La bunkerización de los políticos

Mariano Rajoy, en una comparecencia a través de una pantalla en 2013.
Mariano Rajoy, en una comparecencia a través de una pantalla en 2013.EFE

El género de la entrevista política no vive sus mejores momentos, y no porque le falten maestros ni artesanos dignos o aprendices esmerados, sino por incomparecencia de los políticos. Al contrario que el resto de la sociedad, que ha vivido sometida al imperativo chipiritifláutico de salir de su zona de confort, los líderes políticos se han apoltronado en un salón privado al que solo entran los amigos y donde nadie les molesta con preguntas impertinentes.

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El veto de Vox a medios como este es un ejemplo extremo, pero se dan variantes atenuadas en todos los partidos. Todos lanzan sus pedradas verbales a través de canales seguros, mediante sus propios vehículos de propaganda o rodeándose de periodistas que consideran afines y que, no pocas veces, se esfuerzan más en demostrar su afinidad que su independencia.

La excepción quizá sea Isabel Díaz Ayuso, que va a todas partes y lo mismo le da un Gonzo que un Alsina que un Bertín. Unas veces sale escaldada, y otras, creyendo salir favorecida, aparece hecha un desastre (me refiero a sus palabras), pero me temo que esa liberalidad parlanchina no se debe tanto a un compromiso democrático como al hecho de que nunca dice gran cosa y, por tanto, puede no decirla en cualquier escenario y ante cualquiera. En cambio, quienes temen que una contrapregunta deje al desnudo sus contradicciones y lagunas, se cuidan de no exponerse.

En una España de trincheras —por suerte, ideológicas y desarmadas— los líderes se bunkerizan y arengan solo a quienes consideran los suyos, sin entender qué ventaja sacarían de colocarse a pecho descubierto en lides donde ningún asesor puede susurrarles una respuesta al oído o no pueden permitirse el lujo de ignorar la pregunta. Creen que no pierden nada, pero en la medida en que esta actitud deteriora el debate público, puede llevarlos a ellos también a perderlo todo.

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