Joe Biden anunció este martes su intención de optar a la reelección como presidente de Estados Unidos en las elecciones de noviembre de 2024. El presidente de más edad en la historia del país tendrá entonces 82 años. Si lo logra, saldrá de la Casa Blanca con 86. Buena parte de su propio electorado se pregunta legítimamente si es una apuesta de riesgo y poco atractiva: las encuestas reflejan que apenas una cuarta parte del electorado quiere que se presente de nuevo. La preocupación por la avanzada edad de Biden es un clamor entre los demócratas, que desean buscar a alguien más joven. Sin embargo, a 18 meses de las elecciones, ya estaba claro que no hay alternativa, ni deseo de arriesgarse en un momento en que el peligro existencial para la democracia no ha desaparecido. Las imágenes de su actual vicepresidenta, Kamala Harris, en el vídeo del anuncio de la candidatura tienen algo de guiño compensatorio a múltiples bandas —mujer negra y mucho más joven—, pese a su desdibujado perfil.
El anuncio se produce en la fecha en que se cumplen cuatro años exactos desde que presentó su anterior candidatura. Por delante queda año y medio para comenzar la recaudación de fondos y asegurar apoyos. Se trata de mucho tiempo, pero el Partido Demócrata necesitaba despejar cuanto antes la incógnita de Biden. Las dudas a causa de la edad existían ya desde la campaña de 2020. Él mismo jugó con la ambigüedad de presentarse para un solo mandato. Por entonces el Partido Demócrata estaba hambriento de renovación tras el fracaso de Hillary Clinton. Pero la extrema atomización de las primarias y el peligro de la reelección de Donald Trump hicieron finalmente que el partido apostara por el valor seguro de la experiencia, la educación y la restauración del orden dinamitado por Trump. Más de 81 millones de estadounidenses les dieron la razón y Biden ha sido el presidente más votado de la historia.
La ejecutoria francamente socialdemócrata sigue siendo su mejor aval en un contexto de fuertes turbulencias económicas e insólita en un presidente de EE UU: ha aprobado la mayor inversión en infraestructuras en décadas, ha colocado al país por fin en la senda de una decidida transformación energética, ha llevado el desempleo a niveles históricamente bajos y transmite una sensación de estabilidad institucional que EE UU y el mundo echaban de menos. En el aspecto negativo, la inflación ha secuestrado la agenda económica mientras la violencia armada o el racismo no han cedido en su legislatura. A pesar del desgaste del poder y los deseos de renovación, la inmensa mayoría de los demócratas afirma que votarían por él, con una mezcla de reconocimiento hacia su figura y de resignación por la falta de alternativas semejante a la de 2020.
Si el Partido Republicano encuentra un recambio joven y competitivo, la candidatura de Biden se puede resentir, pese a estar dispuesto a continuar con el mensaje que le dio buen resultado en las elecciones de 2020 y de 2022: el extremismo republicano con o sin Trump pone en riesgo a la misma democracia. Pero no está claro que siga siendo suficiente para frenar a unos republicanos deseosos de revancha. Las contradicciones de una candidatura a los 82 años son evidentes para sus propios votantes y esa incertidumbre no queda resuelta con el mero anuncio de su presentación, y tampoco con la presencia testimonial de Kamala Harris.
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