Kamila Valieva, la soledad de una niña abrazada a un peluche


La exigencia del deporte profesional suele ser invisible. Fuera del ojo público quedan las dudas personales, los miedos al fracaso y la presión que pueden ejercer los entornos, tan importantes para alcanzar el éxito como para evitar los descalabros.

En los Juegos Olímpicos de Invierno hemos asistido al vía crucis de una deportista llamada a triunfar en Pekín. Con apenas 15 años, Kamila Valieva llegaba a la cita china como la gran estrella del patinaje artístico ruso y una de las grandes figuras del evento en su conjunto. Una niña prodigio que acumula récords mundiales y, también, la presión de la pesada maquinaria rusa. Una responsabilidad mayúscula sobre los hombros de apenas una niña.

Su nombre trascendió al propio deporte cuando se conoció que, en un test de orina realizado el pasado mes de diciembre, Kamila había dado positivo en una sustancia llamada trimetazidina. Un compuesto empleado para tratar anomalías de corazón como la angina, presente en la lista de sustancias prohibidas al haberse probado que mejora el rendimiento físico por tratarse de un modulador metabólico cardíaco.

En Pekín, Valieva ha participado en la prueba individual y también por equipos. En este último concurso, el equipo ruso se hizo con la medalla de oro después de que Kamila realizara un salto cuádruple, convirtiéndose en la primera patinadora que realizaba ese gesto en unos Juegos Olímpicos. Sin embargo, ante la apertura de la investigación por el control antidopaje, no ha recibido la medalla.

Posteriormente, Valieva participó en la rutina individual. Allí era una de las grandes candidatas a conseguir la primera plaza. Sin embargo, asistimos a un espectáculo complicado de ver. Varias caídas, una presión extrema y la sensación de querer terminar cuanto antes su ejercicio, como si deseara estar en cualquier lugar salvo luchando por mantener el equilibrio sobre el hielo.

El motivo que esgrimió el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) para permitirle seguir en competición era que el dolor que le produciría no formar parte de la cita sería irreparable para ella en estas circunstancias. Una decisión que no ha gustado en los principales organismos antidopaje ni a diferentes atletas, que no han ocultado su sentir al respecto.

Mientras que determina cómo llegó la sustancia a su organismo, uno de los puntos de la investigación que permanecen abiertos, cabe hacerse algunas preguntas. Y ponerse en la piel de deportistas que tienen todavía bien lejana la mayoría de edad, exigidas al límite desde su más tierna infancia, muchas veces instrumentos al servicio de intereses que ni ellas mismas pueden controlar.

En estos Juegos se han dado imágenes de dureza visual importante. Miembros de equipos con una frialdad enorme, pequeñas atletas descompuestas tras no alcanzar el resultado deseado y la sensación de misión obligada hacia una medalla de oro. La soledad de alguna patinadora, abrazada a un peluche sin mayor apoyo humano que sus propios brazos, ha ilustrado la realidad que rodea al deporte de Valieva.

La responsabilidad de los adultos que rodean a Kamila me parece fuera de lo normal. Tratar a las personas como si fueran máquinas para batir récords a cualquier precio parece imperar sobre cualquier otro aspecto. Su estado de salud, a nivel físico o mental, parece pasar a un segundo plano siempre y cuando se toque el metal.

Hay muchas preguntas sin respuesta a día de hoy. Rusia ha competido durante los últimos años alejada de sus emblemas nacionales, participando bajo bandera blanca y sin la presencia de su himno nacional en las ceremonias. Los casos de dopaje han condicionado la participación de sus atletas y este caso no deja de poner en el punto de mira a una delegación habitualmente señalada.

El dopaje siempre será algo a condenar, la gran lacra del deporte profesional y ante el que hay que actuar sin contemplaciones. La dureza humana, que tantas veces emplea al deportista como mera herramienta, también debería ser motivo de reflexión en estos casos.

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