La eterna lucha entre castristas y anticastristas resucita en Netflix


Olivier Assayas (París, 65 años) ya solo se mueve por el placer de contar historias. “Nunca cedí mucho ante la industria, ahora menos”, ríe por teléfono desde la casa de campo de su familia. Assayas lleva en el cine desde que nació: su padre, Raymond Assayas, adoptó el nombre de Jacques Rémy, y con él trabajó como guionista durante décadas. Olivier empezó como crítico, hasta que a los 30 años decidió que esa etapa quedaba atrás y empezó a dirigir. Influido por el cine asiático, el parisiense empezó a labrarse una carrera hasta que con su sexto largo, Irma Vep (1996), junto a su entonces musa y esposa Maggie Cheung, logró resonancia internacional. Después ha estrenado una docena de largos de ficción -con trabajos excepcionales como Finales de agosto, principios de septiembre; Demonlover; Las horas del verano; Después de mayo o Viaje a Sils Maria-, documentales y series de televisión: ahí queda Carlos, sobre el mítico terrorista internacional. “He hecho de todo porque todo me gusta”, advierte.

Desde hace años, cuando se lo propuso el productor brasileño Rodrigo Teixeira, Assayas lleva dándole vueltas a un guion basado en hechos reales acerca de un grupo de espías y dobles agentes introducidos por la Cuba de Castro en el Miami de finales de los noventa, un hervidero político y social. Assayas logró rodar la película en Cuba con un reparto de impresión: Penélope Cruz, Ana de Armas, Wagner Moura, Gael García Bernal, Edgar Ramírez (con el que había trabajado en Carlos) y Leonardo Sbaraglia. La red avispa se estrenó en el pasado festival de Venecia. No logró una buena acogida, y Assayas la remontó. Esa segunda versión iba a las salas cuando llegó la pandemia, encerró a gran parte del planeta en casa, y el thriller encontró su salida en Netflix, que la estrena ahora.

Y por ello Assayas se aleja unos momentos de su rutina diaria en esa casa en la campiña francesa. “En realidad, estoy dando clases a mi hija. Tiene 10 años [es fruto de su relación con la también cineasta Mia Hansen-Løve] y sin colegio soy yo quien le enseña. Hago la compra, cocina, limpio… como todo el mundo. En Francia poco a poco se ha iniciado la desescalada y espero estar en París en unos días”, cuenta. “Es muy extraño estar en mi casa de los veranos, en una habitación marcada por mis recuerdos de infancia y adolescencia“.

Assayas da una pista sobre su futuro profesional y el de la industria cinematográfica. “¿Sabes qué películas estoy viendo? Las que me puedan servir de guía para rodajes en tiempos venideros. Películas hechas con equipos pequeños, o que hablen de cine creado con muy poca gente… Incluso rodadas en entornos seguros. Por eso estoy revisando las películas de Ingmar Bergman, que dirigió muchos filmes en su isla o en penínsulas con dos o tres actores. Títulos de Rohmer, Renoir…”.

Curiosamente, eso que Assayas tiene claro, el cambio en el sistema de rodaje, no afectará, según su opinión, a la manera de consumir cine. “Todo el mundo está viendo en casa películas y series. Pero seguro que ocurre hasta en Madrid: la gente está ansiosa por ir a una sala en cuanto pase esta terrible enfermedad. Yo mismo en cuanto me dejen me lanzaré a ver un filme en un cine. Lo echo de menos. Es difícil responder preguntas así porque no sabemos qué pasará… aunque la gente, sospecho, tiene muchas ganas de hacer una vida similar a la de antes. Habrá que realizar enormes cambios, y para mí el cine vivirá ese terremoto. No me veo dirigiendo películas como antes de la covid; en general cambiarán en la forma de rodar y en los temas. Y si los equipos serán reducidos, en los trasfondos reflexionaremos acerca de lo que ha pasado, en cómo nos hemos comportado con el planeta, en cómo nos relacionamos con los otros… Eso me interesa muchísimo, y estoy ansioso por volver a trabajar”.

Assayas entra en espinosos temas políticos y sociales. “En algunos aspectos debemos realizar cambios radicales. Hay que encarar responsabilidades sobre lo ocurrido. Y ahora hay un caldo de cultivo perfecto, porque hemos vivido de forma completamente distinta durante unos meses que nos han hecho reordenar nuestras prioridades. Pienso en el calentamiento global, un asunto que afecta a toda la humanidad”. Y se apasiona en subrayar cómo se ha redescubierto la cultura. “Es curioso. La gente en su confinamiento reconecta con el arte de una forma muy primigenia. Si no te obsesionan las riquezas, los cosas que te alienan, estas semanas puede que hayas disfrutado de algo de tiempo para afrontar el arte de manera directa y logrado un eco en tu alma. El arte es vital, necesario y precioso para el ser humano”.

El cineasta recuerda su extraño periplo para rodar La red avispa en Cuba. “Al principio, cuando estuve buscando las localizaciones, ya sufrimos vigilancia y presiones. En ese periodo nunca pensé que acabaríamos filmando allí. Y a lo largo del proceso, en el que viajamos por Latinoamérica para encontrar sitios donde recrear La Habana, gradualmente las autoridades cubanas fueron cambiando de opinión”, recuerda el director. “¿Por qué? No lo sé. Nunca nos presionaron, aunque siempre sentimos su presencia. Hubo días en que parecía imposible rodar allí, fue muy estresante”.


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