Los libros en las mesas de una librería son como animales en un entorno natural: sus portadas resplandecen en libertad, y es inevitable el impulso de acariciarlos, abrirlos, hojearlos. En pantalla, por el contrario, son como bichos en cautividad: enjaulados, pequeños y difusos, muchas veces perdidos en el diseño atestado de una tienda virtual.
Ese cariño un poco nostálgico por los libros en papel y sus cubiertas brillantes no impide que sea en el entorno digital, a veces hostil, donde las portadas cumplen mejor su función como herramienta de imagen, venta y marketing. A estas alturas es una obviedad: el libro en píxel llega a un público que multiplica el aforo de todas las librerías, y las portadas amplifican su alcance cuando aparecen en redes sociales, en las webs de las propias editoriales, en boletines, páginas bibliófilas o recopilaciones como la de este mismo artículo.
Dicho esto, en España se editan cada año decenas de miles de obras (en 2019 se lanzaron 21.895 nuevos títulos de “creación literaria”, según el Ministerio de Cultura). Elegir en ese océano inabarcable de propuestas unas cuantas “mejores portadas” es un ejercicio un tanto arbitrario e injusto. Se puede aspirar, como mucho, a que la muestra, necesariamente escueta, sea representativa de lo mejor del diseño editorial. Y a que admirar las cubiertas de estos libros nos despierte ganas de sumergirnos en sus páginas.
Barret
Mundo hormiga, de Charlie Kaufman (Barret). La ilustración, intrincada y sorprendente, cuenta su propia e inquietante historia: túneles de textura intestinal habitados por una hormiga esquemática y solitaria. El título está partido y asimétrico, y eso descoloca un poco: usar guiones es una licencia de diseño que sacrifica la legibilidad pero añade sorpresa. Ilustración de Isidro Ferrer.
Fulgencio Pimentel
El loro de Budapest, de André Lorant (Fulgencio Pimentel). El propio autor de esta autobiografía protagoniza la portada, desnuda de título o firma en un gesto de radicalidad gráfica que le añade interés e intriga. La mirada se sale del plano, no sé sabe si mirando al pasado o al futuro, y hay algo intrigante en esos ojos infantiles llenos de tristeza. El tema del libro: la infancia y juventud de Lorant en Hungría, primero bajo el dominio nazi, luego comunista. Diseño de César Sánchez.
Anagrama
Tiempo curvo en Krems, de Claudio Magris (Anagrama). Es imposible que la personalidad de una portada concreta sobresalga por encima del amarillo de Anagrama, que es el diseño “de colección” más identificable en las librerías españolas, y que está fijado en nuestro imaginario literario desde hace décadas. La habilidad de esta portada es que no trata de sobreponerse al color; al contrario, se fusiona. El agua amarillenta transmite a la vez paz y un leve movimiento de instante suspendido. Ilustración de Diane Parr.
Ariel
Solo integral, de Fernando Savater (Ariel). Hay vértigo y desequilibrio en esta cubierta. Movimiento interno, acción. Y dos estilos gráficos (foto, por un lado; masas de color plano por otro) que podrían hablar a la vez de la realidad y el pensamiento abstracto. Es interesante como una composición aparentemente desmadejada está en realidad asentada en una compleja retícula: el pie del niño está apoyado justo en la mitad vertical de la portada, el título inferior apoyado en un cuarto, la diagonal que parte justo del punto medio superior, etc.
Este libro forma parte de una colección dedicada por entero al autor, y todas las portadas comparten tipografía, estilo y unas pequeñas gafas en la esquina superior derecha que son Savater en sinécdoque ingeniosa. Diseño de Planeta Arte y Diseño / Miriam Rodríguez.
Hurtado y Ortega
Vulcano, de Max Besora (Hurtado y Ortega). Esta portada transpira violencia, caos, maldad. Las letras dibujadas a brochazos son todo movimiento, y el rojo sobre negro tiene algo hipnótico que se aprecia especialmente en su versión de papel: las letras están impresas con serigrafía, volumen y brillo. Es complicado resistirse a pasar los dedos por encima. Ilustración de Nino Cabero.
Blackie books
Subidón, de Joaquín Reyes (Blackie Books). Esta es, en realidad, una portada de diseño bastante básico: las tipografías típicas de la editorial y una elección cromática (naranja sobre verde) que reta a los daltónicos. Pero también es una cubierta extraordinaria porque cuenta con dos ojos de plástico que se asoman atravesando el cartón, se agitan según agarramos el libro y provocan una sonrisa inevitable. No se aprecia en la pantalla; vayan a la librería. Diseño de Setanta.
Debolsillo
1984, de George Orwell (Debolsillo). Todo en esta portada habla de totalitarismo: un ojo vigilante, tipografía angulosa y agresiva, códigos de color que remiten al constructivismo ruso propio de los primeros tiempos de la URSS. El Gran Hermano estaría orgulloso. Diseño de Sergi Bautista.
Superflua
Contraperfume, de Daniel Figuero (Superflua). Un limón enmohecido protagoniza esta portada que bascula entre la náusea y la belleza. El amarillo brillante, recortado sobre ese fondo de azul luminoso, crea un conjunto sofisticado y atractivo. Hay, por lo que parece, algo de poética en la putrefacción. Ilustración de Pau Masaló.
Destino
Golpes de Luz, de Ledicia Castro (Destino). El diseño base de Áncora y Delfín es de los más sobrios y elegantes de todas las grandes colecciones: un pequeño símbolo marino, más el título / autor compuestos en la clásica tipografía Century Schoolbook. Problema: solo funciona bien si acompaña a una ilustración con un foco concreto, y se diluye en las portadas ruidosas. En este caso, brilla porque la mirada de este retrato es magnética, y la sombra que envuelve la parte superior de la cara crea volumen, un trampantojo por el que la portada se convierte en una ventana desde la que nos observan con misterio. Ilustración de David de las Heras.
Libros del KO
La ciudad de la euforia, de Rodrigo Terrasa (Libros del KO). Las metáforas gráficas construidas con objetos son un clásico editorial español desde los tiempos de Daniel Gil, y funcionan mejor cuanto más retuercen los clichés. Nada es más tópicamente valenciano que la paella, y pocas cosas hay más festivas y sucias que el confeti. Las dos cosas, juntas, son una magnífica metáfora de una época negra de corrupción y derroche. Diseño de Artur Galocha.
Reservoir Books
Madres paralelas, de Pedro Almodóvar (Reservoir Books). No resulta del todo sorprendente que una de las portadas más llamativas del año tenga su origen en un póster cinematográfico, y no deja de subrayar que una buena portada es, en realidad, un cartel en pequeñito. El contraste de lenguajes gráficos (la calidez del abrazo y el movimiento óptico de las líneas paralelas) es tremendamente efectivo. Nota: qué limpio y directo es el conjunto sin el ruido de los créditos de la película. Diseño de Javier Jaén.
literatura random house
No es un río, de Selva Almada (Literatura Random House). Una ilustración que es todo sugerencia y misterio, y un diseño de gran contundencia tipográfica pero que no quita protagonismo al dibujo. Forma parte de una colección, pero parece una cubierta única. Diseño de Penguin Random House Grupo Editorial / Max Rompo. Ilustración de Ornella Pocetti.
Galaxia Gutenberg
Sacramento, de Antonio Soler (Galaxia Gutenberg). Una enorme porción de las portadas que salen a la venta aprovechan ilustraciones o fotos preexistentes, y dan buenos resultados en la medida en que los diseñadores buscan bien y encuadran las imágenes con habilidad. En este caso, hay una imagen que impresiona, y un buen corte que centra nuestra mirada. Bonus: es otra muestra de que lo bien que funcionan las cubiertas con gamas cromáticas escuetas. Ilustración de Eckart Hahn.
Coba Fina
Vatio, de A. J. Ussía (Coba fina). El amarillo es un imán para la vista, y este potente diseño usa con habilidad sus tres colores para maximizar el impacto. El dibujo es una buena traducción del vértigo de las noches madrileñas. Ilustración de Silja Götz.
Aristas Martínez
La muela, de Rosario Villajos (Aristas Martínez). En la ilustración de esta cubierta pasan muchas cosas, quizá demasiadas, pero hay tantas capas narrativas que parece una historia en sí misma. Y no puedes parar de mirarla. Ilustración de Rosario Villajos.
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