Hujjat, el joven refugiado afgano que consiguió salir de Kabul gracias a sus compañeros de clase españoles

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Hujjat, junto a dos de sus hermanas, en el piso de acogida donde viven en Andalucía.
Hujjat, junto a dos de sus hermanas, en el piso de acogida donde viven en Andalucía.“JUAN CARLOS TORO”

Nadie se atreve a precisar cómo el nombre de Hujjat, un afgano de 23 años, acabó en una lista que lo sacó de Kabul con destino a Torrejón de Ardoz (Madrid) en un avión militar español. En aquellos días de caos de mediados de agosto, mientras los talibanes avanzaban sobre Kabul, fueron muchos los que movieron hilos para que los nombres de sus conocidos, colaboradores o amigos de amigos se escribiesen en salvoconductos para poder escapar. Hujjat jugaba con una ventaja. Había estudiado un año de Odontología en Santiago de Compostela en 2017 y sus compañeros de clase se volcaron en ayudarle a huir.

La campaña de recogida de firmas que organizaron sumó casi 53.000 apoyos, su historia empezó a salir en la prensa y pasó a hacer tres o cuatro entrevistas por día. Al final, su nombre, los de sus cuatro hermanos y hermanas, el de su cuñado y el de un sobrino de dos años acabaron en una de esas listas con las que España sacó de Kabul a más de 2.000 afganos. Quedaron atrás sus padres, a los que no sabe si volverá a ver.

Un mes y medio después de que Hujjat y su familia, vestidos con prendas rojas y amarillas, atravesaran con un puñado de maletas y mochilas aquel canal de aguas fecales que rodeaba el aeropuerto de la capital afgana, empiezan a acostumbrarse a su nueva vida. Viven en un piso luminoso y amplio, en una ciudad andaluza que prefieren no revelar. Los zapatos permanecen en la entrada y en las paredes han pegado post-it con palabras en castellano que aún les cuesta pronunciar.

El joven cuenta su historia con sobriedad, en perfecto español y sin un atisbo de drama. “Cuando supimos de la toma de la ciudad [por los talibanes] estábamos muy preocupados y nos reunimos todos en casa”, recuerda. “Le dije a mi padre de marcharnos y me dijo que no íbamos a ningún sitio. Él es líder de mucha gente, fue diputado 13 años y quiso quedarse a ayudar”.

La familia de Hujjat es hazara, una minoría étnica chií perseguida históricamente tanto por talibanes como por el Estado Islámico, que profesan de forma radical el sunismo, la otra gran corriente del Islam. “Somos el grupo más amenazado, por nuestra etnia y nuestra religión. Para nosotros, juntarnos en una multitud para una manifestación o un culto siempre nos lleva a pensar en una explosión”, mantiene. El pasado vienes, sin ir más lejos, un atentado que se atribuyó el Estado Islámico en una mezquita chií del norte del país causó al menos medio centenar de muertos. Al aterrizar en Torrejón, Hujjat cuenta que sintió paz y libertad. Suspira por primera vez cuando lo recuerda. Él no quiere volver a Afganistán, ni siquiera de visita: “Nunca lo he sentido como mi país y para mí ahora Afganistán son solo mis padres”.

Aunque mantenía sus vínculos en Santiago de Compostela y cuando volvió del intercambio tenía claro que quería marcharse de Afganistán, España no estaba en sus planes. En aquel momento, además, ni siquiera sabía que el país acabaría teniendo el protagonismo que ganó con la evacuación de cientos de sus compatriotas. El caos y la angustia se precipitaron en cuestión de días, también la atención mediática.

Hujjat comenzó entonces a recibir mensajes de sus compañeros de clase preocupados por él. A la campaña que acabaron impulsando se unieron periodistas y abogados que hicieron gestiones para incluirlo en las listas aunque no fuese colaborador del Gobierno español. Por fin le llegó un correo electrónico de la embajada confirmando su evacuación, pero pasaron días hasta que logró subirse al avión con sus familiares. “La situación en el aeropuerto era horrible, había muchísima gente, no encontrábamos la puerta y pasamos un día allí sin dormir. Agradezco mucho lo que hicieron los militares españoles por nosotros”, afirma.

De los 1.700 afganos que conformaban el cupo que España se comprometió a acoger y que pidieron asilo en la misma base de Torrejón, cerca de 400 han renunciado a su plaza, según la Secretaría de Estado de Migraciones. No se les ha seguido la pista, pero seguramente se habrán marchado a otros países europeos donde tienen parientes o conocidos. “Yo ayudé con la traducción tanto en Kabul como en Madrid y las familias me decían que no querían quedarse en España porque no había oportunidades de trabajo. Es una pena”, lamenta Hujjat.

Las 1.300 personas que, de momento, han decidido permanecer en España protagonizarán un proyecto piloto con el que el Ejecutivo quiere evaluar cómo el sistema español favorece o no el arraigo de los solicitantes. El Gobierno tiene bastante claro que todos los afganos recibirán el estatus de refugiado, el máximo reconocimiento de protección internacional, y considera que debe hacerse un esfuerzo extra en sus itinerarios de inclusión. En una iniciativa inédita, Migraciones ha creado un grupo de trabajo específico para conocer mejor al colectivo ––profesiones, idiomas que hablan, estudios…–– y poder así cruzar los perfiles con las ofertas de becas, formación o empleos que han estado llegando las últimas semanas.

Hujjat aplaude la idea y ya se ha ofrecido oficialmente a ayudar. “España tiene que ser inteligente y aprovechar el talento de los que vienen”, defiende. Entre esos 1.300 afganos que permanecen en diferentes provincias españolas hay cerca de 700 adultos. De ellos, un 33% tiene estudios secundarios y un 44% fue a la universidad. Hay ingenieros, profesores, administrativos, traductores, directivos de administración pública, aunque también conductores, militares, peones de obra o cocineros. Hujjat cursaba en Afganistán el último año de Ondontología, su hermana mayor es médica y la mediana y otro hermano estudiaban para ser economistas. El menor de los hermanos cursaba sus estudios secundarios. “Nuestra prioridad ahora es o terminar los estudios u homologar nuestros títulos”, mantienen.

Homologar los estudios cursados en el extranjero suele ser un trance burocrático para los inmigrantes que puede arrastrarse años, pero en el caso de los afganos habrá facilidades. Según fuentes del Ministerio de Universidades, se van a acelerar los trámites de homologación de sus títulos en coordinación con los ministerios de Exteriores, Interior e Inclusión. Es también una iniciativa inédita al enfocarse en una única nacionalidad, aunque se hizo algo parecido durante la etapa más critica de la pandemia con médicos y enfermeros extranjeros. “Desde el punto de vista de un refugiado creo que tenemos que devolver parte de lo que recibimos del país que nos recibe”, razona Hujjat. “Y, desde el punto de vista del Gobierno, creo que tiene sentido que busquen cómo aprovechar mejor nuestras habilidades”.


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