‘Hotel Transilvania’ | ¿Valen la pena los hoteles familiares?

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Los hoteles familiares son chiquiparks enormes: los hay masificados, llenos de plástico, cartón piedra y un entusiasmo fingido y exagerado por parte de todo el mundo, pero si buscas bien encontrarás algunos con un cierto encanto y personalidad. Para probar las vacaciones con dos hijos a la vez, uno de ellos bebé, nos hemos decantado por la segunda opción, porque uno es cronista, pero tampoco insensato, y una cosa es documentarse para las columnas y la otra vivir una experiencia espeluznante.

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Empecemos por el precio: la mayoría de buscadores de reservas, a la que introduces cuatro personas en la ecuación, te obligan a pagar dos habitaciones o una cuádruple carísima. Aunque el bebé duerma con nosotros siempre y la mayor se apunte a la aventura. En un hotel familiar, donde intuyen que las familias crían, tienen habitaciones de distintos tamaños y los precios son moderadamente aceptables. Y sí, pagarás 15 euros diarios extra por el parking, pero poder aparcar en el recinto es una tranquilidad.

Lo malo de los Hoteles Transilvania es que te encuentras a otros monstruos, o sea, un montón de familias con niños que gritan, que corren, que salpican, que juegan a la pelota a dos palmos de ti y que por supuesto te acaban dando, y con padres que pasan de todo, cerveza en mano. La cara positiva de la moneda es que con tanta gente así, nosotros nos podemos relajar, porque los llantos de nuestro bebé queda más disimulados, y los “mira-mira-mira” constantes de nuestra mayor también.

Además, si los críos son mínimamente sociales, pueden surgir amistades instantáneas con otros niños para disfrutar juntos de la piscina, las áreas comunes o los talleres. Vigilad con los talleres y actividades infantiles. Su oferta puede ser tan sugerente y tan cutre como la de centros cívicos y festividades locales al lado de tu casa. Pero ayudan a distraer.

Nuestra hija se sintió atraída por un taller de pintar sal y convertirla en un pongo que nos hemos tenido que llevar de recuerdo, y después por la “creación de máscaras”, que era simplemente pintar una fotocopia de una careta y después recortarla. Si cuentas el precio hora de la estancia en el hotel podrías imprimirte un centenar de máscaras. Pero hacerlo en comunidad infantil y con monitor les apetece mucho más.

(Gracias por cierto a monitores, salvavidas y camareros, que van de culo siempre, por ser esta ayuda extra en la temporada en la que ya estamos agotados.)

Los hoteles familiares no son un resort paradisíaco de pulserita. Si les buscamos pegas seguro que están anticuados, la comida no es demasiado buena y los cerdos entran en la piscina sin ducharse. Pero están preparados para los niños. Y al final, si tienes dos o más, cambias la aventura por una tumbona. Y si un crío se duerme y la otra está entretenida con juegos acuáticos en grupo vigilados por un monitor, hasta da tiempo de leer o nadar un ratito.

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