Illarramendi, el gran ausente


La última visita del Real Madrid a Anoeta, hace poco más de un año, en mayo de 2019, supuso una enorme alegría para Asier Illarramendi. No sólo por el hecho de poder saludar a viejos compañeros que aún militan en un equipo en el que el mutrikuarra jugó entre 2013 y 2015, sino porque pudo celebrar sobre el césped la gran victoria de la Real (3-1). Los 13 minutos que jugó en la recta final del partido fueron los primeros para el capitán desde que cayera lesionado en Mestalla en febrero. Desgraciadamente para el guipuzcoano, tras aquella reaparición sólo ha podido sumar 241 minutos de juego más -dos partidos completos- ya que permanece en el dique seco desde el 30 de agosto sin fecha oficial de retorno. El tiempo se le echa encima para poder jugar esta misma temporada, a la que le quedan cuatro semanas de vida.



Illarramendi, de esta manera, no podrá celebrar el décimo aniversario de su debut en la elite que se cumplió el viernes ejerciendo de pleno su profesión en el partido que enfrentará a los dos equipos . Diez años en los que ha mezclado momentos álgidos muy cercanos a la excelencia futbolística que siempre se le presumió con otros, más de los que hubiese deseado, en los que ha quedado la sensación de no llegar a las expectativas que generó cuando una larga y rubia melena acompañaba a su clase en los inicios de su carrera.

La trayectoria de Illarra en estos diez años siempre se ha visto interrumpida por diferentes factores en momentos decisivos lo que impide hablar de una década completa. Hablamos de un futbolista que suma 293 partidos oficiales con la Real (203) y el Real Madrid (90) lo que, sin ser una cifra desdeñable, tampoco se ajusta a la trayectoria que debería describir a una referencia indiscutible en 10 años de carrera. Mikel Oyarzabal, sin ir más lejos, si juega los nueve partidos que quedan para terminar esta temporada, a la conclusión de la misma habrá jugado sólo ocho partidos menos que Illarramendi con la Real.

El mutrikuarra ha tenido que superar diversos obstáculos en estos diez años para imponer su incuestionable categoría. El primero, la reticencia de Martín Lasarte para darle continuidad ya que, tras hacerle debutar en el último partido en Segunda, sólo le dio tres más en la 10/11. El segundo, las lesiones. Las más graves, ahora, pero la primera en su temporada de consolidación de la mano del primer entrenador que creyó firmemente en él, Philippe Montanier. En noviembre de 2011, con 21 años, se rompió el menisco externo y estuvo casi tres meses sin jugar. Tras alcanzar el cenit llevando a la Real a la Champions en 2013 jugando como interior, la decisión de fichar por el Real Madrid lejos de catapultarle a la jet-set futbolística en la que militan los jugadores blancos, supuso otro paso atrás, al menos en lo referente a prestigio y cotización. Sus 90 partidos en dos temporadas en el Bernabéu no se corresponden con la depreciación de sus cualidades a ojos de la cátedra tras su paso por Madrid.

Recibido como hijo pródigo en 2015 en Anoeta, donde nunca se dudó de su potencial, y tras acercarse de la mano de Eusebio entre 2016 y 2018 a ese Illarra maravilloso de la 12/13, estos últimos 16 meses lesionado se han vuelto a interponer en su carrera, justo en el momento en el que con 30 años, en plena madurez y con la sabiduría adquirida, tendría en sus manos ofrecer una gran recta final de carrera.


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