Imanol saca el desfibrilador


Es imposible saber qué se dijo en ese vestuario cuando se cerraron las puertas en el descanso. Pero, a tenor de lo visto nada más comenzar la segunda mitad, se puede afirmar que las palabras de Imanol, fueran cuales fueran, surtieron efecto.



El técnico de Orio sacó el desfibrilador y logró que su equipo se reactivara completamente durante la segunda mitad, que invirtiera la tendencia del primer acto y que su grupo de futbolistas volviera a ser el mismo que ha mantenido a la Real entre los seis primeros desde la quinta jornada.

No se puede decir que el conjunto realista lo estuviera pasando mal durante la primera mitad, ni que nadie se temiera que el Mallorca fuera a llevarse los puntos. Simplemente no estaba siendo esta Real. Le faltaba el alma, la sangre, la energía que le ha puesto a casi todos los partidos que ha jugado esta temporada. Era como si le pesaran las piernas a la hora de morder al rival y como si sus ideas estuvieran congeladas, porque la pelota no fluía con velocidad y no era capaz de desarmar el entramado de un Mallorca que, con sólo estar ordenado, consiguió marcharse al descanso sin pasar un solo mal rato. Apenas una ocasión de Isak y otra de Portu pudieron ser susceptibles de terminar en gol.

Reza el dicho que tras la tempestad llega la calma, pero en esta ocasión fue al contrario. Tras un sosegado primer acto, llegaron los rayos y los truenos fruto de las descargas que aplicó Imanol a los suyos tras el descanso. La tempestad se desató desde el primer minuto. Una sensacional jugada colectiva al primer toque de todo el equipo terminó derivando en un soberbio centro de Aihen, la dejada de Portu y el gol de Isak.

Era sólo el principio. La tormenta se convirtió en Huracán Ander cuando Barrenetxea entró en el terreno de juego. Tardó un minuto en propiciar el segundo gol y poco más en desquiciar a la zaga local. El segundo tanto fue revelador. Evidenció que la gran Real, la impetuosa, enérgica, hambrienta e intensa había regresado. Primero Merino se pegó con tres futbolistas rivales para sujetar la posesión. La perdió, pero se rehizo para robar. El cuero fue a parar a un jugador del Mallorca y ahí apareció Llorente, en la línea de tres cuartos, para volver a recuperar. Consecuencia de ello el balón llegó a Barrenetxea, que disparó.

La electricidad que transmitió Imanol al descanso se trasladaba al verde y los guipuzcoanos firmaron unos primeros 20 minutos del segundo acto francamente prodigiosos, combinando el ardor guerrero con el guante de seda.

La reacción le dio para meter tres. Llegó a tiempo e incluso pudieron ser más goles. Del mismo modo que es digna de elogio la transformación que consiguió Imanol tras el descanso, cabe reflexionar sobre qué pudiera haber pasado en la primera mitad si el rival de enfrente hubiera sido más potente que un Mallorca que poco fue capaz de oponer sobre el verde de Anoeta.


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