Junts, la herencia de la pérdida

En 2006, la escritora Kiran Desai ganó el Man Booker Prize con The Inheritance of Loos. En la novela de relatos entrelazados, los episodios del pasado pesan sobremanera en los protagonistas, los hayan vivido o no. El tema central es, como indica el título, cómo el sentimiento de pérdida de identidad se traspasa entre generaciones. Más que ningún otro factor táctico es este elemento lo que explica el planteamiento de Junts respecto a la mesa de negociación entre los gobiernos de España y Cataluña de la semana pasada. La pérdida se desglosa en tres ámbitos.

El primero es el nulo papel del grupo parlamentario de Junts en el Congreso. Con cuatro escaños, su progresiva radicalidad hacia el “no a todo”, ha llevado a que los diputados apenas sirvan para que la portavoz puigdemontista, Míriam Nogueras, pueda lanzar desde la tribuna alguna diatriba y esperar que a los medios les resulte ocurrente. El Gobierno no les contempla y la oposición escasamente.

El interés, muy patente en los últimos días, de Jordi Sànchez y Elsa Artadi de presionar a ERC para unir fuerzas en las Cortes no tiene otro propósito que sacar del autoconfinamiento a sus parlamentarios. Muy lejos queda el millón de electores y la horquilla de entre 16-18 escaños que tenía prácticamente el mismo espacio político con CiU entre 1986-2011. Lo que durante veinte años fue el brazo conseguidor de la Generalitat en Madrid hoy se ha esfumado.

El segundo elemento de pérdida nace del sentimiento de patrimonialización de la Generalitat. Los más de 20 años de pujolismo en el Gobierno de Cataluña, sin alternancia, sedimentaron la consideración en los cuadros convergentes que la Generalitat que ellos habían construido era suya. Este sentir patrimonial de la institución, tan bien definido por las palabras de Marta Ferrusola “nos han entrado en casa” con la llegada del Gobierno socialista de Pasqual Maragall y el ninguneo del entonces jefe de la oposición Artur Mas al presidente pactando el Estatuto de Autonomía de 2006 a sus espaldas, enlaza con el estupor actual ante la presidencia de ERC.

La frase de Jordi Sànchez del pasado día 14 es diáfana respecto a la transferencia de ese sentimiento de CiU a Junts. “Estamos ante un conflicto de país, no ante un conflicto de gobiernos”. Es decir, si Junts hubiese optado por estar en la mesa se habría asumido que se defendían los intereses de país, de lo contrario no. ERC, CUP, Vox, PP, PSC, C’s, En Comú Podem, no son país. Dos días después, Artadi añadía en entrevista a Ràdio 4 que Aragonés en la mesa tan solo “representaba a ERC”.

El tercer factor de pérdida es la ausencia de los principales líderes políticos de Junts en el Ejecutivo catalán. Y, en concreto, del sector más extremo del clúster político, representado por Laura Borràs, Elsa Artadi o Josep Rius —los dos últimos participantes de la mesa de 2020—, que se autodescartó en su día para no quedar bajo una presidencia de Esquerra. Optando por el Parlament o el Ayuntamiento de Barcelona éstos tan solo se hacen visible —lo mismo que Nogueras— con declaraciones políticas.

La falta de perfiles de peso en el Ejecutivo al lado del vicepresidente Jordi Puigneró es un quebradero de cabeza para Junts. ¿A qué consejero poner en la mesa? Jaume Giró, Josep M. Argimon, Victòria Alsina son independientes y no forman parte de la estructura del partido. Elegir a Gemma Geis, Violant Cervera o Lourdes Ciuró significaría tener que conferirles una visibilidad inmediata en el seno de la formación en detrimento de otros liderazgos. La dirección propuso a Sànchez y Nogueras a la mesa para darles notoriedad. Y a Josep Turull, no tan solo por haber estado en prisión, sino porque sus allegados dominan parte del sottogoverno de los departamentos en manos de Junts.

La propuesta de miembros no pertenecientes al Ejecutivo para formar parte de la mesa y su renuncia posterior no es fruto de las múltiples razones que ha esgrimido el partido —vetos, intención que hubiese “luz y taquígrafo” en el encuentro, etcétera—, sino de un intento de superar este sentimiento de pérdida —heredado y autofabricado— que nace de la caída del grupo parlamentario, la privación de la presidencia de la Generalitat y la falta de voz del ala política y más extrema de Junts en el gabinete. Junts, la herencia de la pérdida.


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