Javier Olivares: “Nos hace falta la verdad más que comer”

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Ana Gómez Bermejo, medico internista del hospital Gómez Ulla de Madrid.
Ana Gómez Bermejo, medico internista del hospital Gómez Ulla de Madrid.INMA FLORES

Ana Gómez Berrocal (Salamanca, 1983), internista en el Gómez Ulla de Madrid. “Tenía un paciente ingresado y me tuve que ir de baja maternal. Temía que le pasara algo grave en mi ausencia. Mientras hablaba de la emoción de curar me he acordado de él porque le prometí que no le iba a dejar solo… Cuando volví a verle se le caían las lágrimas, y a mí se me puso la piel de gallina. Pasa el tiempo, pero esas cosas te siguen removiendo”.

¿Hay un límite para la emoción? “No puedes estar emocionado todos los días… La enfermedad y la muerte es lo que vemos. Algunos se curan y te vas muy bien a casa. Ha de haber una barrera para que no te traspase del todo, aunque hay ocasiones en que eso ocurre, porque son emociones muy intensas que no se pueden controlar”. El internista es oro en la medicina de esta crisis. “Somos flexibles, acostumbrados a movernos en terrenos en los que se sabe poco, y hemos sido motor de los hospitales durante el coronavirus. Al principio de la pandemia teníamos un chat que llamamos Eternas glorias, habíamos acabado la especialidad. Nos preguntábamos por las experiencias, cómo hacíamos para que respiraran mejor los pacientes. Todos los compañeros se han contagiado, y fue muy emocionante ver cómo seguían volcados en buscar respuesta a lo que pasaba”.

“Encontramos esa respuesta tarde. Se han conseguido algunas cosas, pocas. Evidencia científica, que es lo que siempre se busca. Pero al principio se hizo todo a ciegas, probando… El Fortecortín es lo único que ha demostrado hasta ahora ser eficaz en neumonías graves. Hubo algún otro fármaco, pero todo lo que se puso en la primera ola se ha ido cayendo como opción terapéutica”. ¿Puede curar también el tacto, Ana? “Muchísimo. Soy muy de tocar. Cuando estoy en planta me gusta sentarme al lado del paciente, lo llamo por su nombre y mientras le toco la mano hablo con él, eso les tranquiliza… Ahora se han levantado muchas barreras y no es tan fácil lograr esa cercanía. Pero cura, ¡claro que cura el tacto!”. Decía Woody Allen que, en la consulta, la palabra más estimulante es negativo, o benigno. “Lo que más cura es la confianza, que el médico no la pierda nunca. Por eso hay que ser sincero con el paciente, compartir su lenguaje, hasta que sea capaz de entenderte”.

Tenían la certeza de que se iban a contagiar, usted y sus compañeros. ¿Hay un límite para la valentía? “El médico vocacional no la tiene. No he visto flaquezas. No he visto a nadie que se haya ido a casa por miedo. A nadie. Y vinieron a ayudar médicos mayores que sabían que el contagio sería fatal. Esa magia debe permanecer; no se debe borrar de la conciencia de la sociedad, porque creo que la percepción de la profesión médica se ha degradado. Quizá por el uso masivo de Internet, que ha llevado a la gente a pensar que sabe todas las causas. Y las instituciones han descuidado la figura del médico, desde la atención primaria”.

A los enfermos que llegan les habla de su tierra, los acerca a la infancia. Poco a poco, esas postales son como el tacto, van dando confianza. “El silencio de un paciente es muy incómodo. Ante eso las palabras del médico han de ser las adecuadas, las más sinceras. Yo les digo que no los voy a dejar solos, eso es lo único que les puedo ofrecer”.

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