Se me suelen hacer largas las semanas con parón de la Liga para los compromisos de selecciones, necesito volver a ver partidos y es lo que también les ocurre a la gente de mi alrededor, así que es duro lo que nos sucede para los que echamos de menos el fútbol. La pandemia se está llevando muchas vidas por delante y confiemos, por supuesto en otra escala de prioridades, en que no destroce ilusiones que en el caso de la Real estaban en lo más alto.
En este tiempo de inactividad, los medios deportivos nos invitan a recordar algunas fechas puntuales que incluso pudieron cambiar la historia de los clubs. La pérdida de la imbatibilidad en Sevilla, la derrota en la semifinal de la Copa de Europa en Hamburgo con aquel gol en fuera de juego que Bruno
Galler y el intruso linier alemán que colaron de rondón, o aquel 3-2 de Mendizorroza que impidió el ascenso a Primera… La Real ha escrito páginas de todo tipo, también de magnífico mérito, porque ganarle dos ligas y una Supercopa al todopoderoso Real Madrid fue tan inesperado como maravilloso. En fin, cuentos pasados que quienes los vivimos nunca olvidaremos.
Estamos en el 2020 y también ahora hay cosas que quedarán para el recuerdo. Más allá de un excelente grupo de jugadores, quien se está haciendo su propio monolito es un joven que vivió desde chaval la idiosincrasia de la Real y que ahora se desvive también por dirigirla. Imanol
Alguacil es el gran entrenador inesperado para muchos, que ha llegado a la élite con todas las de la ley para convertirse sino en el de mayor éxito, honor que podría compartir con Alberto
Ormaetxea, en uno de los entrenadores más reconocidos de la historia del club. Está escribiendo páginas de oro que ni el virus podrá borrar.
Ejemplar
Pueden tildarle de forofo (por el “¡a por ellos, Dios!” previo al último partido de Copa), también de inexperto (un bebé frente a los tiburones que navegan por el fútbol de hoy), quizás de poco maduro (porque sigue siendo un chaval)… Lo que quieran pero a la chita callando,
Imanol
Alguacil
está haciendo historia en la Real, el club al que ama, y no lo oculta, por encima de todas las cosas. Le impresionaba llegar a tal honor de convertirse en el primer técnico del equipo, pero desde que lo hizo, ahora hace dos años, el conjunto txuri urdin es otro. Su naturalidad llevada a la máxima expresión, combinada con una camada de jugadores de categoría (por fin la Real ha encontrado una hornada excepcional) consiguen que Anoeta sea una fiesta en cada partido.
Imanol
tiene además de una clase especial para diseñar un estilo de juego, a unos compañeros con los que triunfa.
Mikel
Labaka
y
Jon
Ansotegi
le arropan, le ayudan, son su sostén para capitanear un buque que suma 34 victorias en los 66 partidos que han dirigido al equipo, un promedio imposible para todos los entrenadores que han pasado por el club desde que
Silveti
, en el año 1942, había sumado 44 victorias de los 81 partidos que capitaneó desde el banquillo. Está todo dicho.
Mientras los responsables de sanidad se desviven para convencernos de que no salir de casa es la mejor forma de frenar virus, Tebas reúne a los clubs para ponerles la zanahoria y que no den por perdida su economía. Ha tenido que venir una pandemia para evidenciar lo que ya sabíamos, que algunos han despilfarrado y ya no les salen las cuentas.
En estas reuniones de dirigentes no paran de elucubrar sobre cómo reanudar los torneos, cuando nadie sabe lo que está por llegar. Planifican, con calzador, jugar tres partidos por semana con lo que un mes les bastaría para terminar la Liga y cobrar. ¿Y la Copa? ¿Y las competiciones europeas? ¿A puerta cerrada? Negocio, puro negocio.
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