Johnson expulsa a Dominic Raab del Ministerio de Exteriores en una amplia remodelación de Gobierno


Boris Johnson evita siempre que puede acelerar las decisiones o dar disgustos, aunque sea a sus rivales políticos. O lo evitaba, hasta ahora. Cuando se encamina ya hacia la mitad de su mandato, un Brexit mal rematado y una pandemia devastadora han frenado en seco la principal promesa electoral del carismático político conservador: redistribuir la riqueza por todo el país y consolidar el apoyo de todos los votantes laboristas que apostaron por él en diciembre de 2019. La intensa remodelación de Gobierno impuesta este miércoles por Johnson persigue una imagen de depuración y refresco.

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Se deshace de algunos de los ministros con peor imagen, como Dominic Raab, que abandona Exteriores después del fiasco de Afganistán, o de Gavin Williamson, responsable de una nefasta gestión al frente de Educación. Y promueve a dos figuras clave al frente de dos ministerios estratégicos. Michael Gove, uno de los políticos más astutos y resolutivos del Partido Conservador, dejará de dirigir el Gabinete del Primer Ministro para ponerse al frente de Vivienda y Comunidades Locales. Esto implica dinero y proyectos para contentar a todas las circunscripciones del norte de Inglaterra cuyo respaldo quiere asegurar Johnson. Y Liz Truss, la hasta ahora ministra de Comercio Internacional, pasa a ser la nueva ministra de Exteriores. Una de las mujeres más queridas por los tories, que al frente de su departamento ha ido cerrando acuerdos comerciales con otros países. El último, con Australia. Pequeñas victorias para su jefe, que podía de ese modo defender las prometidas ventajas de haber abandonado la UE. La llegada de Truss al frente de la diplomacia británica consolida la idea perseguida por el primer ministro de una Global Britain (Gran Bretaña Global) capaz de establecer por libre nuevos vínculos con el resto del mundo.

Downing Street ha intentado vender la remodelación de Gobierno -cambios de esta dimensión siempre confirman la sospecha de que algo no funcionaba- con el mensaje de que se perseguía “formar un equipo fuerte y unido, para reconstruir mejor [el país] después de la pandemia”, según ha explicado un portavoz del equipo de Johnson. El primer ministro, que en el último año se ha dejado por el camino gran parte de su popularidad, necesita acudir al próximo congreso anual del Partido Conservador, a principios de octubre en Mánchester, con algunas piezas para entregar.

Williamson era una baja anunciada. Sus continuos desaciertos al frente de Educación -especialmente la solución chapuza que ofreció para los exámenes de selectividad, en medio de la pandemia- soliviantaron a profesores, padres, alumnos y diputados conservadores. Mayor sorpresa, por la relevancia del cargo y por el peso político del personaje, ha sido la destitución de Raab al frente de Exteriores. Defensor del Brexit desde los inicios, mimado durante años por el ala dura de los conservadores, e incluso rival de Johnson en las primarias del partido, su errática gestión de la crisis de Afganistán le ha hecho caer en desgracia. Especialmente, su resistencia a abandonar sus vacaciones en Creta durante los primeros días en que se desató el caos en Kabul.

Johnson ha querido consolar su irritación con un doble puesto relevante: ministro de Justicia y viceprimer ministro. En la política británica, viceprimer ministro no significa mucho. Tuvo relevancia cuando el papel lo ocupaba el liberal demócrata Nick Clegg, cuyo partido sostuvo la coalición con los conservadores de David Cameron. En el caso de Raab, el primer ministro le ha permitido, para salvar la cara, mantener un cargo de consolación que ya ostentaba desde abril de 2020, cuando Johnson ingresó en la UCI por coronavirus y se buscó rápidamente un posible reemplazo. El ministro mantuvo entonces una lealtad impecable que ahora ha sido recompensada. A costa de Robert Buckland, el ministro de Justicia que ha sido depuesto, a pesar de que contaba con los parabienes de sus compañeros diputados y del mundo jurídico.

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Raab es abogado, y en su momento se especializó en causas humanitarias, pero ha sido acogido con recelo, porque se trata del octavo ministro de Justicia en 10 años. La oposición en bloque ha cargado contra su nombramiento. “No existe la menor justicia en esta promoción. Raab es el último miembro de este Gobierno conservador al que se recompensa por su fracaso. Después de su catastrófico manejo de la crisis de Afganistán, debería estar fuera del Ejecutivo”, ha dicho Wera Hobhouse, la portavoz de justicia del Partido Liberal Demócrata.

El Brexit y el muro rojo

Los dos nombramientos que encierran en sí mismos la estrategia de Johnson para el resto de su mandato son los de Liz Truss y Michael Gove. La política que llevaba hasta ahora la Secretaría de Estado de Comercio Internacional está en el número uno de la lista de favoritos de los militantes conservadores. Es trabajadora, fiel al primer ministro, y ha logrado cerrar nuevos acuerdos comerciales. Acuerdos vistos con mucho recelo por la industria agrícola o ganadera del Reino Unido, por la competencia que suponen, pero que hacen las delicias de todos los defensores del Brexit que prometían un futuro brillante después de deshacerse de las “cadenas de la UE”.

Al colocar a Gove al frente de Vivienda y Administraciones Locales, Johnson encarga a su agente político más taimado que, de una vez por todas, ponga en marcha la gran promesa electoral de repartir territorialmente la riqueza, para consolidar el apoyo electoral que el “muro rojo” (el norte y centro de Inglaterra) le brindó hace casi dos años. “Asumirá la responsabilidad interministerial de reequilibrar las regiones, y retendrá además su misión de preservar la Unión”, afirma la nota de Downing Street que confirma el nombramiento. Gove ha sido clave en la estrategia de respuesta al desafío independentista escocés.

Dos designaciones tienen especial colorido en todas las entradas y salidas de políticos. Nadhim Zahawi, nacido en Bagdad, ha sido el responsable de uno de los mayores éxitos del Gobierno de Johnson: el programa de vacunación. A partir de ahora, será el nuevo ministro de Educación. Y Nadine Dorries, escritora polémica, diputada sin pelos en la lengua, participante de algún concurso de telerrealidad, defensora a ultranza del Brexit y de Johnson, será la nueva ministra de Cultura, en sustitución de Oliver Dowden. Ya circulan apuestas sobre cuánto tardará Dorries en tener su primer enfrentamiento con el mundo de las artes.

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