.
En el Consejo Legislativo, el Parlamento autónomo, ya no existe oposición. La reforma electoral impuesta también por Pekín en 2021 impide que se presenten candidatos “no patrióticos”. Los medios de comunicación críticos han quedado silenciados tras el cierre del periódico Apple Daily, el más combativo de ellos, hace casi exactamente un año. La vigilia que conmemoraba la matanza de Tiananmén en 1989 se encuentra prohibida desde 2020. El argumento, en este caso, es la lucha contra la pandemia. Pero también se ha cerrado el museo que conmemoraba la tragedia, el único en suelo chino, y la Universidad de Hong Kong, la principal del enclave, ha derrumbado la estatua Pillar of Shame (Pilar de la Vergüenza) en honor de las víctimas.
El mundo de la cultura mide con cuidado sus actividades. El Club de Corresponsales Extranjeros ha renunciado a entregar sus premios anuales de Derechos Humanos, por temor a infringir la Ley de Seguridad Nacional. Miles de personas, de una población de 7,5 millones que en las últimas elecciones libres ―las de juntas de distrito en diciembre de 2019― dieron una rotunda victoria a los prodemócratas, han abandonado el territorio autónomo. Parte lo han hecho de manera temporal y a la espera de acontecimientos, como Maysy. Otros, de manera permanente. Solo en el último año, más de 100.000 hongkoneses han solicitado mudarse al Reino Unido bajo un nuevo programa de visados.
El Instituto Hongkonés de Investigación sobre Opinión Pública calcula que nunca desde 1997 la confianza de los hongkoneses ha estado tan baja en su sistema de gobierno. De modo consistente, este instituto encontró hasta 2019 una tendencia generalizada entre los residentes a identificarse más como hongkoneses (un 70%, según sus datos de mayo) y menos como chinos en un sentido amplio. Solo un 28,5% se reconoce en esa última definición, un porcentaje que se reduce al 4,4% entre los menores de 30 años.
Y, al mismo tiempo, nunca ha estado el Gobierno autónomo tan completamente alineado con Pekín. John Lee, nombrado en mayo por un comité de notables afectos a Pekín, es el nuevo líder que estrenará la segunda mitad de esos 50 años teóricos de libertades. Sus críticos anticipan dureza, mayor aún que la de su predecesora, Carrie Lam. El antiguo responsable de la seguridad pública ha prometido tener como prioridad absoluta el mantenimiento de la estabilidad y la seguridad. E inculcar el sentimiento de patriotismo chino entre los más jóvenes, ahora mismo los más desafectos a Pekín. Los nuevos libros de Historia en la enseñanza secundaria definen el Hong Kong previo a 1997 como un territorio ocupado, en lugar de una colonia británica.
Al mismo tiempo, se están intensificando los lazos físicos para conectar e integrar a Hong Kong en la gran región del delta del río de la Perla (mediante la autopista sobre el mar Hong Kong-Zhuhai, por ejemplo), algo que los partidarios de la autonomía temen que acabe diluyendo gradualmente la identidad hongkonesa. Zhang Xiaoming, responsable adjunto de la Oficina de Asuntos de Hong Kong en el Gobierno de Pekín hasta este mes, ha hablado de “una segunda vuelta a la soberanía” de la ciudad ahora, una oportunidad para restablecer los lazos entre la antigua colonia y el Gobierno central, y corregir lo que Pekín considera errores en la gestión local en estos 25 años.
“¿Segunda vuelta a la soberanía? Ya bastó con la primera, y hemos visto a dónde hemos llegado. No, desde luego, viendo cómo están evolucionando las cosas no tengo nada claro que vaya a volver”, zanja Maysy.
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