Internet: la última trinchera para preservar la herencia cultural de una pequeña comunidad inuit


“Anoche teníamos un internet maravilloso. Hoy tenemos un internet terrible”, maldice Darren Keith en una videollamada a la que ha acabado conectándose por vía telefónica desde el Ártico canadiense, después de probar tres plataformas distintas. Las palabras del investigador de Kitikmeot Heritage Society siguen siendo a duras penas comprensibles. El vendaval desatado la zona de Cambridge Bay a la hora de la entrevista es la estocada definitiva para unas comunicaciones que en condiciones ideales ya son un desafío. “Me alegra que estés viendo esto. Es un buen ejemplo de los obstáculos a los que nos enfrentamos haciendo desarrollos digitales allá arriba”, señala desde Montreal y sin interferencias Brendan Griebel, responsable de colecciones y archivos de la misma entidad.

La asociación Kitikmeok Heritage Society trabaja desde hace 15 años en la construcción de un banco de conocimiento digital que aloje y preserve la herencia cultural de los inuinnait, una comunidad inuit formada por unas 3.200 personas que habitan en las zonas de Cambridge Bay, Ulukhaktok, Kugluktuk y Ghoa Haven. A través de distintas plataformas han ido inmortalizando objetos, prácticas tradicionales, canciones, historias de sus ancestros e incluso el modo en que se pronuncian los nombres de los lugares que habitaron.

La comunidad inuinnait fue uno de los últimos colectivos en adaptarse las formas de vida occidental. Y ha tenido menos de un siglo para hacerlo. Entre los primeros contactos, que comenzaron en 1910 y la actualidad han cambiado unos hábitos basados en la sincronía con el medio natural y las migraciones estacionales por la vida en la ciudad. Han cambiado sus dietas, sus posesiones materiales, sus preferencias de caza, sus prácticas religiosas y hasta el modo en que consumen información.

En el estilo de vida que los inuinnait han dejado atrás todo está entrelazado. En su dialecto, el inuinnaqtun, hay palabras como hiuraliaqpaluktuq, que expresa el sonido que hace la grava al rodar con las olas y da idea de la unión entre esta comunidad y la tierra que habitaba. De acuerdo con los últimos datos disponibles, de 2016, esta lengua es, con 1.310 hablantes, el segundo mayor dialecto inuit después del inuktitut, hablado por 39.475 personas.

Darren Keith (izquierda) entrevista a Luke Novoligak (derecha) en KiluhiqtuqKitikmeot Heritage Society

En sus topónimos se esconden las experiencias de sus antepasados en aquellos lugares. “Muchos de estos conocimientos corresponden a gente que tiene entre 75 y 80 años. Ellos son los últimos que vivieron en la tierra y conservan esta profunda comprensión de ella. Por eso creamos estos programas, para capturar todo lo que podamos y también para transferirlo a las generaciones más jóvenes”, subraya Griebel. Sus herramientas tradicionales cuentan la historia de formas de vida que están al borde del olvido, y en muchos casos se encuentran a miles de kilómetros de los parajes en que fueron fabricadas, en las colecciones de instituciones como el Museo Nacional de Dinamarca.

Repatriar digitalmente este patrimonio y preservar sus lazos con los conocimientos y las costumbres de los inuinnait es el objetivo principal del proyecto que empezó Kitikmeot Heritage Society en 2005. Desde el principio supieron que un gestor de bases de datos comercial no estaba a la altura de sus propósitos: pretendían integrar y entrelazar en una sola plataforma información geográfica, vídeos, fotos y grabaciones de sonido, entre otros. Con la ayuda de la Universidad de Carleton en Ottawa desarrollaron Nunaliit, un sistema de código abierto que les ha permitido almacenar, por ejemplo, una colección de fotos de la construcción de un iglú o las grabaciones del modo en que los más mayores o lingüistas expertos pronuncian determinadas palabras en inuinnaqtun.

Bessie Omilgoetok investiga una centenaria parka inuinnait en el Museo Nacional de DinamarcaKitikmeot Heritage Society

El primer recurso desarrollado en el marco de este proyecto fue el Atlas Kitikmeot de Nombres de Lugares, publicado en 2006. “Antes de eso estuvimos algunos años mapeando sitios y haciendo entrevistas”, comenta Keith. En este mapa parlante se recogen los topónimos empleados por los inuinnait para 1.300 puntos cercanos a Cambridge Bay. Basta sobrevolar con el ratón los distintos nodos para escuchar las voces de los más mayores de la comunidad pronunciando cada nombre. En el nodo que identifica la zona de Tikiraaryuk, el anciano Frank Analok nos explica en vídeo que allí se construían iglús y se cazaban focas. En la bahía de Kangiqhuk podemos asomarnos a una foto panorámica de las aguas heladas que bañan las rocas. “Esto ha sido tremendamente beneficioso para nuestra gente”, asegura Emily Angulalik, directora ejecutiva de Kitikmeot Heritage Society.

El Atlas de la Quinta Thule es una ventana a la sociedad inuinnait tal y como la conoció el explorador danés Knud Rasmussen en los años veinte del siglo pasado. Además de geolocalizar la ruta que siguió la expedición hace exactamente un siglo, la plataforma muestra toda la información que Rasmussen recabó sobre cada zona: páginas, fotos de las personas con las que se encontró, canciones populares, mapas históricos, objetos… En el registro de un mazo para la grasa de ballena que ahora forma parte de la colección del Museo Nacional de Dinamarca, los ancianos Bessie Omilgoetok y Joseph Tikhak comparten sus recuerdos sobre cómo se usaba la herramienta. “Era muy importante para los inuits, sin ella se habrían muerto de hambre”, explica Tikhak.

Netsit, el poeta y narrador. Fotografía tomada en la Expedición de la Quinta Thule

El Banco de Conocimiento Inuinnait, que aún está en proceso de construcción, ha puesto especial foco en las herramientas y piezas de vestimenta. La plataforma cuenta con más de 8.000 registros acumulados a través de acuerdos con museos de todo el mundo y completados con traducciones al inuinnaqtun, entrevistas con artesanos o fotografías del proceso de fabricación de un determinado objeto. La aspiración de la Kitikmeot Heritage Society es que sea la propia comunidad inuinnait la que se encargue de completar este banco con sus propios conocimientos. Por eso la plataforma permite a cualquier insertar texto y grabar directamente audio o vídeo. “Nunca podremos repatriar físicamente esos objetos, pero digitalmente tenemos la oportunidad de dar acceso a ellos a la gente de cuyos ancestros fueron recopilados”, razona Keith.

Un pequeño internet local

Todos los registros creados por el equipo de Kitikmeot Heritage Society y sus contribuyentes están alojados en un servidor local ubicado en el centro cultural May Hagonkak en Cambridge Bay. “Somos muy cautos en cuanto al modo en que almacenamos nuestra información”, admite Griebel. Esas reservas se responden a la necesidad de asegurar que, aunque estén disponibles en internet, los conocimientos almacenados en las plataformas siguen estando bajo el control de la comunidad inunnait. Por eso aspiran a establecer una red de servidores locales que permita acceder a los contenidos desde distintos asentamientos y están planeando un sistema de licencias que determine quién puede acceder a qué contenidos y cuáles son los usos admisibles.

¿Por qué tanta cautela? Porque así de valioso es el saber que están preservando. “Los nombres tradicionales de los lugares guardan información sobre el medio en que están. En el pasado ha habido casos de compañías mineras utilizando estos datos”, comenta Griebel. Otra experiencia que acrecienta el celo con que se protegen los datos recopilados en este proyecto es la del documental Of the North, que reutilizó fuera de contexto más de 500 horas de grabaciones compartidas en YouTube por usuarios inuits para esbozar un retrato muy poco halagüeño del Ártico. “Por eso estamos desarrollando las licencias, para que la comunidad sea consciente de que tiene elección en cuanto al modo en que se distribuye su información o lo que la gente puede hacer con ella”. Además, una ventaja colateral de que los contenidos estén alojados en ese pequeño internet local es que cabe esperar que la futura red de servidores permita un acceso más ágil y estable a los recursos que almacenan.

Esta trinchera digital del conocimiento inuinnait es, sin embargo, una prioridad transitoria. El siguiente paso es devolver el patrimonio almacenado en la red al mundo real: recuperar las técnicas de los antepasados, volver a cantar sus canciones, conocer las tierras que habitaron. “Siento que todas estas cosas digitales son una pieza de transición. No son importantes. Son una herramienta que nos permite recuperar las cosas de los museos en un formato más permanente que un trozo de papel o un casete”, asegura Griebel.

Annie Atighioyak y su sobrina nieta, Sarah Evalik, preparan un pescado en el río PerryKitikmeot Heritage Society

El investigador imagina las plataformas desarrolladas como una caja de herramientas que la comunidad pueda utilizar cuando esté en la tierra o llevando a cabo actividades culturales. “Ahora hay mucho interés en la cultura tradicional. Esto es algo que incluso hace una generación se vivía con vergüenza. Se les enseñó que su cultura y su lenguaje eran algo malo”. Al renovado interés por estos temas se suma el hecho de que las generaciones jóvenes están más familiarizadas con este tipo de plataformas.

En este contexto, quedan pendientes tareas como la adaptación de los recursos creados en estos quince años a los medios de consumo actuales. “Nadie tiene ordenador y todo el mundo tiene un móvil. Por eso estos proyectos tienen que vivir en versiones adaptadas. Es algo que no anticipamos hace 15 años”, precisa Griebel. Pese a la urgencia, avances como este no solo dependen de que la tecnología exista. También exigen la disponibilidad de unos recursos económicos que ya están bastante ajustados.

La cruzada para guardar la herencia inunnait en internet es solo uno de los frentes abiertos de Kitikmeot Heritage Society, que también organiza programas de inmersión lingüística, talleres de artesanía y expediciones arqueológicas, entre otros. “Somos una pequeña asociación cultural. El consejo que nos lidera está formado por 12 ancianos inuits que no saben usar ordenadores, así que esta idea de la cultura metida dentro de una máquina no está exactamente entre sus prioridades. La cultura está en nuestra tierra y en el modo en que nos relacionamos con ella”.

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