Kim Kardashian y Kate Moss: la inesperada amistad de dos de las mujeres más influyentes de la cultura pop


Pese a llevar varios años jugando la carta de la inclusión de perfiles diversos, el entorno de la moda y sus protagonistas sigue siendo elitista y restrictivo. Solo así se explica que la recién descubierta amistad entre Kim Kardashian y Kate Moss haya generado una riada de comentarios en las redes sociales. La primera, estrella de reality, acostumbrada a hacer de la fama por la fama un negocio millonario y de popularizar una estética hipersexualizada y carente de prejuicios; la segunda, alérgica a las redes sociales, top model legendaria y eterno icono de estilo que ejerce una fascinación a prueba de escándalos. Ambos mundos colisionaban en las imágenes que compartía Kardashian en su Instagram hace unos días. Juntas visitaron el Vaticano y documentaron su amistad con varias fotografías juntas en la Capilla Sixtina. Les acompañaba la hija de la modelo, Lila Grace, y el promotor de eventos de lujo para celebridades, Omar Cherif.

En principio, sus respectivos entornos pueden parecer alejados. Kate Moss, amiga de rockeros, de Nick Cave a Mick Jagger o Bobby Gillespie, lideró durante los últimos años del siglo XX lo que los medios especializados denominaron ‘heroin chic’, una estética minimalista y cuidadosamente desarrapada que encumbraba la naturalidad más descarnada: ojeras, palidez, pelo descuidado….Con el tiempo, y ya encumbrada como prescriptora de estilo, su estética se fue depurando aún más a medida que sus apariciones mediáticas se reducían. Sus fotos robadas yendo de compras o saliendo de su casa se convirtieron en imágenes aspiracionales para muchos, tanto, que terminó por convertir las bailarinas y los pantalones pitillo, siempre negros, en el uniforme del cambio de siglo para buena parte del planeta. Kim Kardashian representa, en principio, lo contrario: exasistente de Paris Hilton, su estética siempre ha redundado en la exuberancia sin tapujos. Logotipos, prendas ceñidas, brillos, selfis diarios y una exposición absoluta de su intimidad televisada semanalmente.

Y, sin embargo, lo cierto es que la amistad entre Moss y Kardashian se remonta a 2014, cuando ambas coincidieron en la fiesta de cumpleaños de Riccardo Tisci en Ibiza. El por entonces director artístico de Givenchy fue, de hecho, uno de los principales responsables de que Kim Kardashian y su exmarido, Kanye West, comenzaran a ocupar las primeras filas de los desfiles y a prodigarse por los círculos más exclusivos del sector. Meses antes habían protagonizado una polémica portada en la edición norteamericana de Vogue: ¿qué hacía una pareja que documentaba sin pudor una vida de excesos retratada en la revista de moda por excelencia? De aquello han pasado seis años, en los que Kim se ha esforzado por ganar relevancia dentro de la industria: ha protagonizado campañas para Balmain, Calvin Klein o Alexander Wang, es una asidua a eventos como la gala anual del museo Metropolitano de Nueva York (sus primeras apariciones en la escalinata hicieron que varias cejas se arquearan) y la orgullosa propietaria de Skims, una firma de prendas reductoras que vestirá a los deportistas estadounidenses en los Juegos Olímpicos de Tokio y que, según datos del New York Times, facturó cerca de 140 millones de euros el pasado año

De hecho, el reencuentro mediático entre ambas se produjo a través de otro diseñador, Kim Jones. Kardashian acudió a Roma para acudir a las oficinas de Fendi, la casa que dirige actualmente Jones (y en la que, curiosamente, trabajaba Kanye West antes de dedicarse a la música) en los días previos a que la firma desvele su desfile de alta costura. Kate Moss, musa del diseñador inglés desde hace décadas, también acudió a su llamada, aunque se desconoce el motivo. En cualquier caso, su visita conjunta al Vaticano evidencia que dos de los iconos de estilo más influyentes del mundo siguen hablando dos lenguajes distintos, e igualmente válidos, para expresarse a través de la ropa. Si Moss, consciente del valor mediático de su imagen, apareció con un sobrio traje de chaqueta, por supuesto negro, que no se salía un ápice de su uniforme habitual, Kardashian, haciendo gala de su talento para generar conversación en las redes, acudió con un vestido de encaje escotado de la firma Barragán. No solo rompía con las normas de protocolo de la visita. Estaba inspirado, nada menos, en la persecución eclesiástica que sufrieron los herejes durante la Inquisición mexicana. Hasta ese nivel de detalle es capaz de comunicar con cada atuendo.

Pero más allá de las imágenes que demuestran su amistad, la clave está quizá en sus acompañantes. Tal y como detalla en una de sus publicaciones, Kardashian acudió a la cita con parte de su séquito empresarial: diseñadores y gestores de sus diferentes líneas de cosmética y ropa. Si su relación deriva, como parece, en alianza profesional, no solo se estaría gestando una de las colaboraciones más influyentes de los últimos años, también la fusión definitiva de dos mundos que, pese al discurso oficial, han tardado años en encontrarse: el de la vieja guardia de la moda, tan esquiva como sofisticada, y el de la celebridad del siglo XXI, masiva, desprejuiciada y adicta al espectáculo.




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