La derecha en el diván


La salida de Angela Merkel de la cancillería deja un doble rastro de depresión en el conservadurismo alemán: la derrota sufrida el pasado 26 de septiembre por la CDU, con Armin Laschet al frente, solo ratifica una segunda crisis ideológica, programática y política que puede afectar al resto de Europa. El mínimo histórico que obtuvo, con el 24,1% de los votos, tras una caótica campaña, no es tanto la consecuencia de una mala actuación como un síntoma que delata un vacío más profundo. La batalla por el liderazgo que se ha abierto en el partido para suceder a Laschet no podrá eludir la reflexión sobre las respuestas que el conservadurismo ofrece a los nuevos problemas globales que tiene que afrontar Alemania. Pero atañe también al resto de Europa.

La Gran Recesión de 2008 que provocó la posterior crisis de la deuda europea en la década de 2010 se abordó desde una visión ortodoxa de un liberalismo impregnado de penitencia moral para los países menos resistentes a la crisis. La austeridad fue una receta equivocada y su distinta actitud de hoy se parece más a una lección de experiencia que a una convicción teórica. Antes de las inundaciones de junio, Laschet creyó que no había tanta prisa por actuar contra el cambio climático y hasta criticó a la UE por pensar lo contrario. Después de las inundaciones, cambió de actitud, pero siguió creyendo en el futuro de Alemania como fabricante de automóviles, sin necesidad de limitar velocidad ni prohibir el diésel y menos aún de dejar de fabricar cuanto antes vehículos de combustión. Pero no es imputable a Laschet: ni Merkel ni en general el conservadurismo alemán han ofrecido a su sociedad propuestas consistentes, articuladas y creíbles para hacer frente al cambio climático. El pragmatismo de Merkel prefirió concentrarse en gestionar las crisis y defender presupuestos equilibrados. Desde el poder bastaba con defender el libre mercado y un sistema integral de bienestar social (adoptado de la socialdemocracia). La vida en la oposición, sin embargo, exigirá una definición más precisa de su oferta alternativa en materia de crecimiento económico combinado con la aspiración a una sociedad más sostenible.

Merkel abandona su partido sin haberlo dotado de un programa para definir el futuro en ámbitos tan centrales como la lucha contra el cambio climático y el impulso al desarrollo. Pero tampoco hay en el programa con el que la CDU se presentó a las elecciones respuestas claras a temas que afectan a derechos individuales y libertades, como sigue sin haber respuesta conservadora para combatir la injusticia de género y el racismo. Son carencias que hoy dejan a la CDU cerca de un vacío ideológico y político que tiene consecuencias en el resto de Europa. Su liderazgo y su rearme programático son piezas centrales del equilibro político interno de la Europa conservadora. Durante mucho tiempo, el centroderecha de Konrad Adenauer y Helmut Kohl supuso un modelo para los conservadores de todo el continente. Su implosión puede ser una gran fuente de desestabilización y podría ser aprovechado por la extrema derecha —como está sucediendo en Francia e Italia— para atraer a votantes descontentos hacia partidos ultras de corte populista. La ausencia de la voz de la democracia cristiana alemana dejaría el camino libre en Europa a los populismos nacionalistas como el Fidesz de Viktor Orbán en Hungría o Ley y Justicia de Kaczynski en Polonia. Lo más grave, con todo, sería que el vacío ideológico de la moderación alemana propiciase la radicalización de su discurso público como estrategia que compensase la ausencia de propuestas políticas. El atajo no es inverosímil, o al menos no lo ha sido en la derecha española.


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