La Comunidad de Madrid no contesta a la oferta de Defensa de ayudarle con más rastreadores


El Regimiento de Transmisiones 21, acuartelado en la población valenciana de Marines, ha cumplido misiones en los desiertos de Afganistán e Irak y en las montañas de Kosovo. Ahora, no deja de establecer comunicaciones pero sus interlocutores son muy diferentes: ancianos solitarios, madres y padres temerosos, jóvenes a los que les hierve la sangre, todas aquellas personas que han sido contactos directos de un positivo de coronavirus. Trabajan como rastreadores a las órdenes del departamento de Salud Pública de la Generalitat valenciana, que les va transfiriendo listas de contagios con el objeto de recabar todos los datos de los afectados, además de informarlos de su situación de riesgo si la desconocen y del protocolo de actuación.

“Nosotros ni sancionamos, ni multamos”, recuerda Manuel Pino, teniente coronel encargado de la misión de los 90 rastreadores en Valencia que, junto con los de Alicante, suman 150 efectivos en la comunidad, de los 2.000 rastreadores que ha ofrecido el Ejército a las autonomías para desarrollar una tarea básica para frenar la extensión de la pandemia.

La actividad en el acuartelamiento de Marines no se detiene. Los rastreadores militares hacen tres turnos y se distribuyen en distintos espacios del edificio Aulas a partir de las ocho de la mañana. Su labor complementa la de los 1.300 rastreadores valencianos, que incluyen profesionales de la atención primaria —quienes actúan sobre los positivos y contactos convivientes—, y la de los rastreadores de Salud Pública, centrados en los brotes sociales. Cuando estos son muy extensos y se corre el riesgo de perder la trazabilidad se reclama ayuda a los militares. Los expertos sanitarios coinciden en que el número de detección de brotes es clave para que la tasa valenciana de infectados esté por debajo de la media española por el momento.

“La gente cumple y colabora. Llamamos, le comunicamos que es contacto directo de un positivo por si no lo sabe, le preguntamos cómo está, si presenta síntomas, si ha mantenido vínculos estrechos; y le pedimos todos los datos: el número de SIP [tarjeta sanitaria], si se ha hecho PCR… Lo anotamos todo en una aplicación de la Consejería de Sanidad que les hacemos llegar. La gente muchas veces también nos cuenta su vida, sus problemas, nos hablan de otras cosas. Hay muchos que están aislados, que apenas salen de casa y no hablan con nadie y tienes que hacer un poco de psicólogo”, explica Saray Martos en una de las salas por cuyas ventanas se ven las faldas de la sierra Calderona.

En su mesa, dos teléfonos (uno particular), un ordenador, una libreta y un bolígrafo. Frente a ella, una gran pizarra, dividida en cuadrantes que corresponden a las 10 mesas de los soldados, con números anotados y signos de diverso tipo. Uno de ellos indica que un teléfono sigue sin contestar y que el reemplazo tiene que insistir. En un rincón, el escudo y el lema del Regimiento 21, “Lealtad y valor”. En otra sala se ubican los compañeros del Regimiento de Artillería. Todos visten el uniforme militar de camuflaje y no se quitan la mascarilla de la cara, al menos en la visita que realizó EL PAÍS el viernes.

Saray también tiene formación de psicóloga. De hecho, se ha buscado en la selección de la tropa tener conocimientos de psicología, capacidad verbal y empatía, don de gentes, un carácter sereno y “si además se cuenta con conocimientos médicos, mejor”, apostilla el teniente coronel. Todos ellos recibieron un curso de aprendizaje, basado en el que imparte la universidad estadounidense Johns Hopkins, referente en el recuento de la pandemia en el mundo. También tuvieron asesoramiento de un experto en protección de datos. Los rastreadores deben firmar una cláusula de confidencialidad.

El contingente valenciano estuvo trabajando hasta el 25 de septiembre codo con codo con sus compañeros de la Unidad Militar de Emergencias (UME) y luego estos se marcharon a otros territorios. La gran proyección mediática que ha adquirido la UME con el tiempo no parece molestar a los integrantes de la 21. “Son compañeros y cada uno cumplimos con nuestra misión”, apunta sonriendo el brigada Francisco Mendoza, rastreador y coordinador de los trabajos. El también responsable de la relación con los medios de comunicación rechaza las informaciones publicadas sobre malestar entre los militares por forzarlos a ser rastreadores mientras faltan medidas anticovid en los cuarteles. “¿Quién dice eso? No lo había escuchado. Aquí seguimos un estricto protocolo sanitario”, responde.

“Se puede decir que aquí hacemos una labor de investigación. Insistimos cuando no nos cogen el teléfono y son pocos los casos en que nos han colgado. Nos hemos encontrado con gente que se echa a llorar y con depresión o ancianas que salían a pasear juntas y una cae enferma y hay que explicarles bien todo el proceso, con serenidad. Por eso es tan importante la serenidad y la psicología”, insiste.

“Lo que más preocupa es la incertidumbre”

Las conversaciones telefónicas diarias con personas con riesgo de padecer la covid-19 al ser contacto estrecho de un positivo permiten pulsar el estado de ánimo de la población. El soldado rastreador Rubén Balaguer señala que muchos de ellos se muestran muy intranquilos.

“Lo que preocupa sobre todo es la incertidumbre”, dice, a las puertas de la sala donde sus compañeros no paran de hacer llamadas desde los teléfonos fijos.

“Intentamos estar muy cerca de la población y escuchar a las personas. Algunos han perdido a un familiar y además han dado positivo. Están en una situación muy dramática. Aun así, cuando llamamos, la mayoría nos atiende muy bien y comprende que les pidamos todos los datos y las medidas que les aconsejamos”, apunta Balaguer.

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