La economía en 2020: una mejora frágil



A lo largo de las últimas semanas hemos tenido buenas noticias en aquellos eventos que han sido la principal fuente de incertidumbre para la economía europea y global en los últimos trimestres, la guerra comercial y el Brexit. ¿Quiere decir esto que deberíamos observar una mejora sustancial e inmediata en la economía global? ¿Está la economía global dándose la vuelta?

Para responder estas preguntas es importante tener en cuenta que cualquier aceleración sustancial de la economía global requiere una reactivación de la inversión y, para ello, es necesario que las empresas tengan claridad sobre las reglas del juego a medio plazo. Y ni el acuerdo comercial entre China y EEUU ni el Brexit dotan a la economía global de esa claridad. Por tanto, las noticias recientes son tan solo un viento de cola modesto para el escenario económico global. Así, es de esperar que el crecimiento económico global toque fondo en la primavera, y no ya. La razón de ese retraso tiene que ver con el efecto de la persistente incertidumbre en la economía y de los estímulos monetarios efectuados a lo largo de 2019. La política monetaria solo puede ser un remedio parcial al daño realizado por un periodo de incertidumbre tan duradero que sigue sin ser resuelto plenamente.
Estimamos que el mundo crecerá un 3,2% en 2020. La expansión se limitará al 1,7% en EE UU y en la eurozona será aún más baja, situándose en el 1%. Para el caso específico de España, el pronóstico es de un crecimiento del 1,6%, prosiguiendo en la tendencia de desaceleración suave, que continuará en 2021, año para el que anticipamos un aumento del PIB del 1,5%.
El punto de partida, como se entrevé en la discusión anterior, es una debilidad económica extensiva a todo el planeta. El crecimiento esperado del 3,1% para 2019 será, de cumplirse nuestro pronóstico, el peor en 10 años. No ha habido una sola gran economía que lo haya hecho mejor que en 2018. La fragilidad ha proliferado también en un importante número de países emergentes, incluyendo Turquía, Arabia Saudí, India, Brasil, Argentina y México.
Cabe resaltar la respuesta dada por los bancos centrales: de las 39 entidades monetarias que analizamos, 24 relajaron su política monetaria en 2019. Es el dramático cambio de guion por parte de la Reserva Federal el que ha facilitado las cosas al resto de bancos centrales.
Sin embargo, pensamos que las opciones de llegar a un acuerdo integral entre Pekín y Washington son bajas, porque una verdadera paz entre los dos bloques debería incluir, en primer lugar, una retirada sustancial de al menos la mitad de las subidas de tarifas impuestas durante los dos últimos años y, en segundo término, nuevas medidas de calado para proteger tanto la propiedad intelectual como el acceso a los mercados. Nuestra visión es la de más un alto el fuego que un cese definitivo de las hostilidades, se harán pocas concesiones.
Y es que estamos ante un conflicto mucho más profundo que un tema comercial, esta es una lucha entre los dos grandes líderes mundiales. Y el asunto más importante y difícil de resolver es el tecnológico, que combina cuestiones como el respeto de las reglas comerciales, el crecimiento económico de largo plazo y la seguridad nacional. Al mismo tiempo, no se puede olvidar que China y EE UU están profundamente interconectados, las exportaciones chinas a EE UU representaron un 3,6% del PIB del gigante asiático en 2017. Y en la cadena de valor hay muchos otros países que sufrirían en una eventual desconexión: España, Alemania, Francia, Italia, Japón, Reino Unido, Canadá, Brasil o Rusia son algunos de los países que tienen una elevada exposición al flujo de demanda EE UU-China. Por complicar un poco más las cosas, si bien los demócratas y los republicanos no parecen coincidir en casi nada, los dos están de acuerdo en ser “duros” con Pekín. Por aportar un enfoque positivo, probablemente no hay apetito político alguno por provocar una disrupción económica a escala global en año electoral.
Otra buena noticia es que, a pesar de estos desafíos externos, Europa no se va a alejar demasiado de su crecimiento potencial. En la medida en que no observemos una escalada significativa en la guerra comercial, las negociaciones entre Reino Unido y la UE no vuelvan a complicar las cosas y China se estabilice en el primer semestre del año, la eurozona debería empezar a acelerarse modestamente a partir del segundo trimestre. Sí que vemos una aportación de la política fiscal positiva, pero lejos de lo que realmente seria necesario. Paradójicamente la relativa resistencia de la economía hará que el escenario macro no sea lo suficientemente débil como para desencadenar una respuesta fiscal poderosa.
En estas circunstancias, el riesgo más elevado que vemos es el de un error en política monetaria, dados los tres legados peligrosos que deja la era Draghi: los propios límites del programa de Expansión Cuantitativa, cuyo carácter indefinido se ve seriamente cuestionado por la imposibilidad de ir más allá del 33% de cada Estado emisor y la mejora en la inflación subyacente; los efectos colaterales de las tasas negativas y la falta de anclaje de las expectativas de inflación.
Una eventual mejora de la inflación puede llevar a algunas voces del consejo de gobierno del Banco Central Europeo (BCE) a proponer terminar prematuramente el último paquete de estímulo. Por otro lado, va a ser muy difícil escapar del escenario actual de tipos muy bajos, pero 2020 es seguramente el año en que el BCE va a tener que debatir si los tipos negativos tienen sentido como estímulo monetario. Todo esto en un contexto donde el BCE va a estar revisando su estrategia puede hacer de 2020 un año muy volátil.


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