Judy Chicago: la vida en la nube

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La artista Judy Chicago, en una imagen de este año.
La artista Judy Chicago, en una imagen de este año.DONALD WOODMAN / ARS

Estamos en 2020, en un buen shock digital, pero hay que retroceder a 1968 y a otro tipo de sobresalto. Judy Gerowitz era una artista de 29 años que se estrenaba en un museo, el de Arte de Pasadena, en California. Pensó para ello en una serie llamada Atmósferas, fuegos artificiales alrededor de una piscina central, en círculos de colores que, una vez estallaban, se mezclaban en el aire como una nube imprevisible. Por aquel entonces, Robert Smithson andaba organizando la que, seguramente sin saberlo, sería la primera exposición de land art. Fue en la galería Dwan de Nueva York y solo había hombres entre aquellos artistas que estaban pensando en cómo fusionarse con la naturaleza. Cualquier acción interesante para ellos se llamaba site: un proyecto concebido en función de un lugar concreto, por muy recóndito que fuera, porque ya estaban los medios de masas para difundirlo.

La idea de Judy era otra cosa, un enfoque nuevo para el arte escénico: obras ambientales, con una idea expandida del color y con objetos dispersos que se abrían a la fusión de enfoques. Durante los seis años que estuvo trabajando en estas esculturas de humo no había mujeres pirotécnicas e hizo de ese hecho su estandarte: una iconografía distinta con la que poner en cuestión las actividades estereotipadas como “masculinas”, así como las habilidades tradicionalmente consideradas como “femeninas”. Por eso luego se dio al bordado y la costura, como un grito más, antes de dejar el icono de arte feminista de todos los tiempos, The Dinner Party (1979), que exhibe de manera permanente el Museo de Brooklyn.

Cuando hoy piensa en aquel momento, todavía suele bromear sobre lo que entonces parecía un presunto incendio pero que en realidad eran fuegos artificiales que se alzaban como forma de protesta. Judy Gerowitz estaba a punto de convertirse en Judy Chicago: una profesora precaria de programas feministas en Fresno y en CalArts, que renunciaba a la academia y a todos los nombres que le fueron impuestos por el dominio social masculino, para abrirse a nuevos horizontes en el arte vernáculo estadounidense. Pocas artistas abanderan una mirada tan incisiva sobre el rol de la mujer en el campo del arte, cuyo pensamiento sigue hoy más vigente que nunca.

Lo constatamos 50 años después, cuando el proyecto non-profit Light Art Space (LAS), con sede en Berlín, anuncia la primera obra de arte virtual de la artista. LAS trabaja en la intersección del arte, las nuevas tecnologías y la ciencia, algo que Judy Chicago lleva a un nuevo estado experimental de su mítica serie de las Atmósferas. Presentadas antaño como una performance efímera y específica para un lugar concreto, muchas veces atada al propio cuerpo y la idea de presencia física, este nuevo giro lleva las esculturas de humo de la artista a una nueva etapa en su historia con el fuego.

Desde Apple o Google Store es tan fácil como teclear Rainbow AR y el artificio de Judy se descarga de manera gratuita en forma de app, ocupando 312.4 MB. Tras una breve introducción que repasa los fogonazos de Chicago, todo está listo para buscar tu mejor encuadre, estés donde estés, y llenar de humo tu habitación. Una humareda digital, claro. Ante un año tan negro y duro, dice la artista, qué menos que bañarlo todo de luz y de color para insuflar algo de esperanza. La cosa suena a cápsula del tiempo, ya que el momento interactivo se acompaña de una banda sonora polifónica, realizada en colaboración con el diseñador de sonido Colin Bailey, que utiliza paisajes sonoros de las grabaciones originales de la artista.

Su gesto sigue siendo feminizar el ambiente. Un ambiente de aislamiento de las mujeres artistas. Lo solas que pueden llegar a sentirse muchas veces las creadoras. Lo solos que muchos otros se han sentido en los múltiples confinamientos. Unos fogonazos, dice, que son un intento de liberación y un canto a la visibilidad, como esa bengala que se enciende en mitad de la nada, pidiendo ayuda, esperando que alguien nos divise en la lejanía. ¿Lo consigue? El intento es simpático, aunque recuerda a las muchas apps que te ponen orejas de gato o buena cara tras una noche larga. Pero es lo que tiene cualquier dispositivo virtual: que nada de lo de ahora se parece a nada de lo antes.


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