La Colombre d'Or, el hotel provenzal donde se enamoró y se desenamoró medio Hollywood

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La historia de esta obsesión arranca con un bocadillo de lomo en manteca en un día de levantera de 1988 –ese viento salvaje y cálido que en Cádiz trastoca hasta voluntades– y culmina en un elegante palacete decimonónico negro y dorado que aún huele a madera fresca. En ese lapso, el surfero James Stuart –Inverness, Escocia, 1962– ha empeñado 32 años de su vida en rescatar nueve siglos de historia de Vejer de la Frontera. Revivió el pasado árabe del pueblo con El Califa, el primer hotel boutique de la provincia. No fue suficiente y se ofuscó en recuperar un caserón del XIX, la excepción arquitectónica y cosmopolita de un pueblo andalusí.
Con Plaza 18, el resultado de su último empeño, Stuart siente que ha cerrado el círculo de tanto esfuerzo, desde que el hambre y el viento le empujaron, a finales de los ochenta, a buscar resguardo en esa pequeña localidad encaramada a un cerro, a medio camino entre el mar abierto y la resguardada sierra. En esa posición intermedia, que bien influye en el carácter de los 12.700 habitantes de Vejer, se mueve la última aventura empresarial del empresario escocés. Un hotel tan blanco como para no desentonar con la cuidada estampa vejeriega, tan lujoso como para evocar a esos comerciantes burgueses gaditanos ya desaparecidos. Tan elegante como para ser la apuesta personal de la interiorista inglesa Nicky Dobree –a la sazón, copropietaria del inmueble–, tan pequeño que tiene algo de casero con sus apenas seis habitaciones.
Stuart entiende los hoteles como lugares construidos en torno a “un símbolo y una historia”. El reto de El Califa fue apostar por esa idea en 2001, cuando Cádiz aún ni sabía lo que era un hotel boutique. Restauró una manzana degradada de edificios originarios del siglo X –de cuando Vejer era la árabe Bashir– y la vistió con una decoración de antigüedades y curiosidades que su padre compró durante sus viajes por Oriente Medio. Pero en Plaza 18, el palacete contaba otra historia bien diferente. “Es un edificio emblemático del siglo XIX con un pasado tan grandioso que nuestro papel fue el de custodio”, explica Dobree.

El hotel Plaza 18 está ubicado cerca de la plaza de España en una ladera natural de Vejer, lo que hace que, desde sus zonas comunes exteriores, tenga vistas impresionantes a la zona de La Janda.

El caserón, que linda con el primigenio hotel de Stuart y del que el empresario llevaba enamorado desde 2012, data de 1896. Antes de que el escocés convenciese a Dobree y su marido para comprar el inmueble, había estado en las manos de una misma familia de comerciantes que lo mandó construir al estilo de la época. 700 metros cuadrados que se habían quedado anclados en el tiempo, distribuidos en dos plantas recubiertas de baldosas hidráulicas blancas y negras, con estancias en torno a un patio presidido por una escalera imperial y cubierto con una ingrávida montera de hierro y cristal.

Una de las obsesiones de Dobree era que el hotel fuese elegante, pero casero. Esa seña de identidad se aprecia en su sala común, donde los huéspedes disponen de una pequeña cocina común y amplios sofás y zonas de estar.

Dobree y Stuart tenían claro que todos eran encantos dignos de respetar, pero también que la rehabilitación necesitaba mucho tiempo e ingenio para conseguir “abrazar un nuevo capítulo para el viajero moderno”, tal y como explica la interiorista. Más de cuatro años han dedicado a la tarea de comprar y restaurar el inmueble, hasta que, en 2019, dieron por terminada la recuperación. En el camino, el palacete deparó una sorpresa para el escocés, ya bregado en el pasado andalusí de Vejer. “Estaba construida sobre los cimientos de un edificio árabe del siglo XIII. Cuando picamos las paredes encontramos en los muros partes de la casa original”, explica Stuart con media sonrisa.

No hay casa palacio en Cádiz que no tenga su clásica ‘casapuerta’ o zaguán. En ‘Plaza 18’ se ha conservado la cancela original y se ha recuperado la clásica puerta de entrada de palillería, conocida como puerta de verano, ya que servía para que el aire crease ventilaciones cruzadas en el interior.

El resultado de Plaza 18 poco tiene que ver con el entorno que le rodea. “Diría que es la mezcla [de la estética del universo] del caballo, propio de Andalucía, las casas nobles sevillanas y algo de toque francés”, resume el empresario. De lo último, Dobree asume la responsabilidad después de haber vivido durante años en París, aunque asegura haberse dejado guiar por el esquema monocromático interior “para crear elegancia y llamar la atención”.

La habitación 6 es un dúplex con acceso a una gran terraza privada. Uno de los elementos más característicos de estas estancias es la escalera de líneas curvas en hierro y madera.

El ajedrezado blanco y negro del suelo se desparrama por las paredes claras y las carpinterías oscuras, rematadas con grandes tiradores circulares de latón. El contraste lo ponen los techos del hotel, cuidadas restauraciones de las clásicas cubiertas andaluzas de viguerías vistas, alfarjías y ladrillos por tablas pintadas de colores verdosos. “Hemos trabajado con comerciantes y artesanos locales y recurrido a materiales de construcción orgánicos como la biocal”, añade Stuart. El edificio es ahora más sostenible, gracias a esa combinación de tradición y modernidad, en la que paneles solares aerotérmicos calientan el agua y el suelo radiante.

El elemento más característico de la casa es el patio, resuelto con una escalera imperial y cubierto con una montera de hierro y cristal. El monocromatismo del suelo hidráulico original se extiende a las carpinterías, pintadas en negro y con grandes tiradores de latón realizados por artesanos locales.

Ese diálogo entre el presente y el pasado también es visible en una decoración artística del siglo XIX al XX que bebe de esa filosofía cosmopolita de sus primeros moradores. A Dobree le cuesta escoger una de las piezas de la variada colección personal que decora las seis habitaciones y los espacios comunes, aunque si le dan a elegir se queda con el kimono del siglo XIX que cuelga de la suite 2 y con la consola con un espejo de procedencia africana que luce en la entrada. “El arte está en el corazón de cada interior y tiene la capacidad de transformar un espacio e infundirle personalidad. Sin arte, el espacio para mí no está terminado”, tercia la interiorista.

Las piezas de arte que decoran el hotel proceden de la colección personal de la interiorista Nicky Dobree. En la habitación 2 se exhibe una de sus piezas favoritas, un kimono del siglo XIX.

Ese aire ecléctico que convierte al Plaza 18 en un lugar a medio camino entre la elegancia de un sofisticado hotel europeo y la sencillez de una casa andaluza a punto estuvo de peligrar por las nuevas normas de higiene impuestas por la crisis del coronavirus. “Tuvimos un mes de incertidumbre sobre cómo hacerlo. Al final no hemos tenido que sacrificar la decoración. Hemos reforzado mucho más la limpieza al triplicar el tiempo dedicado a cada habitación”, apunta Stuart con alivio. Con todo, han optado por eliminar las bebidas que estaban a libre disposición de los clientes en una mesa camarera del salón común del establecimiento y, en el restaurante El Califa, han suprimido los desayunos bufé por unos a la carta.

La sofistificación del mobiliario contrasta con la conservación de los techos originales, construidos con viguería vista, alfarjías y ladrillos por tablas, técnica habitual en los palacios y casas del sur de España.

Con la clientela inglesa limitada por la cuarentena, James Stuart mantiene por ahora el optimismo mientras mira de reojo a una temporada media de octubre y noviembre más incierta que nunca. Tras el rodaje de 2019, este debía ser el gran verano del Plaza 18, pero el empresario no se rinde. Peores guerras se han librado en la provincia, históricamente influida por todo lo bueno y lo malo que le ha traído el mar. Que se lo digan al almirante James Saumarez de la Royal Navy británica, bisabuelo del marido de Dobree y famoso por ganar a los españoles y franceses en la Segunda Batalla de Algeciras de 1801. Una copia del retrato del militar preside hoy el salón de común del hotel como guiño a esa historia de ida y vuelta, entre cosmopolita y de pueblo, que se vive en el interior de un palacete de Vejer.


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