Europa no se arredra. El repliegue unilateral de EE UU había alentado en China y en otros países emergentes la esperanza de una relación privilegiada con la Unión Europea, que podría necesitar la colaboración de otras potencias para compensar la deriva del gigante liderado por Donald Trump. La necesidad de inversión que padecen muchos socios europeos podía animar, además, políticas de tolerancia hacia regímenes autoritarios, pero con grandes reservas de capital como el chino.
Pero la Comisión Europea, presidida por Jean-Claude Juncker, tiene previsto aprobar este martes un documento estratégico sobre la relación con Pekín en el que lejos de mostrarse complaciente hacia el país de Xi Jinping le plantea numerosas exigencias acordes con su creciente peso político, económico y militar en el planeta.
El documento, al que ha tenido acceso EL PAÍS, servirá de base a la reorientación de la estrategia hacia China que tienen previsto debatir los presidentes de Gobierno de la UE durante la próxima cumbre europea. Y el texto destila un tono beligerante que deja claro que el gigante asiático es un socio tan imprescindible como inquietante.
El documento comunitario define a China como “un rival sistémico”, advierte que su expansión militar plantea cuestiones de seguridad para el Viejo Continente “a corto y medio plazo”, acusa al régimen comunista de alimentar el sobreendeudamiento y amenazar la estabilidad financiera de los países vecinos de la UE (tanto en los Balcanes como en África) y le echa en cara a Pekín el blindaje de sus mercados para crear “campeones nacionales” mientras impide la entrada de operadores europeos, en particular, en el sector financiero y en la licitación pública.
Bruselas completa su nueva estrategia con la amenaza de un cierre de los mercados a la inversión china si no se producen medidas recíprocas de apertura. Y de manera significativa, completa el documento sobre la nueva estrategia hacia China con una enumeración de las medidas puestas en marcha o que se pondrán para impedir la entrada en los mercados europeos de empresas que se benefician en sus países de una protección estatal desproporcionada. Desde el control de inversión en sectores estratégicos (que entrará en vigor en abril), hasta la elaboración este año de directrices sobre el acceso de empresas de terceros países a la contratación pública en Europa. Todo ello con China en el punto de mira.
La Comisión, sin embargo, no busca el choque frontal con Pekín, como ha hecho Donald Trump desde su llegada a la Casa Blanca. Bruselas mantiene tendida la oferta de lograr un pacto global de inversión con China que se negocia desde 2013 y que, según la nueva estrategia europea, “debería lograr importantes progresos en 2019 con vistas a un acuerdo ambicioso en 2020”. Ese acuerdo de inversión es uno de los objetivos clave de la próxima cumbre UE-China, prevista para el próximo 9 de abril en Bruselas.
La Comisión tampoco se suma a la ofensiva de Washington contra Huawei, la compañía china, líder en la quinta generación de telefonía móvil, a la que EE UU quiere cerrar los mercados acusándola de estar sometida a los dictados del gobierno chino. El documento de la Comisión reconoce el carácter neurálgico de las nuevas redes de telefonía y el riesgo de que cualquier punto vulnerable pueda ser explotado para causar “grandes daños”. Pero Bruselas se limita a anunciar una recomendación para intentar armonizar el planteamiento de los Estados miembros ante los riesgos de la 5G, sin mencionar para nada a la compañía china.
La divergencia con los planteamientos de Trump no impide, sin embargo, la evolución de la UE hacia unos planteamientos diplomáticos que Bruselas define como “pragmáticos y flexibles”. Y al reconocimiento de que “hay una impresión general en Europa de que el equilibrio entre desafíos y oportunidades que plantea China ha cambiado”. La balanza de oportunidades sigue pesando mucho, pero la de desafíos resulta cada vez más amenazante a ojos de Bruselas.
“China ya no puede seguir siendo tratada como un país en vías de desarrollo”, advierte el documento de la Comisión. “Su creciente presencia en el mundo, incluida en Europa, debe ir acompañado de una mayor responsabilidad en el mantenimiento del orden internacional, con una apertura de su sistema con mayor reciprocidad y no discriminatoria”.
El texto de la Comisión reconoce la necesidad de cooperar con el gigante asiático. Pero define a China como “un rival sistémico que promueve modelos alternativos de gobernanza”. Y recomienda un endurecimiento en el uso de los resortes diplomáticos, combinando la actuación en diferentes áreas políticas o sectoriales, “para ejercer una mayor presión en la consecución de los objetivos de la UE”.
Los puntos sensibles en la relación con China solían girar en torno a la falta de respeto de los derechos humanos y de libertades fundamentales o a la situación del Tíbet, elementos que enturbiaban a veces las cumbres bilaterales. La nueva estrategia de la Comisión muestra que el choque de intereses se ha generalizado y abarca a áreas tan diversas como el cambio climático, la carrera de armamento o las exportaciones agroalimentarias.
El documento que aprobará este martes la Comisión reclama a China, por ejemplo, que haga realidad su compromiso de poner techo en 2030 a las emisiones de CO2 y recuerda a Pekín que, aunque ha suscrito el Protocolo de París contra el cambio climático, está financiando la construcción de plantas eléctricas a base de carbón en muchos países.
En el terreno militar, Bruselas recuerda que China se ha marcado el objetivo de “contar en 2050 con las fuerzas armadas más tecnológicamente avanzadas” del mundo, lo que obliga a la UE a reaccionar en consecuencia. La Comisión advierte de que “las amenazas híbridas intersectoriales, incluidas las operaciones de información, y las grandes maniobras militares, no solo socavan la confianza sino que suponen también un desafío a la seguridad de la UE”. Un lenguaje que Bruselas solía tener reservado para lidiar con la Rusia de Vladimir Putin.
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