Jack Dorsey dejó el lunes de ser el consejero delegado de Twitter, la red social que fundó en 2006 junto a Evan Williams, Biz Stone y Noah Glass. Su salida, prevista para mayo de 2022, cuando dejará también la junta del consejo, marca el fin de una era para uno de los ejecutivos más afamados de Silicon Valley. Dorsey vivió en San Francisco un trayecto improbable que inició con un joven programador que escuchaba punk y de ideas anticapitalistas que construyó una empresa de 38.000 millones de dólares (33.600 millones de euros) que cambió para siempre la forma de cómo nos comunicamos en Internet.
En un correo a su equipo, el ejecutivo explicó el lunes que no cree que los fundadores deben dirigir las compañías que crean, lo que calificó como “severamente limitante” y “un motivo de fracaso”. “He trabajado duro para asegurar que esta empresa pueda romper con su fundación y sus fundadores”, comunicó en el texto, donde nombraba a su sucesor, Parag Agrawal, un programador egresado de Stanford que había sido jefe de tecnología desde hace una década.
La salida marca el fin del pulso que Dorsey, de 45 años, ha mantenido con Elliott Management, un fondo que posé el 4% de la red social y que intentó retirarlo del cargo por considerar que no dedicaba a Twitter el tiempo necesario. La queja fue suficiente para que el consejero delegado cancelara un viaje de varios meses a África para explorar la posibilidad del crecimiento de las criptomonedas en el continente.
No era la primera vez que alguien le pasó el mensaje. En 2008 Fred Wilson, miembro del consejo de administración, lo calificó de incapaz de dirigir la empresa, lo que orilló a Dorsey a presentar su dimisión. El relevo lo tomó Williams, otro de los fundadores de la red social y de la plataforma de mensajes Blogger, que tenía cuatro veces más acciones que su amigo, con el que se había distanciado durante su gestión hasta el punto de convertirse en su adversario.
Después de aquella salida se conocieron detalles del estilo de liderazgo de Dorsey, quien solía salir de las oficinas a las seis de la tarde para ir a clases de dibujo, yoga o de diseño de moda. “Puedes ser modisto o el primer ejecutivo de Twitter, pero no ambas”, le dijo un día Williams, según relata el periodista Nick Bilton en su libro Hatching Twitter, donde documenta el ascenso de la empresa. Williams, a quien llamaban Ev, se quejaba de que la agenda curricular lo distraía de los problemas técnicos de la plataforma, que presentaba muchas caídas, y del lento crecimiento de usuarios.
Esa sentencia, hecha hace 13 años, sigue pesando sobre Twitter. Aunque se convirtió en una red social más estable, su crecimiento se empantanó y es testigo más que partícipe del boyante momento que atraviesan aplicaciones como Tik Tok, Instagram y Facebook, que apremia su mudanza al metaverso. Las acciones de Twitter han padecido esa inercia: su valor actual es solo 80% mayor que en 2013. En cambio, las de Meta, la empresa de Mark Zuckerberg, han aumentado un 788% desde 2012.
Dorsey escribió en 2006 el primer tuit de la historia: “haciendo los ajustes a mi twttr”. Volvió como consejero delegado de la empresa en 2015. Lo hizo a pesar de que los consejeros habían fabricado un mensaje a su medida. “El comité solo considerará candidatos recomendados por el consejo que estén en una posición de comprometer todo su tiempo a Twitter”, se informó en un comunicado de junio de 2015. La segunda oportunidad, no obstante, llegó porque los inversionistas estaban desesperados por el pobrísimo incremento de usuarios que hubo en el mando de Dick Costolo.
No hubo menos distracciones, sino más. En su tiempo fuera de Twitter, Dorsey echó a andar Foursquare, una aplicación que daba visibilidad a los negocios y Square, un servicio que facilitaba los pagos electrónicos con un pequeño cubo que se conecta a los móviles. Square, que Dorsey sigue encabezando, dobla en valor hoy a Twitter con una capitalización de 98.000 millones de dólares. Tras su retorno, fue el encargado de acabar con los 140 caracteres de límite para los mensajes y cambió la cronología del timeline de la aplicación, que habían sido considerados por muchos puntos intocables.
Dorsey, criado en San Luis (Misuri), siempre estuvo incómodo en el traje de ejecutivo. En la pierna derecha tiene un tatuaje de una estrella negra y naranja, un símbolo anarquista. El joven, que llegó en 2004 a la costa oeste, se sentaba largas tardes en una cafetería de San Francisco a escribir código mientras oía punk en audífonos. Tenía vociferantes opiniones contra el capitalismo y las grandes corporaciones, posturas muy importantes para los hackers de Odeo, la plataforma de podcasts de Noah Glass que fue la semilla de Twitter.
La leyenda de Dorsey comenzó con un lugar común de Silicon Valley: el joven que deja la universidad y tiene suerte. Pero esta no llegó pronto. Trabajó de masajista y se postuló para cubrir una vacante la empresa de zapatos Camper. También diseñó una programa de venta de boletos para los turistas que visitaban Alcatraz. Su jefe de ese proyecto casi lo despide por el anillo que lucía en la nariz, que sigue siendo una de sus marcas más distintivas.
El espíritu contracorriente marcó su ascenso en el mundo de Silicon Valley. Ya en la cima su estilo de vida se hizo famoso, además de portar una larga barba. Sus días comienzan con un baño helado y un vaso de agua con sal del Himalaya y limón. Hace un par de años afirmó en el podcast del autor y nutricionista Ben Greenfield que solo come una vez al día, a la hora de la cena, y que los fines de semana ayuna desde la tarde del viernes hasta la del domingo.
En 2018 tomó un retiro de meditación en Myanmar, una disciplina que practica por dos horas diarias desde hace 20 años. Y cuando trabaja lo hace con un foco infrarrojo prendido cerca que supuestamente provoca la regeneración celular. Cosas como estas le trajeron cientos de seguidores dentro y fuera de la empresa. Una simpatía que nunca pudo despertar en los miembros del consejo.
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