El canciller alemán, Olaf Scholz, llegando a la rueda de prensa que ha dado este martes en un prado frente al castillo de Elmau, en los Alpes bávaros.KERSTIN JOENSSON (AFP)
El alcance de las turbulencias desatadas por la invasión rusa de Ucrania es casi ilimitado. Además del sufrimiento causado a la sociedad ucrania, de la escalada global de precios, de la escasez de alimentos y de la configuración geopolítica global cada vez más enconada, también debe destacarse el impacto en la lucha contra el cambio climático. La inclusión en las conclusiones de la cumbre del G-7 de una excepción al compromiso de evitar inversiones públicas en el sector de los combustibles fósiles ha evidenciado este frente y provocado malestar entre los partidarios de un decidido acelerón de la transición ecológica.
La decisión, impulsada por Alemania e Italia —que sufren una destacada dependencia del gas ruso— es un nuevo golpe que se suma al reciente incremento del recurso al carbón como fuente alternativa para paliar los problemas de suministro vinculados con la guerra rusa. En ambos casos, los responsables políticos subrayan que se trata de medidas circunstanciales dirigidas a superar la fase de emergencia y que no hay ninguna rebaja en la ambición general de la lucha contra el cambio climático. Pero es evidente que el carbón es una fuente muy contaminante, y que las inversiones en el sector gasístico, una vez hechas, impulsan infraestructuras que tienden a consolidar su papel de una manera que sobrepasa la coyuntura.
“Con vistas a acelerar la salida de nuestra dependencia de la energía rusa, destacamos el importante papel que puede desempeñar el aumento de las entregas de GNL [gas natural licuado, por sus siglas en inglés], y reconocemos que la inversión en este sector es necesaria como respuesta a la crisis actual”, asegura el comunicado. “En estas circunstancias excepcionales, la inversión con apoyo público en el sector del gas puede ser apropiada como respuesta temporal, sujeta a circunstancias nacionales claramente definidas, y si se aplica de forma coherente con nuestros objetivos climáticos”, añade. El texto apunta a que estas nuevas infraestructuras deberían planificarse pensando en su reconversión futura para funcionar con hidrógeno verde.
“Todos estamos de acuerdo en dónde está el futuro, y no es con el gas. Esto es especialmente válido para Alemania, donde nos hemos propuesto ser climáticamente neutros en 2045 [cinco años antes del objetivo de la UE, que es 2050]”, aseguró el canciller alemán, aunque reconoció que en la situación actual “se necesita gas”. De ahí, dijo, que “algunas inversiones” tengan sentido “en esta fase de transición”. Scholz llegó andando por un prado a la rueda de prensa de cierre de la cumbre, en la que tenía de fondo el paisaje verde y montañoso del castillo de Elmau. La cita ha hecho varios guiños a la sostenibilidad, como un catering sin apenas platos de carne y el omnipresente reciclaje, que contrastaban con los traslados de los asistentes desde el centro de prensa, en Garmisch-Partenkichen, hasta Elmau, a unos 17 kilómetros por carretera, en helicópteros del Ejército.
El primer ministro italiano, Mario Draghi, insistió en la transitoriedad, y aseguró que los líderes del G-7 no han dado ni un paso atrás en sus compromisos medioambientales y no se plantean hacerlo pese a la “emergencia” que supone la crisis energética. Rechazó las críticas de las organizaciones de defensa del clima que acusan especialmente a Alemania e Italia de haber descafeinado los esfuerzos previos del G-7. “Aunque abrimos la puerta a nuevas fuentes de gas, lo que hacen es sustituir a las rusas; no estamos incrementando el suministro de gas a largo plazo”, insistió Draghi. “Yo también he dado mi palabra”, dijo sobre los compromisos adquiridos.
Otro resultado decepcionante en clave climática es que se esfumó la perspectiva de establecer objetivos de cuotas en materia de vehículos eléctricos, en este caso bajo la presión de Japón, gran potencia industrial en el sector automovilístico. Durante las negociaciones hubo un intento de fijar el objetivo del 50% de vehículos de emisiones cero para 2030, pero fue sustituido por vagas promesas de avanzar en esa senda.
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Las conclusiones de la cumbre volvieron a decepcionar a quienes llevan tiempo esperando que el G-7 se decida a poner fecha a la salida del carbón. La reducción en dos tercios de las llegadas de gas desde Rusia ha forzado a países como Alemania, Holanda y Austria a recurrir a la fuente de energía más contaminante para producir electricidad y almacenar el gas que llega de cara al invierno. Una vez más, la declaración emplea un lenguaje muy genérico: “Nos comprometemos a dar prioridad a medidas concretas y oportunas para acelerar la eliminación progresiva de la producción nacional de energía con carbón”.
En conjunto, el documento final de la cumbre reafirma otros compromisos climáticos adquiridos en el pasado, pero se presenta desprovisto no solo de nuevas medidas concretas —difíciles de conseguir en citas de este estilo— sino también de una retórica política prometedora en clave de lucha contra la contaminación.
Los firmantes acordaron, eso sí, impulsar una de las grandes apuestas del canciller alemán, la creación de un “club del clima” internacional desde el que acelerar la transición hacia la neutralidad climática. Países de todo el mundo están invitados a sumarse a esos esfuerzos, que deben ser “tangibles”, dijo Scholz. El foro se establecerá formalmente antes de finales de año.
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