Biden ataca a Trump como “amenaza para la democracia” a dos meses de las legislativas

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“Es la democracia, estúpido”. Ese podría haber sido el lema de la campaña de Joe Biden para las elecciones de medio mandato, parafraseando la frase de James Carville, el estratega de la campaña que llevó a Bill Clinton a ganar las presidenciales de 1992, entonces con la economía como protagonista. El eje de la campaña del presidente de Estados Unidos consistió en advertir de la amenaza que para la democracia suponía una victoria rotunda del Partido Republicano a lomos de un Donald Trump que sigue sin reconocer su derrota de 2020. La ardiente defensa del demócrata de las instituciones ha calado más entre los votantes que el negacionismo electoral de Trump y sus mensajes apocalípticos.

La obra de Biden ha tenido un prefacio y tres actos. Biden, un político moderado, que fue elegido senador a los 29 años y que estaba acostumbrado a ese país menos polarizado donde las votaciones en el Capitolio podían unir a congresistas republicanos y demócratas, dio el primer aviso el mismo día de su entrada en campaña, el 25 de agosto en Maryland, a las afueras de Washington: “Lo que estamos viendo ahora, es el comienzo o la sentencia de muerte de una filosofía MAGA extrema”, en referencia a las siglas del Make America Great Again (hacer que Estados Unidos sea grande de nuevo), el lema que Trump y los suyos proclaman con orgullo y Biden con desprecio. “No es solo Trump, es toda la filosofía que sustenta el… voy a decir algo, es como el semifascismo. Este no es el Partido Republicano de vuestros padres. Esto es un asunto diferente”, añadió.

Tras ese prefacio, Biden se desplazó a Filadelfia (Pensilvania) para dar un discurso presidencial en horario de máxima audiencia. Eso es algo que en Estados Unidos no se hace a la ligera. Al elegir el formato de las grandes ocasiones ponía el riesgo de que la democracia de Estados Unidos sucumbiera a manos de Donald Trump a la altura de ocasiones históricas como la guerra del Golfo, la caída de Sadam Hussein, los atentados del 11 de septiembre, el huracán Katrina, la pandemia del coronavirus y la crisis financiera.

Primer acto: la amenaza de Trump

“Durante mucho tiempo, nos hemos convencido de que la democracia estadounidense está garantizada. Pero no lo está. Tenemos que defenderla. Protegerla. Defenderla. Todos y cada uno de nosotros”, proclamó en tono solemne delante de un iluminado de azul y rojo Independence Hall, donde se firmó en 1776 la Declaración de Independencia; y en 1787, la Constitución de Estados Unidos. “Donald Trump y los republicanos MAGA representan el extremismo que amenaza los fundamentos mismos de nuestra república”.

Pese a la relevancia que quiso darle Biden, las grandes cadenas —con la excepción de CNN— no vieron motivos para emitir el discurso. NBC emitía Ley & Orden; la CBS, El pequeño Sheldon, y ABC, un concurso. En el exterior del recinto, los trumpistas coreaban el lema que usan como un soez insulto encubierto: “Let’s go Brandon” (Vamos, Brandon) o directamente, la versión original: “Fuck Joe Biden” (Que te jodan, Joe Biden). El presidente cortó los abucheos de los asistentes a su acto:. “Tienen derecho a estar indignados. Esto es una democracia”.

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Tras ese primer acto, Biden siguió haciendo campaña en defensa de la democracia, pero mezclando esos mensajes con la defensa de sus políticas, los logros legislativos, sus propuestas de prohibir las armas de asalto y de aprobar una nueva ley del aborto. Las encuestas decían que los votantes veían la democracia en riesgo, pero que lo que les preocupaba de verdad era el precio de la gasolina y el carrito de la compra: la inflación. El presidente no cejó en su empeño y el segundo acto llegó a menos de una semana de las elecciones.

Segundo acto: violencia política

El presidente eligió un club privado cercano al Capitolio, sede del Congreso, por el simbolismo. Subrayó que las elecciones del 8 de noviembre eran las primeras desde que una turba exaltada por las mentiras y los mensajes incendiarios de Trump asaltó el Capitolio el 6 de enero de 2021 para impedir la certificación de su victoria en las presidenciales del año anterior. Empezó recordando también al ataque al marido de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes y tercera autoridad del país.

Biden responsabilizó a “la gran mentira” de Trump de que le habían robado las elecciones de “alimentar el peligroso aumento de la violencia política y la intimidación de los votantes en los últimos dos años”. Denunció “las mentiras contadas por el poder y el beneficio, las mentiras de la conspiración y la malicia, las mentiras repetidas una y otra vez para generar un ciclo de ira, odio, vitriolo e incluso violencia”. “En este momento, tenemos que enfrentarnos a esas mentiras con la verdad”, pidió.

El presidente llamó a movilizarse: “Está en juego la propia democracia”, dijo tajante. “Estamos en una lucha por la democracia. La lucha por la decencia y la dignidad, la lucha por la prosperidad y el progreso. La lucha por el alma misma de América”. Y evocó las primeras palabras de la Constitución, We the People: “Nosotros, el pueblo, debemos decidir si tendremos elecciones justas y libres y si cada voto cuenta. Nosotros, el pueblo, debemos decidir si vamos a sostener una república, donde se acepte la realidad, la ley se cumple y tu voto es realmente sagrado. Nosotros, el pueblo, debemos decidir si el Estado de derecho prevalece o si se permite a las fuerzas oscuras con sed de poder que se pongan por delante de los principios que nos han guiado durante mucho tiempo”.

Acabó con un mensaje de optimismo: “Sabemos que la democracia está en peligro. También sabemos esto: está en nuestra mano, en la de todos y cada uno de nosotros, preservar nuestra democracia. Y creo que lo haremos. Creo que conozco este país. Sé que lo haremos”.

Tercer acto: un mensaje eficaz

El tercer acto empezó con la apertura de las urnas el pasado martes. Los mensajes de Biden —y la propia sobreexposición de Trump con su discurso apocalíptico y antisistema— calaron en los votantes. Según la encuesta VoteCast del Centro Nacional de Estudios de Opinión (NORC) de la Universidad de Chicago para AP, que entrevista a más de 94.000 votantes a pie de urna, el futuro de la democracia era la consideración principal para votar para un 44% de los electores, solo ligeramente por detrás de la inflación. Más aún, casi dos tercios de los demócratas declararon votar para mostrar su oposición a Trump.

La jornada transcurrió con normalidad. Hubo incidentes menores y Trump y algunos de los suyos lanzaron de nuevo sospechas infundadas de fraude. La afluencia a las urnas rondó el 48%, según datos provisionales, muy alta para unas elecciones intermedias (aunque algo menor que la de 2018), especialmente en algunos Estados decisivos, como Pensilvania, Míchigan y New Hampshire, donde el choque frente al trumpismo era más evidente. No hubo episodios reseñables de violencia o intimidación. “Y todos esos negacionistas electorales”, diría luego Biden, “hasta ahora, por lo que sé, cuando perdieron, dijeron: ‘Perdimos’. Eso es un gran acontecimiento”. El presidente hablaba antes de que se declarase la victoria demócrata en Arizona, donde los republicanos sí han cuestionado sin base el proceso.

Muchos negacionistas electorales, que no reconocen los resultados de 2020, han salido elegidos congresistas, pero la gran mayoría de ellos en feudos republicanos. Ninguno ha ganado en distritos de orientación demócrata y la gran mayoría ha perdido también en los distritos competitivos.

En otras elecciones, también han sufrido sonoras derrotas. Doug Mastriano, que fletó autobuses para ir al Capitolio el 6 de enero de 2021, perdió por más de 14 puntos la batalla por gobernador de Pensilvania. Tudor Nixon, otra trumpista acérrima, cayó por más de 10 puntos en Pensilvania. Los candidatos negacionistas a secretarios de Estado y fiscales generales —puestos clave en la supervisión electoral— de Nevada y Míchigan también han perdido, al igual que Mark Finchem, el extremista candidato a secretario de Estado de Arizona, donde también van por detrás otros de su cuerda como la candidata a gobernadora, Kari Lake, y a fiscal general, Abraham Hamadeh.

En cambio, el también republicano Brad Raffensperger, que como secretario de Estado de Georgia se negó a “encontrar” los votos que necesitaba Trump para ganar cuando el entonces presidente se lo pidió, ha salido reelegido, después de ganar las primarias con la oposición de Trump. Los votantes defendieron la democracia.

Los fracasos de numerosos candidatos avalados por Trump, entre ellos varios para el Senado como Blake Masters (Arizona) o Mehmet Oz (Pensilvania) han puesto al expresidente bajo fuego amigo. Los demócratas han resistido, acarician el control del Senado y aún no han perdido todas las opciones en la Cámara de Representantes. La “gigantesca ola roja” de Trump no existió. Aunque él tiene el apoyo de las bases, muchos republicanos ven a Ron DeSantis como una opción más prometedora para 2024, lo que ha desatado su ira. Trump planea anunciar este martes su candidatura presidencial.

Ese rechazo al trumpismo ha permitido a los demócratas lograr el mejor resultado de un partido en el poder en unas elecciones de mitad de mandato desde 2002, cuando el país cerró filas con George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2021. Biden mostró su agradecimiento a los voluntarios demócratas tras las elecciones: “Creísteis en el sistema. Creísteis en las instituciones. Luchasteis como locos. (…) Eran las primeras elecciones nacionales desde el 6 de enero, y había muchas dudas sobre si la democracia pasaría la prueba. Lo hizo”.

El tercer acto acabó con la rueda de prensa de Biden en la Casa Blanca al día siguiente de las elecciones: “Ha sido un buen día para la democracia y un buen día para Estados Unidos”.

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