La aventura estaba en casa

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Viajar para descubrir nuevas montañas, nuevas paredes, escenarios sugerentes donde llevar a cabo el juego del alpinismo o de la escalada, dejó de ser hace tiempo una obligación reservada a las élites: la globalización, la información en la red y los vuelos baratos enseguida calaron en la base de la pirámide. En las últimas dos décadas la escalada en roca (y también el alpinismo) ha derribado las fronteras de lo cotidiano para abrirse a todo tipo de lugares del planeta donde sea posible encordarse. Si los españoles escalan en Utah, Yosemite o los Bugaboos canadienses, los norteamericanos frecuentan los Mallos de Riglos, Siurana, el Verdon o las Dolomitas. Lo que antes era una expedición, ahora es un viaje turístico y subirse a un avión forma parte de la rutina del escalador que viaja a Grecia buscando formaciones de roca extraordinarias o fisuras de arenisca en Indian Creek. Y si antes un alpinista pasaba dos meses esperando cuatro días de buen tiempo en la Patagonia, ahora la fiabilidad de los partes meteorológicos permite vuelos relámpago desde Europa para escalar una montaña concreta y regresar en el plazo de ocho días.

La pandemia llegó y cortó de raíz el hábito de completar hasta cuatro viajes anuales, circunstancia que obligó a todos a mirar con nuevos ojos los escenarios pegados a sus lugares de residencia. La pausa también ha generado una corriente de pensamiento ligada a la ética de la disciplina (se presupone que los escaladores aman la naturaleza) y al cambio climático para lanzar un par de preguntas: ¿realmente hace falta viajar tanto para disfrutar de la escalada o de la montaña? ¿No nos sirve ya el terreno de juego de casa, ese donde aprendimos a amar los espacios al aire libre y la vida vertical? Cecilia y Pedro son dos guías de media montaña afincados en el Pirineo francés que han decidido relacionarse con su pasión desde un enfoque diferente: compartir siempre coche para ir a escalar, realizar menos viajes pero de mayor duración, cortar con los viajes relámpago y frenar así una inercia de vida en la que finalmente la montaña es un objeto más de consumo y no una forma de entender la vida.

Como ellos, figuras relevantes del mundo de la escalada tratan de fabricarse nuevos retos que les permitan dormir en casa, caso del francés Seb Bouin, uno de los escaladores más fuertes del panorama internacional. Bouin no encontraba vías de escalada lo suficientemente difíciles en el entorno de Montpellier, donde reside… hasta que recordó un proyecto de una pared que conocía bien en el Pic Saint Loup. Tras semanas de preparativos, ensayos y entrenamientos, el francés logró escalar una ruta que se cuenta entre las más difíciles del planeta: 9b/b+ (la máxima graduación es 9c). “Esta experiencia fue muy especial para mí. Al principio pensé que no era posible encontrar la misma sensación de aventura y emoción que sentía al visitar una vía nueva, lejos de casa. Aunque, una vez me involucré tanto y me sumergí en el proceso, viví plenamente la aventura al lado de mi casa. Quizás fue incluso más intenso que muchos de los grandes viajes que había hecho anteriormente. Redescubrí el Pic Saint Loup, como si fuera un nuevo gran reto frente a mí. Disfruté de la caminata para llegar a la cima de esa montaña todos los días. Redescubrí las rutas de calentamiento e incluso comencé a visualizar nuevas líneas y posibilidades para abrir nuevas vías en la montaña. Esa experiencia me enseñó mucho: siempre hay algo nuevo que encontrar, aunque conozcas muy bien el lugar. Siempre hay nuevas aventuras por vivir. A veces solo necesitas una nueva perspectiva”.

Igual que Bouin, la corredora de montaña Hillary Gerardi, pertenece al equipo Black Diamond, empresa fundada en Estados Unidos, un país donde el debate ético acerca de la relación del escalador con el medio ambiente asegura horas de discusión y encendidos discursos en las redes sociales. Gerardi se mudó hace una década a Chamonix, posiblemente el terreno de juego alpino más completo y accesible que existe. Durante el confinamiento por la pandemia, muchos sufrieron ante la pérdida de la posibilidad de viajar: “en vez de compadecerme, decidí saborear realmente el privilegio de vivir justo bajo el techo de los Alpes y me dí cuenta de que en una jornada podía salir corriendo desde la puerta de mi casa, pisar la cima del Mont Blanc y regresar con tiempo de preparar la cena. Es decir, vivir plenamente el contraste entre la vida urbana y la naturaleza más bella en unas pocas horas, experiencia que a muchos les supone días de viaje y horas de preparativos”, explica Gerardi. Vestida con zapatillas y pantalón corto, Gerardi cerró la puerta de su casa a las dos de la madrugada y se puso a correr. Horas después, se encordó a su marido que le esperaba en el refugio del Nido de Águila y juntos alcanzaron la cima del Mont Blanc, se desataron tras el descenso y Gerardi siguió al trote hasta su casa, que alcanzó a media tarde.

El sentido de aventura está íntimamente ligado a la imaginación. Hoy en día muchos escaladores se limitan a seguir un circuito de moda que les lleva en itinerancia de una escuela de escalada a otra sin buscar cerca de sus hogares escenarios donde alimentar su pasión. James Pearson y Caroline Ciavaldini han recorrido en pareja las paredes más famosas del planeta y los territorios más rebuscados para convenir que una de sus aventuras más especiales discurrió muy cerca de su hogar en el sur de Francia… en una cueva. La Gruta de la Salamandra, cerca de Méjannes le Clap, es un destino turístico que esconde enormes estalagmitas y una chimenea de roca de 90 metros solo escalada por roedores que eligen ese margen de la cavidad para cobijarse. Pearson y Ciavaldini lograron escalar la dificultad sin colocar seguros de expansión, es decir sin dejar más rastro de su paso que el magnesio con el que empapan sus manos y el recuerdo de una aventura vivida en casa.

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